Durante décadas, el derecho laboral argentino se estructuró sobre una premisa básica: la desigualdad entre empleador y trabajador exige normas protectorias que equilibren la relación. La reforma laboral que impulsa el Gobierno nacional rompe de manera explícita con esa tradición. No se trata de una actualización técnica ni de ajustes marginales. Lo que propone es un cambio de paradigma: reemplazar la lógica del derecho social por la del contrato individual, trasladando riesgos y costos hacia quienes viven de su trabajo.
El informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) advierte que el proyecto consolida un proceso iniciado con el mega DNU 70/2023 y profundizado por la Ley Bases. El nuevo paquete normativo avanza sobre tres pilares: derechos individuales, negociación colectiva y seguridad social. El resultado es una arquitectura legal que habilita jornadas más extensas, salarios más inciertos, despidos más baratos y sindicatos más débiles.
Uno de los primeros blancos es el tiempo. El fraccionamiento de las vacaciones, presentado como un acuerdo entre partes, introduce en los hechos la potestad del empleador de dividir el descanso anual según necesidades productivas. Algo similar ocurre con el llamado “banco de horas”, que flexibiliza la jornada laboral y diluye el pago de horas extras. El trabajador ya no sabe cuándo termina su día de trabajo ni cuánto cobrará efectivamente a fin de mes.
La reforma también habilita la reducción salarial tras accidentes o enfermedades laborales, quebrando un principio histórico: la intangibilidad del salario frente a contingencias ajenas a la voluntad del trabajador. El riesgo deja de ser social y pasa a ser individual.
Pero el corazón del cambio está en la redefinición misma de qué es un trabajador. La modificación de la presunción laboral y la legalización del monotributo como forma válida de contratación permiten encubrir relaciones de dependencia bajo figuras civiles. La tercerización se expande y la responsabilidad de la empresa principal se reduce. El mercado laboral se fragmenta.
Las plataformas digitales aparecen como el caso extremo. Uber, Rappi o PedidosYa quedan explícitamente fuera de la Ley de Contrato de Trabajo. Sus repartidores y conductores son definidos como autónomos, aunque dependen de algoritmos que fijan tarifas, tiempos y asignación de tareas. No hay salario mínimo, ni aguinaldo, ni vacaciones, ni aportes jubilatorios. La precarización deja de ser una anomalía y se convierte en norma legal.
El capítulo indemnizatorio completa el cuadro. Se eliminan componentes salariales del cálculo por despido, se refuerzan los pagos no remunerativos y se crea el Fondo de Asistencia Laboral, financiado con recursos que hoy van al sistema previsional. Despedir cuesta menos y jubilarse será más difícil.
En paralelo, la justicia laboral pierde centralidad. Las sentencias pueden pagarse en cuotas y se introduce la caducidad de instancia, un mecanismo que puede extinguir causas sin sentencia. Ganar un juicio ya no garantiza cobrar.
El ataque al poder colectivo es frontal. Se debilita la ultraactividad de los convenios, se fragmenta la negociación, se promueven sindicatos por empresa, se limitan asambleas y se restringe el derecho de huelga. El trabajador queda cada vez más solo frente al empleador.
Desde el punto de vista económico, la reforma implica una transferencia millonaria de recursos. La reducción de contribuciones patronales y aportes a obras sociales beneficia a las grandes empresas y desfinancia al Estado. Lejos de generar empleo, los datos muestran lo contrario: durante el actual gobierno se perdieron más de 138.000 puestos registrados.
El espejo histórico es elocuente. En los ciclos de flexibilización laboral -los noventa, el macrismo- se destruyó empleo y tejido productivo. En los períodos de mayor protección, crecieron las empresas y el trabajo registrado.La reforma laboral no define solo reglas laborales. Define un modelo de país. Uno en el que el trabajo deja de ser un derecho social para convertirse en una variable de ajuste.

Ley de Contrato de Trabajo
La reforma introduce modificaciones estructurales en la Ley de Contrato de Trabajo. El fraccionamiento de vacaciones, el banco de horas y la ampliación de jornadas alteran el equilibrio entre trabajo y descanso. La reducción salarial post accidente o enfermedad rompe con la protección frente a contingencias.
