En el inicio del juicio oral y público que se le sigue a una mujer acusada de matar al marido, tanto dos de sus hijas como un yerno complicaron su situación.
Lágrimas, llantos y un dolor imposible de reflejar. Esos sentimientos, tan humanos como predecibles cuando se reviven situaciones de extrema angustia, interrumpieron una y otra vez las extensas declaraciones de las hijas de la mujer acusada de matar a su marido a cambio de dinero.
Aquello no impidió que las testigos fueran claras y coherentes en sus relatos, de tal manera que complicaron la situación de su madre, Claudia Pereyra Da Costa (44). La mujer comenzó a ser juzgada ayer por el crimen de quien era su concubino y padre de sus cinco hijos, Ángel Altísimo (44), asesinado a tiros en su casa del Paraje Campín Largo, la noche del domingo 23 de junio de 2013.
Pereyra Da Costa no se encuentra sola en el banquillo. Como coimputado llegó a debate el presunto autor material del hecho, Lovis Ferreyra (36), quien al momento del hecho cumplía condena en la Unidad Penal II de Oberá y gozaba de salidas transitorias. El juicio oral y público se desarrolla en la sala de audiencias del Tribunal Penal 1 obereño.
Se puso en contra de las hijas
Vanesa Altísimo (25) es la mayor de las hijas de la familia. Domiciliada junto a su pareja de nombre Clayton, al momento del hecho residía a unos 400 metros de la vivienda de sus padres, donde se produjo el homicidio. Fue la primera a quien llamó su madre para avisarle que su progenitor estaba muy mal. Fue entre las 20 y las 21 de ese fatídico domingo 23 de junio de 2015.
Al ser consultada por la fiscal acerca de cuándo comenzó a sospechar que su progenitora tenía algo que ver con la muerte de su padre, Vanesa contestó yo lloraba mucho y ella me decía que no llorara. Cuando ella se puso en contra de las hijas
no era para estar acá ahora
no era para que ahora estemos sufriendo. No sé qué decirles a mis hermanitos cuando preguntan por su padre, y mucho menos decirle o contarle a su nieta, mi hijita, cuando pregunta por su abuelo materno.
Además, la hija mayor sostuvo lo que ya dijo en la instrucción de la causa. Mi madre me ordenó limpiar el lugar donde le dispararon a mi padre y ocultar el arma de fuego, un calibre 38, porque tenía las huellas de todos, es decir mías, de mi marido y de ella y que todos íbamos a ir presos, sostuvo.
Vanesa también recordó que la primera versión que dio su madre fue la de un asalto. Ella escuchó que mi papá llegó a disparar a los ladrones en al menos dos ocasiones, pero que los agresores corrieron, sentenció, a la vez que aseguró que guardó dos vainas servidas que encontró en la escena cuando fue a lavar la sangre por orden de su progenitora. En la joven, el caso marcó un antes y un después:?desde que está detenida, nunca visitó a su madre en prisión.
Solo rezaba, lo hacía bajito, como para él mismo
No menos conmovedor fue escuchar a Clayton Perassol, pareja de Vanesa Altísimo. Cuando mi suegra avisó que algo le pasó a Ángel, fuimos de inmediato a su casa. Cuando vi a mi suegro, él caminaba, así como si nada, como nosotros ahora. Cuando me dijo que estaba baleado me ofrecí llevarlo al hospital, entonces me contestó vamos en mi camioneta, porque te voy a manchar el auto de sangre. Le dije que eso no importaba y lo llevé junto a mi suegra al hospital, a unos trece kilómetros. En el camino no dijo nada respecto al hecho. Solo rezaba, lo hacía bajito, como para él mismo. Llegué a escuchar que le pedía a Dios que quería vivir. También recuerdo que no sangraba. Jamás pensé que iba morir, reveló con dolor. Altísimo murió al día siguiente, producto de los cuatro balazos que recibió.
Clayton afirmó que Pereyra Da Costa, su suegra, le pidió que guarde un arma de fuego, una calibre 38 corta de color negra. Pensé que era por los chicos, porque un arma es peligrosa. Por eso cuando dos policías me preguntaron si había un arma no lo negué, le dije que sí, que estaba en el garaje y hasta les mostré donde estaba, rememoró.
Me dijo que se arrepintió, pero ya le había dado la plata
Siendo muy joven al momento del hecho, no caben dudas que Camila Altísimo (23) era un ejemplo para su familia y su pueblo. Trabajaba y a su vez se costeaba sus estudios de Administración de Empresas y Profesorado de Economía. Cuando su padre murió, la vida de Camila dio un inesperado giro. Tras el crimen de su padre tuvo que abandonar sus proyectos académicos y actualmente vive en la casa donde todo ocurrió, cuida de sus dos hermanos de 9 y 15 años y para ganarse el pan de cada día vende tabaco. Camila nunca dejó de ser un ejemplo.
