POSADAS. Leer es una práctica que cualquier persona desarrolla en cada momento de su vida, para orientarse en la calle, comprar en el supermercado, viajar, escribir mensajes de texto, etcétera. Ocurre que el hábito de leer literatura, cuentos y novelas se fue reduciendo. Hoy se le culpa a la computadora, a la televisión, a Internet de restarle tiempo a los jóvenes para practicar la lectura. Según Claudia Santiago, directora de la Especialización en Literatura Infantil y Juvenil del Siglo XXI (LIJ), “lo que proponemos es preguntarnos qué hace el adulto con su tiempo lector, cómo se ve el docente como lector. Y encontramos que a lo largo de la historia se fue plasmando una concepción de la lectura como pérdida de tiempo, como que si estás leyendo una novela estás perdiendo el tiempo”. Desde este punto de partida, el LIJ propone pensar y construir estrategias docentes para “recuperar un modo de leer que posibilita el pensamiento crítico, reflexivo, no homogéneo”.¿Porqué a los jóvenes no les interesa leer libros?Actualmente encontramos que la escuela siempre buscó que sea una lectura dirigida, homogeneizante y moralizante, quedó entrampada en analizar qué dice el autor, cuáles son los personajes primarios y secundarios y no en preguntarse qué dice el lector, qué entendió y sintió el niño, el joven después de leer. Cabe preguntarse porqué en el aula persiste ese planteo de que “todos leemos un mismo texto y consensuamos un solo sentido”? ¿Y a quién le va a interesar leer una novela si luego le toman una evaluación donde le piden respuestas de memoria? Así la lectura queda honorablemente sepultada, ¿para qué leer si puedo preguntarle las respuestas del examen al compañero o buscarlas en Internet? ¿Cómo se podría evitar esta “sepultura de libros”?Como docentes, lo que tendríamos que hacer es dejar de preocuparnos porque el alumno repita textos de memoria y realmente nos tomemos en serio la posibilidad de construir otro tipo de clase dialogada. Esto no es nada del otro mundo, es lo que promueve el pensamiento crítico sobre el cual se lee mucho pero a la hora de aplicarlo, vemos que en muy pocas aulas se fomenta esa lectura desde la diversidad, donde los chicos tengan la posibilidad de interpretar, discutir y de pensar. ¿Cómo se fomenta ese diálogo?Está al alcance de nuestra mano y no tiene que salir ningún decreto ni resolución para que se cumpla en las aulas, ni que diga que a partir de determinada hora todos los padres deben apagar la televisión y ponerse a leer con sus hijos. Entonces (como docente) ¿cómo invito al otro a leer? Leyéndole en el aula, dedicamos quince minutos de lectura y que los chicos cuenten qué les pasó con eso que escucharon. ¿Y eso es aprendizaje? Claro que sí. También el docente puede generar que los chicos elijan cada uno un libro de la biblioteca escolar, que desde 2005 tienen un material bellísimo para trabajar, y luego se armen juegos de recomendación. ¿Así el estudiante diseña su propio itinerario lector?Claro, que viene a ser un intertexto, donde la literatura puede ser una puerta de entrada al campo de la historia, la filosofía, la sociología. Porque la literatura no es una burbuja. Y desde un texto puedo ir enlazando, investigando sobre el personaje, voy al diccionario, escribo…¿Una práctica semejante a la que se realiza con la computadora?Claro. Sobre la especialización“El objetivo de la Especialización en Literatura Infantil y Juvenil del Siglo XXI es acercarles a los docentes diversidad de material literario y en la acción le vamos mostrando metodologías de trabajo para aplicar en el aula”, destacó Santiago. En relación a la experiencia de los docentes que cursaron en años anteriores, señaló que “placenteramente van diciendo ‘había sido que a los chicos de mi clase les gustaba leer’”.Entre estas experiencias citó la de dos docentes que cursaron el LIJ en 2011, uno de una escuela del barrio San Isidro y otro de Fátima: “Llevaron al aula de séptimo los libros álbum -que son textos complejos combinados con imágenes- y pensaban q los chicos no iban a leer, porque está ilustrado. Y pasó que los chicos leyeron y empezaban a hablar. Los docentes se sorprendieron de que el más inquieto leía y se quedaba quieto, que el más calladito había sido que tenía mucho para decir y escribir”. “Una docente nos decía: me arrepiento de no haberlo hecho antes porque no puedo creer cómo escriben e interpretan lo que leen”, explicó Santiago, señalando que “de lo que uno se arrepiente como docente es de no parar la pelota a tiempo y escuchar lo que el otro tiene para decir”.Sobre la desestructuración del tipo de clase tradicional y conductista, destacó que “el texto necesita de un lector activo que lo mire, lo lea, lo de vuelta, que le agregue a la imagen su propia palabra, porque no está todo dicho. Y hay mucho material en las bibliotecas escolares que los docentes no utilizan porque los consideran complicados, porque no empiezan con ‘había una vez’ y terminan con ‘colorín colorado’; pero en realidad lo interesante es que con esos libros el que lee debe completar el sentido y eso genera el diálogo y las diversas interpretaciones”.





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