Uno de los cambios más profundos es la modificación de la presunción laboral. Hasta ahora, la prestación de servicios activaba la presunción de relación de dependencia. Con la reforma, se exige probar que esa prestación ocurre “en situación de dependencia”, facilitando el encubrimiento.
Se elimina además el principio de justicia social de la LCT y se restringe el “in dubio pro operario”, que obligaba a interpretar la norma a favor del trabajador en caso de duda. La filosofía protectoria del derecho laboral queda erosionada.
Del derecho a capacitarse al “curso básico” obligatorio
En un contexto global atravesado por la automatización, la digitalización y los cambios tecnológicos acelerados, la formación profesional aparece como una herramienta clave para la empleabilidad. Sin embargo, la reforma laboral avanza en sentido contrario: deroga el capítulo de formación y promoción profesional de la Ley de Contrato de Trabajo.
Ese capítulo garantizaba derechos concretos: acceso igualitario a la capacitación, obligación del empleador de formar a su personal, participación sindical en la planificación, horas anuales de formación y reconocimiento de competencias en el certificado de trabajo. Todo ese andamiaje desaparece.
En su lugar, la reforma crea un Programa de Formación Laboral Básica bajo la órbita del Ministerio de Capital Humano. La diferencia no es menor: ya no se trata de un derecho laboral exigible, sino de un esquema mínimo, sin obligaciones empresarias y sin intervención sindical.
La contradicción es evidente. El discurso oficial insiste en la necesidad de trabajadores “competitivos”, “adaptables” y “productivos”, pero elimina los mecanismos que garantizaban capacitación continua dentro del empleo. La formación deja de ser una responsabilidad compartida y pasa a recaer exclusivamente en el individuo.
En los hechos, el nuevo esquema refuerza desigualdades: quienes puedan pagar su capacitación lo harán; quienes no, quedarán rezagados. La modernización prometida se apoya, paradójicamente, en un retroceso en derechos formativos.
Precarización con sesgo de género
El régimen de trabajo en casas particulares concentra históricamente altos niveles de informalidad y desigualdad. Es, además, un sector mayoritariamente feminizado, donde las condiciones laborales siempre estuvieron por detrás del promedio del mercado de trabajo. La reforma laboral profundiza esa brecha.
Uno de los cambios más significativos es la extensión del período de prueba a seis meses. Hasta ahora, el régimen contemplaba plazos más breves y diferenciados según modalidad (con o sin retiro). Con la reforma, durante medio año el vínculo puede extinguirse sin indemnización ni expresión de causa.
La consecuencia es directa: mayor inestabilidad inicial, rotación sin costo para el empleador y debilitamiento de la protección frente al despido. En un sector donde muchas trabajadoras ya enfrentan relaciones laborales frágiles, el nuevo esquema refuerza la precariedad estructural.
El impacto no es neutro. Afecta principalmente a mujeres, muchas de ellas jefas de hogar, migrantes o con trayectorias laborales interrumpidas.
La reforma, lejos de corregir desigualdades, las consolida. La precarización del trabajo doméstico no es solo un problema laboral: es también un problema social y de género, que la reforma profundiza sin matices.

Cuando ganar un juicio ya no garantiza cobrar
La habilitación del pago de sentencias laborales en hasta 12 cuotas diluye el carácter alimentario del crédito. El trabajador cobra tarde y en partes, mientras el empleador reduce su carga financiera.
La introducción de la caducidad de instancia es un cambio histórico: causas laborales pueden extinguirse sin sentencia si no se impulsan en plazos breves, aun cuando las demoras sean del propio tribunal. La tutela judicial efectiva queda debilitada.
El debilitamiento de sindicatos y paritarias
La reforma limita la ultraactividad de los convenios colectivos y fragmenta la negociación. Los acuerdos de empresa pasan a prevalecer sobre los sectoriales. Se promueven sindicatos por empresa, debilitando organizaciones de mayor alcance.
Se restringen asambleas, se reducen horas gremiales y se amplía el listado de actividades con límites al derecho de huelga. El conflicto laboral se individualiza.
