Claudia Olefnik
Artista plástica
Whatsapp
0376-4720701
Hay algo profundamente humano en las manos. Pienso en eso cada vez que entro al atelier y las veo moverse, trabajar, mancharse, crear. Manos que mezclan colores, que alisan lienzos, que sostienen pinceles como si fueran extensiones del alma. Hay en ellas un lenguaje silencioso que no necesita palabras: hablan a través del gesto, del trazo, de la huella que dejan. Me gusta observarlas cuando todo empieza. Alguien toma el pincel con timidez, otra persona acomoda la paleta, alguien más da el primer trazo y sonríe sin decir nada. Las manos se van soltando, como si recordaran algo que sabían desde siempre. En el taller, el tiempo se detiene y lo cotidiano se transforma.
A veces pienso que lo que hacemos en el atelier no es solo pintar: es aprender a escuchar nuestras propias manos. Ellas saben más de lo que imaginamos. Guardan memorias, emociones, cansancios, sueños. Cuando tocan el lienzo, se desahogan. Lo que no se dice con la voz, se dice con color.
Cada tarde, entre charlas y mates, el taller se llena de sonidos que no vienen solo de los pinceles. Son risas, conversaciones suaves, silencios que acompañan. Hay un clima que no se impone, simplemente nace. Y ahí están ellas: las manos que pintan, que limpian, que sostienen un mate, que buscan apoyo en otra mano vecina. Cada una tiene su ritmo, su historia, su manera de transformar lo que toca. Las obras que nacen en el atelier no son solo cuadros: son fragmentos de esas manos que se animaron. Algunas avanzan con precisión, otras con intuición, y todas dejan una marca. Me emociona ver cómo un trazo que parecía inseguro se convierte, al cabo de unas semanas, en una imagen que respira. Detrás de cada pincelada hay horas de práctica, pero también confianza, entrega y amor.
Cuando me detengo a mirar el espacio desde un rincón, veo más que colores y formas. Veo un entramado de gestos que se cruzan, se acompañan y se complementan. No hay jerarquías entre las manos: todas son necesarias, todas tienen algo que decir. Algunas construyen luces, otras sombras; unas detallan, otras expanden. Pero juntas crean una armonía que solo el arte puede explicar. Pienso que, de algún modo, cada uno de nosotros viene al atelier buscando eso: reconectar con sus propias manos. En un mundo que nos empuja a correr, a mirar pantallas, a tocar sin sentir, el arte nos devuelve la posibilidad de crear con el cuerpo, de volver al contacto real, de recuperar el sentido.
A veces me quedo después de clase, cuando el silencio vuelve y las luces del taller se apagan de a poco. Miro los caballetes, las paletas, los frascos con pinceles. Todo parece quieto, pero sé que algo quedó vibrando. Son las manos, las que crearon, las que dejaron algo de sí en ese espacio.
Las manos que crean son, en el fondo, las que también transforman la vida. Y cada una de ellas, al moverse sobre el lienzo, nos recuerda que estamos hechos para eso: para dejar una huella, para construir belleza, para tocar el mundo con lo que llevamos dentro.








