A veces, lo más difícil en la cotidianidad es desnaturalizar eso a lo que estamos acostumbrados y nos parece tan común. Vayamos hacia atrás, solamente unos diez años, cuando no existía el servicio de mensajería instantánea (Whatsapp), que hoy nos permite mandar un mensaje a cualquier parte del mundo donde haya conexión a Internet móvil. O un poco más atrás, sacar fotos con un teléfono, o más atrás todavía, atender un llamado con un dispositivo que llevábamos en el bolsillo. Todo eso habría cabido perfectamente en un relato de ciencia ficción. Los que peinan canas, o ya no peinan nada, se acordarán que cuando se quería saber de algún familiar que estaba lejos, se esperaba al cartero, o el llamado a la casa de algún vecino afortunado que tenía teléfono fijo y lo prestaba. Actualmente, dentro de esa “normalidad diaria”, las redes sociales son un capítulo del que ya se ha hablado mucho, muchos han hablado y lo seguirán haciendo. Pero lo más extraño es darse cuenta cómo hoy se comparten cosas (que antes eran consideradas) “íntimas” a cientos de personas y de las cuales sólo un puñado son los amigos cercanos. Y este ejemplo nos lleva un paso más adentro de ese mundo brillante desde afuera, pero oscuro cada vez que surgen nuevos datos acerca de lo que se hace con todo aquello que contamos en nuestros perfiles. Se han diseñado sistemas “inteligentes” que permiten rastrearnos en nuestro devenir cotidiano. Cuantas más cosas contemos, más huellas dejamos en la web para que ese sistema creado a partir de la caída de las Torres Gemelas nos siga los pasos. Nuestros smartphones se han convertido en nuestro DNI virtual. La proximidad con otros teléfonos, los lugares que frecuentamos vinculados a los horarios, van creando un perfil nuestro y de nuestro entorno, acerca de quiénes somos y lo que hacemos. Si a lo que específicamente tiene que ver con el hardware, se suma todas nuestras búsquedas en Google o cualquier otro navegador, se puede afirmar que mientras más usemos Internet y nuestros dispositivos móviles, más atrás habrán quedado el anonimato y la privacidad que eran exclusivamente nuestros años atrás. Esa es la explicación cuando al comienzo se hablaba de “desnaturalizar” lo cotidiano. Gracias al informático y periodista sueco Julian Assange, creador del sitio Wikileaks, pero principalmente a Edward Snowden, un exempleado de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) estadounidense, sabemos que todo registro de nuestra vida vinculada a Internet queda guardado y puede ser rastreado. Hay sistemas inteligentes, programados para alertar acerca de determinadas búsquedas web o vínculos entre determinados individuos que informan en tiempo real, ante sospechas de planes de atentados terroristas. Pero nosotros, gente común y corriente, no deberíamos preocuparnos por ello. Pero lo que sí debería alarmarnos es que de forma cada vez más eficaz, millones de personas de todo el mundo están bajo la mirada indiscreta. Ese es el lado oscuro de Internet, pero a la vez es tan brillante que es difícil escapar a su encanto. Sólo los más avezados navegan por la web profunda, donde es difícil seguirlos, pero tampoco es imposible. Desde hace algún tiempo se habla de la “Internet de las cosas”, el ejemplo simple que más se ajusta es la de la “heladera inteligente”. Ese artefacto conectado a la web que nos avisará qué falta en el estante, podrá automáticamente hacer el pedido al supermercado (que tendrá un procesador de datos para ese tipo de pedidos web), o cuantas calorías tiene eso que vamos a consumir. No sucedió en ninguna película, ya están en prueba los prototipos. Ese fue el último escalón para contextualizar acerca de lo que viene. Se desarrolla desde hace años y por la fuerza de la industria cultural, en un principio lo vinculamos con las máquinas asesinas mostradas por Hollywood. Hablamos de los robots, esas máquinas construidas con semejanza humana o de algunos animales, hechos con partes mecánicas que responden a un nivel de programación básico para ejecutar acciones simples como caminar o desplazarse. Este tipo de robots son comercializados desde hace al menos una década por compañías japonesas. Los desarrollos más