El guerrero regresaba desgastado de la larga campaña conquistadora emprendida por Alexandre, habían batallado y vencido la mayoría de las veces, otras, huyeron con sus compañeros a través de parajes montañosos, inhóspitos, hasta sentirse a salvo y una vez recuperadas las fuerzas, retornaban ansiosos al campamento de su idolatrado líder.Ahora después de largos años transitaba el duro camino hacia su tierra natal: Aúlide, con su colorido puerto y sus blancas laderas plenas de pinos verdinegros que estallaban en aromadas resinas al mediodía, mientras las trirremes con sus guerreros se alejaban mar adentro rumbo a otras tierras, en la búsqueda incesante de más triunfos y mayor gloria para su patria.Así también partió él, Filocles, un día rumbo a la aventura, con su juventud y su incipiente sed de riquezas; junto a él marchaban su hermano Néstor y sus primos, los hijos de Tersandro. Durante la travesía el sacerdote de Apolo, aguardaba ansioso, de pié -casi fundido con el mástil- las señales alentadoras de los dioses.Ahora caminaba y tropezaba rememorando los gritos de las batallas, sus compañeros pujando por llegar adelante, entreviendo siempre la figura joven y arrojada del gran macedonio, montado en uno de sus innumerables Bucéfalos, hiriendo y segando vidas para concluir el día cubierto de sangre oscura y heridas frescas, palpando el límite de su destino.Él también enfrentó a Las Moiras, tantas veces!!. Pero su deseo de tornar a rever su casa paterna de piedras ahumadas por más de un centenar de inviernos, le impelía a superar dolores y fiebres.Y finalmente estaba allí tan cerca, reconocía los recodos del camino y el aroma de los tomillos silvestres cuando las primeras nevadas se disuelven bajo el dulce sol del otoño.El bagaje era liviano, había vendido el equipo de combate, le restaba la hiriente espada, recuerdo de su hermano caído en Persépolis. Llevaba asimismo un espejo de bruñida plata, para su madre y un talento de plata para el padre. Y una pequeña bolsa de cuero de buey enlazada al pecho, donde refulgían los tersos tetradracmas de Alexandre mostrando la testa engalanada con el tocado del león tal como lo usase Herakles y que le colmaba de emoción; el reverso lucía a Zeus en su trono, sosteniendo un águila sobre su mano derecha y un largo cayado en la otra.Sus esperanzas bullían cuando sostenía su tesoro. Esas rutilantes monedas eran su futuro. Poseería sus propios olivos y un buen rebaño de blancas ovejas. En la casa una buena mujer y muchos hijos que relatasen a quien quisiese oír la epopeya de Filocles el robusto joven del pueblo que una mañana había regresado para vivir y morir junto a los suyos.Filocles llegó a la última curva del bosque y presintiendo la visión de los caseríos y el puerto a lo lejos, sintió un ardor profundo en su garganta, diferente al que percibía antes de las luchas.En el último instante cerró los ojos y recorrió los metros finales del recodo. La brisa del mar le golpeó en la cara como un latigazo, cuando los entreabrió… El aire salobre le faltó y sus piernas se arquearon sin control. Con ojos pasmados recorrió la extensión de tierra y arena que tenía a su alcance. Todo era gris y negro, carcomido y reducido a muñones donde el fuego había cobrado mayor fuerza. El viejo barrio de los ceramistas era solo un polvo plomizo; hacia los depósitos de aceite y vino del puerto quedaban algunos cortos tocones sombríos sobre el suelo, de las casas no abundaban vestigios. Aquí y allá se extendía un páramo yerto… No se veían personas o animales. Sólo viento y mar….Filocles desmontó la bolsa de su espalda y arrojándola a un lado, tiró de ella su afilada espada y con las mejillas ardiendo de otra sal, se lanzó abajo a la playa, a las rocas y a la resaca difusa del Egeo, gritando e impetrando a los dioses Poeta al desnudoMaría Celia Leiza 2014Conciliar las vibraciones y vivencias)del ayer,del porvenir.Aunar lo cósmico junto al guijarro.Casi en tranceirrumpir en el cenit de la luz,con las manos dormidasy la profecía columpiando en la comisura de la boca. Anticiparuna historia insolente,) repetida,) añeja,)en el contorno grávidode la lluvia de invierno.Imprimir el arco iris en escarchados lirios,y remontarse siempre)un poco más allá.Poeta y profetaen un único latir. María Celia Leiza Puerto IguazúMaestra Normal Nacional, nunca ejerció la docencia pero, se empeñó en conocer la historia y las letras. Nació -no importa cuándo-, en Olavarría -corazón de la provincia de Buenos Aires- y hace treinta años que llegó a Misiones radicándose en la ciudad de las Cataratas. Allí fundó “Locos de atar”, grupo literario con Bocha Burgos y Sergio Martyn. Publicó su libro “Papeles de Arena” y tiene otros dos en preparación -listos para la imprenta-, “Universos dispares (poesías) y “El ojo inconforme, (Galería fotográfica en colaboración con el fotógrafo Fernando Ortega Zabala). Integra la Sociedad Argentina de Escritores (Sadem).





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