La transferencia silenciosa
La reducción de contribuciones patronales y aportes a obras sociales implica una transferencia directa de recursos hacia el capital. Solo la baja del aporte a obras sociales representa unos 700 millones de dólares anuales.
El Fondo de Asistencia Laboral se financia con recursos previsionales, debilitando el sistema jubilatorio. El despido se abarata y la seguridad social se erosiona.
La reforma laboral no es neutra ni inevitable. Expresa una concepción del trabajo como costo y no como derecho. Sus efectos no serán inmediatos, pero sí duraderos. Lo que está en juego no es solo una ley, sino el lugar del trabajo en la Argentina que viene.
Plataformas: trabajadores sin derechos

La reforma excluye explícitamente a los trabajadores de plataformas digitales del régimen laboral. Repartidores y conductores quedan definidos como prestadores independientes, aun cuando su actividad está completamente organizada por las empresas.
Los datos son contundentes: en 2025, un repartidor necesitó más de 460 pedidos mensuales para no caer bajo la línea de pobreza. No existe ingreso mínimo garantizado ni reconocimiento del tiempo de espera. La supuesta autonomía convive con ingresos variables y ausencia total de protección social.
La norma enumera “derechos” que no constituyen relación laboral y aclara que ninguno puede ser considerado indicio de dependencia. La precarización se institucionaliza.
Billeteras virtuales y salarios
La reforma laboral habilita el pago de salarios a través de billeteras virtuales privadas, como Mercado Pago o Ualá, y elimina el derecho del trabajador a exigir el cobro en efectivo. El salario, históricamente protegido como ingreso alimentario, ingresa de lleno al circuito financiero digital.
El cambio abre interrogantes relevantes. A diferencia de los bancos, las billeteras virtuales no están plenamente alcanzadas por la Ley de Entidades Financieras ni cuentan con garantías del Banco Central. Los fondos depositados no gozan del mismo nivel de protección.
Además, el salario deja de ser solo remuneración para convertirse en activo financiero: se incentiva su uso como saldo, medio de pago, instrumento de crédito o inversión. El ingreso del trabajador pasa a generar rentabilidad para intermediarios privados.
La norma tiene ganadores claros. Las plataformas de pago buscan captar salarios, jubilaciones y planes sociales, ampliando su base de usuarios y su volumen de negocios. El trabajador, en cambio, asume nuevos riesgos sin beneficios evidentes.
La financiarización del salario no es un detalle técnico: implica una transformación profunda en la relación entre trabajo, dinero y sistema financiero, con consecuencias aún difíciles de dimensionar.
Derogación de estatutos históricos

Durante décadas, el derecho laboral argentino combinó una ley general -la Ley de Contrato de Trabajo- con estatutos profesionales específicos, diseñados para actividades con dinámicas propias. La reforma laboral impulsada por el Gobierno avanza ahora sobre ese esquema y deroga de manera directa varios estatutos históricos, un cambio que pasó casi inadvertido en el debate público pero que implica una pérdida sustantiva de derechos.
Entre los regímenes eliminados se encuentran el Estatuto del Periodista Profesional, el Estatuto del Viajante de Comercio, el del Peluquero y el de Choferes Particulares, entre otros. A partir de la reforma, estas actividades quedan regidas únicamente por la Ley de Contrato de Trabajo (LCT), perdiendo regulaciones específicas sobre jornada, estabilidad, remuneraciones, viáticos, zonas de trabajo o condiciones especiales de prestación.
En el caso del periodismo, por ejemplo, el estatuto contemplaba particularidades de la tarea informativa: jornadas irregulares, trabajo nocturno, estabilidad reforzada y reglas propias de despido. Su derogación implica una homogeneización a la baja, que desconoce la especificidad de la actividad y expone a los trabajadores a mayor precariedad. La lógica es clara: eliminar derechos diferenciados en nombre de la simplificación normativa.
El problema es que esa simplificación no es neutral: borra conquistas construidas durante décadas de negociación y conflicto sectorial. El retroceso es silencioso, porque no se presenta como ajuste, sino como ordenamiento. Pero en los hechos implica una regresión histórica del derecho laboral argentino, que deja de reconocer que no todos los trabajos son iguales ni enfrentan los mismos riesgos.