avanzados inclusive han llegado a Marte como el “Curiosity”. Comandados a la distancia recogen muestras del suelo marciano y analizan los componentes de las rocas y del entorno. El Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) está a la cabeza (en el hemisferio occidental) del desarrollo de robots. Han logrado fabricar cuadrúpedos capaces de correr y saltar obstáculos. Verlos en movimiento en Youtube es algo perturbador para los que tienen demasiado presente lo visto en las películas. “Wildcat” es uno de ellos, tiene cuatro patas y puede correr a una velocidad de 30 km/h. Las investigaciones y el desarrollo están destinados a lograr una mayor capacidad de movimiento que se asemejen tanto a los humanos como los animales para que en el futuro puedan servir por ejemplo en tareas de rescate. Las aplicaciones pueden ser muchísimas. Ya se conoce que operaciones quirúrgicas complejas se llevan a cabo con brazos robóticos, que son manejados por profesionales. Además, desde hace décadas operan en la línea de montaje de las fábricas metalúrgicas.Esta es la tecnología que se viene y en un futuro cercano (¿una década?) nos será tan familiar como lo es hoy un smartphone. Científicos y genios de la informática están preocupados por el uso militar que puedan tener. Más de 1.000 expertos en inteligencia artificial y otras tecnologías firmaron una carta abierta contra el desarrollo de robots militares que sean autónomos y prescindan de la intervención humana para su funcionamiento.El físico Stephen Hawking, el cofundador de Apple, Steve Wozniak, y el de PayPal, Elon Musk, figuraron entre los firmantes del texto, que se presentó el pasado 27 de julio en Buenos Aires, en la Conferencia Internacional de Inteligencia Artificial.Sabemos que actualmente se usan “drones” (aviones no tripulados) para bombardear posiciones del grupo extremista del Estado Islámico en Siria e Irak, pero estos “robots” son comandados por oficiales militares desde una base estadounidense en Alemania (según las revelaciones de Edward Snowden). Lo que temen los científicos es que la capacidad de procesamiento inteligente que han desarrollado las grandes potencias (principalmente EEUU pero también el Reino Unido) para generar redes de espionaje y sistemas para escudriñar la web y “hallarnos” sea donde fuere que estemos, sea cargada a un robot para realizar tareas militares. El desarrollo de una capacidad superlativa de movimiento de los robots, es sólo cuestión de tiempo para los constructores. El nivel de cálculo informático es altísimo y nosotros lo palpamos día a día con el uso de los dispositivos. Una vez que se l
ogre unir esos dos campos estaremos frente a lo que la ciencia ficción llama “androides”. Robots que tendrán la capacidad de moverse y ejecutar acciones sin que haya un controlador humano detrás. Habrá una dicotomía, ya que habrá máquinas “pensantes” que podrán hacer la vida más fácil a los humanos. Pero programadas para tareas “non sanctas” pueden provocar desestabilizaciones de gobiernos o provocar guerras.Parece ciencia ficción ¿no? Pero sabemos que de la fantasía a la realidad pueden pasar tan sólo algunos años. Eso es lo que avisan los expertos en el área. Guillermo Simari, de la Universidad Nacional del Sur, organizador del Congreso de Inteligencia Artificial, durante una entrevista consideró que el gran problema es la facilidad con la que puede reprogramarse una máquina.“Para hacer una bomba atómica uno necesita uranio enriquecido, que es muy difícil de conseguir. Para reprogramar una máquina militar basta con alguien con un ordenador escribiendo software”.Pero tranquilicémonos, lo que hoy está a nuestro alcance son solamente los robots de las jugueterías. Pero sucederá que las siguientes generaciones los verán y usarán de forma tan común como hoy nosotros usamos a los teléfonos inteligentes.Cuando éramos chicos nos decían que contemos ovejitas cuando no podíamos dormir. Y recuerdo entonces al autor de ciencia ficción Philip K. Dick, cuando se preguntaba en una de sus obras “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Ya lo sabremos. Colaboración: Lic. Hernán Centurión





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