POSADAS. Una cruz precaria, curtida por cuatro años de viento, sol y lluvia, es la única señal que induce a pensar que allí se esconde una sepultura. Lleva sólo un número garabateado, el 4442, que apenas se lee en el madero central. La tumba sin nombre pasa desapercibida para cualquiera que camina los pasillos del cementerio de Garupá.Para Virginia (15), en cambio, el lugar significa mucho más. Quizás por eso no le quita la mirada. Allí descansan los restos de su madre, Ageda Teodocia Duarte, la mujer a la que mataron de un disparo para robarle el bebé el 26 de noviembre de 2007. El último lunes, luego de varias audiencias, la única imputada que tenía vinculación con el crimen fue condenada a siete años por “encubrimiento” por la Justicia. Mucho tiempo antes, a los otros dos detenidos que tuvo la causa se les dictó la falta de mérito.Cuatro años y medio después, el crimen quedó impune y la familia de Ageda no encuentra consuelo ni respuestas. PRIMERA EDICIÓN se reunió con una de sus hijas, con su hermana, con la docente que tuvo en brazos a la beba luego de que fue recuperada por la Policía y con otros familiares de la víctima.Todos coincidieron en el dolor y la impotencia que significa no obtener una respuesta, y en el miedo que los amenaza todos los días cuando recuerdan que nunca se supo quién fue el homicida y, mucho peor, que camina libre por la calle como si nada.En primera persona“La extraño muchísimo”, dice Virginia, con una entereza poco común para una adolescente de 15 años que perdió a su mamá en un hecho de sangre. Asegura que estos cuatro años “fueron muy difíciles” y que la ausencia les causó mucho dolor a ella y al resto de sus hermanos.Aunque el tiempo pasó, una sola pregunta retumba en la cabeza de la muchacha desde aquella madrugada que marcó un antes y un después. “¿Por qué la mataron? Como contó mi hermana en el juicio, ella se arrodillaba y pedía que por favor no le roben el bebé. ¿Por qué hicieron eso? No había necesidad de matarla, no hacía falta”, se pregunta una vez más, con los ojos clavados en la tierra que hoy acobija los restos de su madre.Virgina estaba en casa la madrugada del 26 de noviembre de 2007, cuando el homicida entró a la vivienda de Ñu Porá y le disparó a Ageda para robarle a su beba. En su mente todavía persisten los recuerdos del horror.“Yo estaba durmiendo y cuando reaccioné, mi mamá estaba tirada y esta persona agarró el bebé y salió para afuera. Ahí mi hermano salió a avisarle a un vecino. Yo me quedé con mamá, la agarré de los brazos y empecé a moverla. La movía y la movía, pero no reaccionaba. Me di cuenta que tenía la ropa mojada, pero no sabía que era por el disparo. Ella se estaba muriendo”, rememora Virginia.Una vez más, la adolescente se muestra firme y asegura que su madre “no va a descansar en paz hasta que detengan al que la mató”. De todas maneras, no esconde la incertidumbre que le genera saber que el asesino camina libre por la calle: “Tenemos miedo porque el que le hizo esto a mi mamá está suelto”. Y tiene razón. Nadie merece vivir con esa espina clavada.Sin respuestasEl resultado del debate que terminó el lunes en el Tribunal Penal 2 de Posadas fue un golpe duro para los familiares de Ageda. Rocelí Dos Santos (35), que era juzgada como partícipe necesario del homicidio, finalmente fue absuelta por el beneficio de la duda. El tribunal la condenó por “encubrimiento” con una pena de siete años, aunque ya cumplió casi cinco en prisión y, si muestra buena conducta, podría salir en libertad a fin de año.Ese fallo dejó el caso inmerso en la impunidad. “Quedamos disconformes. Esperábamos otra cosa. Después de cuatro años pensamos que ibamos a tener una respuesta”, sostiene Marta Duarte (50), una de las hermanas de Ageda.“Ella no molestaba a nadie, se arreglaba como podía con sus hijos, era muy humilde. Entonces uno se pregunta qué habrá hecho tan mal para que la maten así, en su casa. La verdad que no lo sé, no lo entiendo, me lo pregunto muchas veces”. Los interrogantes salen a la luz y todos los familiares se hacen interrogantes que, hasta ahora, no tienen una respuesta.Marta también cree que su hermana no descansará en paz hasta que el asesino pague por lo que hizo pero, contrario a lo que muchos podrían pensar, afirma que no tiene miedo a que el caso quede impune. “Creo que de alguna manera, Dios va a sacar a la luz todo esto. No sé cómo, pero tarde o temprano se va a hacer justicia”, sentencia. A su lado está Sonia Rojas (39), la docente que cuidó a la beba -que hoy vive en una localidad del interior junto a sus tíos- cuando la Policía logró recuperarla. También le duele que el caso no haya sido esclarecido y que se imponga el misterio.“La investigación estuvo mal hecha desde el principio. Y ahora, con todo esto ¿qué vamos a hacer? ¿qué le vamos a decir a los chicos? ¿que el asesino no está? No podemos decirles eso, tiene que haber una respuesta”, reflexiona Rojas con la ‘piel de gallina’.Alrededor de la cruz anónima, junto a Virginia, Marta y Sonia, también están Yamila (20) y Gloria (26), sobrinas de la mujer a la que mataron de un disparo. Todas concuerdan en que el recuerdo de Ageda Duarte no merece terminar como su tumba. La causa, dicen, debe tener escrito el nombre y el apellido del asesino.





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