Impacto federal: Misiones, entre las provincias que pierden recursos

La reforma laboral no se agota en la redefinición de derechos, condiciones de trabajo y relaciones sindicales. Su alcance es más amplio y menos visible: tiene un impacto fiscal directo sobre las provincias, que verán reducidos sus recursos en un contexto de ajuste, caída de la actividad y mayores demandas sociales.
Uno de los ejes menos discutidos del paquete de reformas es la reducción de la alícuota del Impuesto a las Ganancias de Sociedades, una medida presentada como incentivo a la inversión privada, pero que afecta de manera inmediata la recaudación nacional y, por extensión, la coparticipación federal.
Según las estimaciones del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), la caída de la recaudación por este concepto se traduce en una merma promedio del 2,7% de los fondos coparticipables para las provincias.
En ese mapa, Misiones aparece entre los distritos más perjudicados, con una pérdida estimada del 2,4%, por encima de varias jurisdicciones de mayor peso económico.
Menos recursos en una provincia dependiente del gasto público
El impacto no es menor si se observa la estructura económica de Misiones. Se trata de una provincia con fuerte peso del sector público, elevada participación del empleo estatal y una economía regional atravesada por actividades primarias, comercio y servicios, altamente sensibles a los ciclos económicos.
La coparticipación constituye una porción clave del financiamiento provincial. Una reducción de ese flujo implica menor margen fiscal para sostener políticas públicas, en un escenario donde la demanda social tiende a crecer: caída del empleo privado, pérdida de poder adquisitivo y aumento de la informalidad.
En términos concretos, menos recursos nacionales condicionan la capacidad de la provincia para invertir en salud, educación, infraestructura, asistencia social y políticas de empleo, áreas que suelen absorber el impacto de los ajustes fiscales.
La paradoja del ajuste territorial
La reforma laboral y fiscal plantea una paradoja evidente. Mientras se reducen impuestos al capital, se alivian contribuciones patronales y se crean regímenes de incentivo con fuerte costo fiscal, las provincias enfrentan una restricción creciente de recursos.
El ajuste no desaparece: se traslada al territorio. En lugar de concentrarse en el presupuesto nacional, se distribuye de manera desigual entre jurisdicciones, profundizando las asimetrías regionales.
En provincias como Misiones, donde el Estado cumple un rol central como empleador, regulador y dinamizador de la economía, esta combinación de reforma laboral y recorte fiscal aumenta la vulnerabilidad estructural.
Reforma laboral, reforma fiscal y modelo de país
El informe del CEPA advierte que la reforma laboral no puede analizarse de manera aislada. Forma parte de un programa más amplio que incluye reducción de impuestos progresivos, beneficios a grandes empresas y un repliegue del Estado en su rol redistributivo.
Desde esta perspectiva, el impacto federal no es un efecto colateral, sino una consecuencia lógica del modelo. Al debilitar los ingresos provinciales, se limita la capacidad de los gobiernos locales para amortiguar los efectos sociales de la flexibilización laboral.
Mayor presión social
En el corto plazo, la combinación de menos recursos coparticipables, empleo privado en retroceso y derechos laborales debilitados plantea un escenario complejo para Misiones. La presión sobre el gasto social tiende a aumentar al mismo tiempo que se reduce el margen financiero para afrontarla.
La reforma, presentada como una herramienta para dinamizar la economía y generar empleo, no garantiza una mejora en el interior del país. Por el contrario, corre el riesgo de profundizar desequilibrios y trasladar el costo del ajuste a las provincias.
En la tierra colorada, como en buena parte del país, el debate sobre la reforma laboral excede el ámbito del trabajo. Es también una discusión sobre federalismo, recursos y capacidad de desarrollo, en un contexto donde las decisiones nacionales tienen impactos cada vez más directos en la vida cotidiana de las economías regionales.
Leé el informe completo de CEPA aquí 👇
2025.12.16 - La precarizacion Avanza - Analisis de la Reforma Laboral - Diciembre 2025





