Cuando la vida elige otras melodías. Martín Rivero muestra con alegría su acordeón bandoneón, un ejemplo de constancia y estudio musical. Pero su vida se traza desde la niñez en Encarnación, Paraguay, cuando tomó su primera clase de violín acompañado de un maestro alemán. Acuna en su memoria una experiencia de vida mucho más profunda, desempeñando sus labores en distintos empleos que lo llevaron de Posadas a Buenos Aires y nuevamente a la capital misionera.Sentado bajo un gran árbol de mango, acompañado de su entrañable compañera, compartió tramos de una vida que lo llevó a relacionarse con los grandes del chamamé. Blasito, Tránsito, Tarragó Ros, entre muchos otros. Incluso tuvo sus cruces musicales junto a Issaco, Lorhman, el maestro Ojeda y Ramón Méndez.Hablar con Martín implica cerrar los ojos y dejarse llevar a una década dorada, donde la vida era difícil, pero las historias se transformaban en mágicas. Recuerda que su primaria la hizo en Encarnación, viviendo en un hogar donde su padre no hizo otra cosa que hacer música. “Yo nunca viví de la música, toda mi trayectoria musical era una actividad paralela a mis oficios. Mi primer oficio fue de mecánico dental, después hice asfalto en Buenos Aires, trabajé en eso en la calle Lugones que está al costado de la cancha de River, después en la Ciudad Universitaria. Llegaba a mi casa muerto pero agarraba un ratito el acordeón para despuntar el vicio. Yo vivía en Quilmes y pasaba toda la ciudad para ir a trabajar”.Entre anécdotas y risas también contó que desde las 5 se ausentaba de su casa, volviendo a la noche. “En mi casa siempre se trabajó mucho, para poder mantener a nuestros dos hijos. Por las circunstancias de la vida me llevaron a la agencia Télam para que trabajara en las máquinas Teletipo, cubría los francos de mis compañeros y de manera paralela trabaja en un frigorífico. Llegué a hacer hasta tres turnos por día, me gané mi lugar y ese trabajo era muy bien pago. Recuerdo que mi primer sueldo fue de 300 pesos, lo que ganaba durante todo un año haciendo otra cosa. Lo primero que hice fue comprarle un vestido a mi compañera y un televisor que tanto quería”, contó entre risas.AprendizajesLos viernes y sábado se dedicaba a hacer “la música”, así fue como sus compañeros de la sala de teletipos se enteraron que Martín era músico. “Mi hijo Víctor llevaba de Quilmes hasta Constitución mi acordeón, entonces cuando salía de Télam me iba a los bailes y las radios para presentar mi música. Así es como yo trabajaba de lunes a lunes, no tenía feriados ni francos. Así es como también con el tiempo incursioné en el mundo del periodismo, aprendí a escribir la noticia, teniendo sólo sexto grado. Para mí fue una gran enseñanza. Así con tiempo hice un curso libre para sacar la licencia de operador, estudiaba en el colectivo”, el único título que lleva en su trayectoria Don Martín.En cada oficio que ejerció se destacó por sus condiciones de hombre dedicado y apasionado. Con esa profesión alcanzó su trabajo de operador en Renault, “en noviembre me presenté en la empresa a probar suerte. Yo no sabía ningún idioma, pero sí sabía usar a la perfección la Teletipo, entonces me quedé con ese empleo que fue un cambio para mi modo de vivir. A los dos años me ofrecieron ser jefe de sector, pero en ese momento yo no acepté por una cuestión de compañerismo con el encargado que me tomó. Llegué a alcanzar la categoría de jefe de Comunicaciones en la Renault”.Cansado del mundo de Buenos Aires regresó a Posadas, llevando a su familia a un plan musical, encontrándose con sus orígenes. “La música fue siempre acompañada por mi familia, mi señora también tocaba el acordeón. Aprendí la música de oído, y con el tiempo fui aprendiendo muchas más cosas. Así que la primera vez que toqué el acordeón fue desde la ventana de mi casa, allá por el ‘70, cuando mi hijo Víctor cumplía dos años. Apenas me salió tocar el cumpleaños feliz, porque siempre compré el bandoneón”, recordó de esos años. Don Martín, tuvo una vida ligada al litoral y al chamamé, que acompañó su carrera musical, hoy su hijo Víctor comparte ese mismo amor. Una vida musicalNacido el 11 de noviembre de 1943, creciendo entre melodías del grupo Riveros Alvarez. “Ellos ensayaban y cuando dejaban los instrumentos sobre la cama, yo me fijaba sobre el violín, tocaba de a poco. Entonces uno de los integrantes del grupo le dijo a mi papá que a ‘Martín le gusta el violín’. Así es como me traen un violín de estudio, pequeño, y un señor alemán que era relojero me enseñó tres veces a la semana, me enseñó a leer la música durante mucho tiempo. Cada semana me adelantaba más clases este señor, Don Augusto, que siempre destacó mi voluntad de aprender”, recordó sobre esos primeros pasos.Entre los nueve y diez años fue cuando se incorporó a la orquesta de su padre, haciendo música con su violín, “tocábamos en los corsos de Encarnación, tocaba entre medio de las comparsas. Fue más o menos en esa época que mi padre consiguió un contrato para tocar en Posadas. Consiguió el permiso para cruzar el país, porque con el gobierno de Stroessner no se podía salir de Paraguay. Tocábamos en una bailanta de la Bajada Vieja en ‘La terraza’. A los trece años me pagaron mi primer sueldo como músico, y todos tocábamos todos los instrumentos. Vivíamos en el barrio Labrador. Mis hermanos fueron viniendo de a poco, los traían en canoa entre medio de sandías para que nadie los viera, así fueron pasando uno a uno cada día. Así pasaron mis siete hermanos”.
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