Para los creyentes en la mística futbolera, lo que sucedió esta noche en Formosa no fue más que otra prueba cabal de que este deporte está hecho de muchas más cosas que el mero juego. Otra prueba de un Atlético Tucumán que sigue escribiendo las páginas de su año más glorioso. Desde su provincia, el Decano se hizo gigante. Jugó la Copa Libertadores tras aquella hazaña ecuatoriana, no se achicó en la Sudamericana y ahora llegó a la final de la Copa Argentina. Historia pura. Con dos arqueros héroes, con la cuota de fortuna siempre necesaria pero, sobre todo, con hombría, sed de triunfos y humildad. Con la chance de enfrentar a River o a Deportivo Morón en la definición del torneo y con la chance, también, de meterse directamente en la próxima Libertadores si llega a ser rival del equipo de Marcelo Gallardo.Las esperanzas de Central radicaban, más que en un juego que le viene escaseando en estos meses, en esa cuestión extra que el equipo saca en la Copa Argentina, un torneo con el que tiene una relación muy particular -sin haberlo podido ganar, siempre fue protagonista-, llámese mística, amor propio, sapiencia para el mano a mano o como fuere. Y, si bien logró inclinar la balanza hacia su lado, nunca lo hizo de modo totalmente convincente. Le costó elaborar y asociar a sus jugadores, pese a los intentos por abrir la cancha, lanzar a los volantes externos al ataque y jugar punzantes pelotas cruzadas.Los tucumanos apostaron a la practicidad habitual, marca Zielinski registrada. Sin brillo en los pies de Favio Alvarez, su carta fue el siempre exigente Luis Rodríguez. A sabiendas de las dificultades de su equipo para generar fútbol, la Pulga buscó permanentemente el error de la zaga rival, metiéndose incansablemente entre los centrales, desgastándolos, obligándolos a jugar con la máxima concentración y buscando el pique al vacío para sacarle jugo a cualquier pelota que se le escurriera a la última línea. Sin embargo, la búsqueda no tuvo éxito y así, Diego Rodríguez no pasó demasiados sobresaltos.A ambos, para colmo, los complicaron lesiones tempranas. En media hora sumaban tres cambios entre los dos equipos. Central perdió a Santiago Romero y a Germán Herrera (reemplazados por Maximiliano González y Fernando Zampedri, respectivamente), mientras que Atlético se quedó sin Franco Sbuttoni (ingresó Mauro Osores).La jerarquía a favor de los rosarinos permitió que el equipo de Paolo Montero (su equipo marcha último en la Superliga y había anunciado que dejaría su cargo si no lograba el boleto a la final) dispusiera de alguna posibilidad más que su rival, que salvo con un remate de media vuelta de Rodríguez, con el tiempo cumplido en la primera etapa, no tuvo ninguna ocasión de verdadero riesgo. Central llegó dos veces con relativo riesgo: a los 38, con una pelota suelta que Pachi Carrizo capturó de volea en la puerta del área y que Cristian Lucchetti salvó de manera poco ortodoxa pero efectiva, sacando el rebote hacia un costado. Demasiado poco para una instancia decisiva como esta, pero con mucha lógica en un contexto en el que ambos privilegiaron el no quedar mal parados: jamás se permitieron superioridad numérica de ataques sobre defensas.Fuente:Clarín
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