La joven aportó ayer un valioso testimonio. Afirmó que en una de las tantas visitas que le hizo a su madre en la cárcel, la imputada le confesó que se arrepintió, pero que ya le había dado la plata, en referencia al sospechoso de apretar el gatillo, presente en la sala ayer y conocido de toda la familia Altísimo, en virtud de que era vecino antes de caer detenido por un asalto.
Camila también agregó que la relación entre sus padres no era la mejor. Era una relación tormentosa. Ella le daba motivos a mi padre porque utilizaba el teléfono celular y por eso él se lo sacó.
Al respecto, indicó que su padre llegó a contarle que le sacó la camioneta y el teléfono, porque desconfiaba de una infidelidad, que se escribía con otro. Que en una ocasión su padre le relató que tenía miedo de su madre, porque una vez le apuntó con el arma de fuego y amenazó con matarlo si no la dejaba salir de la casa.
No obstante, Camila dijo que cuando confrontó a su madre por esa actitud, ella le contestó que el arma estaba descargada. Dijo que igualmente nunca vi disparar a mi madre. Las cosas entre ellos estuvieron tan mal que ella estuvo a punto de irse, pero a último momento dijo que iba a probar un tiempo más.
Las armas, el dinero y el perro
La Semana Santa previa al hecho Altísimo sufrió la sustracción de un revólver calibre 38 milímetros, además de 14 mil reales que tenía guardados en un frasco, que a su vez enterró en un pequeño galpón de su propiedad. Ayer las dos hijas de la víctima y su yerno reconocieron un arma de fuego también calibre 38 e incautada tras el crimen. Afirmaron que ese otro revólver estaba en una estantería de la casa y tanto Vanesa Altísimo como su pareja, Clayton, dijeron que era similar al que ocultaron por orden de la imputada.
Por otra parte, el abogado defensor de Lovis Ferreyra preguntó a la testigo Camila si tenían en la casa de sus padres un perro malo. La joven contestó que sí, que estaba atado porque llegó a atacar a mi propio padre.
Consultada sobre si ese animal ladraba a desconocidos, la joven refirió que sí, y que para que no lo haga alguien de la casa lo podía calmar o un desconocido le podía dar alimento y se quedaba quieto, refirió, en relación a lo que podría haber hecho el animal al momento del hecho.
Malas compañías y autoincriminación
Ambos imputados se abstuvieron de declarar y pidieron al tribunal hacerlo más adelante, probablemente hoy, al término de las testimoniales. Al ser informados por los jueces acerca de las pruebas en su contra, se supo que en el auto de requerimiento a juicio realizado por el fiscal instructor, la base de la imputación está centrada en las conversaciones que mantuvieron vía mensajes los acusados, donde la mujer manifestó su deseo de mandar a matar al marido.
El receptor de esos envíos era Ferreyra, quien en ese entonces se encontraba alojado en la cárcel de Oberá, donde cumplía una condena a 6 años y 8 meses de prisión por robo calificado y en banda por uso de arma de guerra.
Con respecto a cómo Pereyra Da Costa conoció al reo con el que ahora comparte el mismo juicio, se mencionó a otros dos presos alojados en la UP-II, con quienes la imputada mantenía contacto, confirmado en razón de que existen listados de las visitas a la penitenciaría. Justamente a través de ellos llegó hasta Lovis Ferreyra.
Al decir de la acusación, este último luego y aprovechando las salidas transitorias, ultimó a Altísimo, desde una ventana y de cuatro disparos con un revólver calibre 38 marca Amadeo Rossi.
Las pericias posteriores determinaron que los proyectiles pasaron por el caño o ánima del arma. Luego la mujer envió a una de sus hijas a lavar las manchas de sangre en la escena y ocultar el revólver. Además, los pesquisas hallaron en un horno de la casa varias vainas servidas. Es decir que para los investigadores la mujer intentó modificar la escena.
Además, se confirmó lo que PRIMERA?EDICIÓN había adelantado en su momento, que en la instrucción de la causa la mujer se autoincriminó e incluso admitió que otro reo le dijo que Ferreyra se iba a encargar y que cuando se encontró con este último en un paraje le dijo que estaba loco, y como respuesta el acusado le dijo voy a matar a tu marido, necesito el dinero.
En el extenso expediente figura que la imputada habría dicho que su pareja no funcionaba en la cama. Un dato a tener en cuenta es que los tres familiares de Pereyra Da Costa que declararon ayer afirmaron que se enteraron que ella y el imputado estaban en contacto porque les contó la Policía tras el hecho. La acusada estuvo un año prófuga tras ser excarcelada y luego nuevamente requerida por la Justicia.
Ayer en tanto, la defensa de los acusados planteó la nulidad del auto de requerimiento a juicio por extemporáneo, y del acta de incautación del teléfono celular del imputado en la UP- II durante una requisas. Ambas presentaciones fueron rechazadas por el tribunal.
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