Noche Buena, Navidad, Fin de Año, Año Nuevo… Días de fiesta, de celebración y encuentros, de compras y estrenos. También de angustias y tristezas. Sin embargo será la reunión alrededor de la mesa, dotada de un menú especial, el centro de atención. Entonces, cuando el postre esté en vías de extinción, surgirán un sinfín de dietas desintoxicantes y milagrosas para salvar la situación, mientras a un costado, en un silencio doloroso, el “gordo” asentirá con la cabeza.La licenciada en Psicología Silvia Ríos explicó a PRIMERA EDICIÓN que es un “tiempo ritual del año en el que se ponen en jaque varios supuestos/mandatos, el más persecutorio es el de ser felices, de que nos amamos y estamos en paz con nosotros y los otros. A esto se añade el anhelo mágico de empezar de nuevo, los deseos que se harían realidad con sólo desearlos y las frustraciones tendrían una nueva oportunidad de repararse. No deja de ser un escenario inquietante por lo fantasioso. Todo empezaría de nuevo… con sólo empezar el nuevo ciclo. Y la comida suele ser el motor alrededor del cual las diferencias pretenden ser limadas, las angustias eludidas y la esperanza renovada. Lo cierto es que es un tiempo de balance, con altos y bajos inevitables. Y muchas personas con obesidad llegan a este tiempo con una sensación de ’no haberlo logrado’, a la que se suma el mensaje social paradójico de que nos juntamos a comer… para estar juntos. La comida es entonces el relevo de las palabras y del afecto”. Y agregó: “Relevo siempre insuficiente, ya que el hambre de contacto verdadero queda intacto y se deberá seguir comiendo para satisfacer ese vacío que se ahonda hasta tragarse al que traga”.“Partimos de la idea de que la obesidad es un tipo de adicción que lo social provee y hasta promueve. La OMS la define como un ’estado de intoxicación crónica o periódica originada por el consumo repetido de una droga natural o sintética, caracterizada por una compulsión a continuar consumiendo; tendencia al aumento de la dosis; una dependencia psíquica y generalmente física de los efectos o una conducta con consecuencias perjudiciales para la salud del individuo y la sociedad’. Etimológicamente adicción es ‘entregarse o rendirse’ y, finalmente, ‘el que se queda sin palabras’. En nuestro tiempo es común que las personas sean adictas a alguna sustancia, Marilyn Manson, ícono andrógino del rock pesado dice que ‘hay un hoyo en nuestras almas que llenamos con drogas para sentirnos mejor’. Y la comida es el primer objeto de intercambio humano, objeto privilegiado que se constituye en una vía facilitada para la expresión del amor o desamor, es un ’objeto’ que calma el hambre pero también el desamparo, el miedo y la angustia. Es un primer lenguaje entre el bebé y su madre o cuidador/a. Por ello el comer quedará para siempre signado por la huella del amor y también del reconocimiento. Si se pudiera traducir es ‘me da, no me da’, porque ‘me quiere o no me quiere’. Esta es una de las aristas más peligrosas, ya que si no me quiere (el otro) me lo procuro yo mismo/a en las cantidades que quiero, no dependo de nadie. De ahí el exceso y el estado de casi trance que se produce en los atracones, ingesta compulsiva en un lapso corto de tiempo, generalmente en soledad”, aseguró Ríos.“No existen ’los obesos’, hay personas para quienes la comida es un recurso para generar satisfacciones. Esta satisfacción tiene la particularidad de ser inmediata, y la ilusión de ser una satisfacción. Nunca lo es, porque, como dijimos, la demanda es de amor, de reconocimiento, de compañía, ese ’hambre’ sigue allí. En el mundo psíquico de una persona con trastornos del comer hay un otro importante en la historia que dejó o deja con hambre de amor”, añadió. “Hay otras posibilidades ligadas al comer y la hostilidad. La persona engulle su hostilidad y su rabia, aparece entonces la mitología del ‘gordo bueno’, que es alguien profundamente enojado pero que ‘se come’ esa emoción. Habitualmente es un catalizador de trastornos familiares severos. Como no es posible generalizar y cada persona que padece un trastorno es distinta en su subjetividad, sus necesidades de amor y contención varían grandemente de una a otra y sus recursos también, habría que pensar entonces cómo alivianar los mandatos de ‘las fiestas’. Un pequeño espacio de reflexión posibilitaría sentir lo más honestamente posible qué necesitaría uno para estar bien consigo mismo, más allá del comer o del adelgazar. Los seres humanos somos, afortunadamente, mucho más que eso, con enormes potenciales de desarrollo en áreas más allá de lo físico”, subrayó la psicóloga.“Saber de antemano que se va a la reunión familiar a rescatar lo bueno (siempre lo hay) aun en el espacio más empobrecido. Saber que la comida no va a suplir lo que no hay, ni paliar el dolor por los que no están. Comer de más sólo agravará y cronificará el malestar, al que sumará la culpa por no haber podido controlar la ingesta (otra vez). Y, puede ocurrir, que no haya familia, pero siempre hay otros para quienes nuestra presencia haría inolvidable una Navidad, por ejemplo, niños, ancianos, enfermos, gente que vive en las calles”, mencionó.Por eso “sería interesante poder tomar estas fiestas como una nueva oportunidad de empezar a sanar las causas de la ingesta excesiva y transformar el ’ser comido’ por la comida, a disfrutar con otros la posibilidad de com-partir, con-versar. O, simplemente, estar. Donde el balance y la balanza puedan firmar un acuerdo amoroso sin acusaciones estériles. Para que el comer sea en este año un vehículo posible de encuentro con uno mismo, con los otros y las necesidades de afecto entre ambos. Finalmente, de eso se trata, no de la comida”, concluyó Silvia Ríos. Más allá de la salud“Hay constelaciones familiares donde para pertenecer hay que comer de un determinado modo, en general mucho. En estos casos tener sobrepeso no está socialmente condenado, tal podría ser el caso de la comunidades romaníes o familias de inmigrantes marcadas en algún momento de la historia remota por las hambrunas. El comer es entonces una actividad muy valorizada que sutilmente atraviesa la historia. Generalmente es la tercera o cuarta generación la que presenta los síntomas más graves”, explicó Ríos.





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