Como Iglesia para comenzar el año litúrgico celebramos la llegada de Cristo con una gran fiesta a la cual llamamos Navidad. El Adviento es el tiempo de preparación antes de celebrar este gran acontecimiento gozoso. Como la misma palabra significa, nos preparamos para celebrar el acontecimiento de un Dios que viene a nuestro encuentro. La palabra Adviento, como se conoce este tiempo, significa “llegada” y claramente indica el espíritu de vigilia y preparación que los cristianos debemos vivir. Al igual que se prepara la casa para recibir a un invitado muy especial y celebrar su estadía con nosotros, durante los cuatro domingos que anteceden a la fiesta de Navidad, los cristianos preparamos el alma para recibir a Cristo y celebrar con Él su presencia entre nosotros.Es bueno preguntarnos: ¿qué necesita el mundo de hoy? ¿Qué somos capaces de dar al mundo de hoy? En medio de tantas situaciones de violencia e inseguridad que vivimos a nivel mundial, ojalá que esta venida del Señor nos traiga la paz y fraternidad a un mundo dividido por las ideologías religiosas y étnicas. Como país también necesitamos estabilidad y crecimiento integral de todos nuestros pueblos para que podamos superar la pobreza y la marginación en que viven muchos de nuestros hermanos. Es decir, renovar esa esperanza que implica una vivienda digna, un trabajo seguro y una perspectiva de futuro más claro, más allá de los vaivenes del mundo político.Por estos días organizamos y es propio pensar: ¿cómo vamos a celebrar la Noche Buena y la Navidad? ¿Con quién vamos a disfrutar estas fiestas? ¿Qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene sentido si no consideramos que Cristo es el verdadero homenajeado y a quien tenemos que acompañar y agasajar en este día. Cristo quiere que le demos lo más preciado que tenemos: nuestra propia vida. Por lo que el período de Adviento nos sirve para preparar ese regalo que Jesús quiere; es decir, debemos tomar conciencia de lo que vamos a celebrar y prepararnos espiritualmente.Por eso es importante no dar tanta importancia a las cosas externas que nos ocupan y alejan de una verdadera profundización de nuestra vida interior. Es un tiempo para afianzar la fe en un Dios que está por encima de las cuestiones del momento, fortaleciendo y renovando el deseo de recibir a Cristo. Todo esto será posible si intensificamos nuestra oración, el sacrificio, la generosidad y la caridad con los que nos rodean; es decir, renovarnos y procurar ser mejores para que Jesús realmente tenga un lugar en nuestro corazón.El Adviento debe hacer crecer en nosotros la convicción de que Dios nos ama y nos quiere salvar, acrecentando nuestro amor agradecido a Él. Porque el Adviento nos recuerda que la vida del cristiano no termina acá, sino que Dios nos ha destinado a la eternidad, a la salvación. Esta esperanza supone una actitud de vigilancia, porque el Señor vendrá cuando menos lo pensamos. La vigilancia requiere de fidelidad, la espera ansiosa y también el sacrificio; la actitud radical del cristiano ante el retorno del Señor es el grito interior que clama: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!Esperar en el Señor, supone estar convencido que sólo de Él viene la salvación, sólo Él puede liberarnos de nuestra miseria, de esa miseria que nos esclaviza e impide crecer.Y este tiempo de Adviento nos recuerda que se acerca el Salvador, por eso la esperanza va unida a la alegría, al gozo y la confianza. No dejemos que este preciado tiempo pase desapercibido en nuestra vida. Pongamos toda nuestra disposición interior, para que en la noche buena podamos decir con alegría: ¡Aquí está mi pesebre Señor!… ¡Ven te estoy esperando! …Quiero que nazcas en él.





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