El domingo 26 de octubre fue un día de luto, que se hizo presente en el alba de aquella jornada de elecciones para apabullar los corazones de la provincia de Misiones: la Tragedia del Yazá.
Eran las 4.30 de la madrugada de un domingo neblinoso tras el paso de lluvias cuando todo comenzó. Un colectivo con un contingente de casi 40 personas fue chocado adrede por un auto Ford Focus, despistó sobre la ruta 14 y derrapó sobre el puente del arroyo Yazá, en Campo Viera. Con el correr de las horas, entre gritos, corridas y sirenas, la cifra de fallecidos llegó a nueve y los heridos a 29.
Aquel día de luto para propios, conocidos y extraños al hecho, también fue un día milagroso, de volver a nacer para otros, como Gustavo Ezequiel Báez (31), quien fue uno de los sobrevivientes del accidente. Semanas atrás se conoció el testimonio conmovedor de Yasmin Fernández, quien estaba en el colectivo aquel fatídico día y desinteresadamente, con lesiones y miedo, atinó a meterse al agua fría y rescatar a una persona mientras se ahogaba. Esa persona era Gustavo.
El joven fue uno de los que más grave estuvo: sufrió la rotura de tres cervicales y el fémur, estuvo más de dos semanas en terapia intensiva. Hoy de alta, en su casa, conmovió con su relato de lo ocurrido y el rol fundamental que tuvo la joven estudiante para salvarle la vida.
“Lo único que me quedaba es morir”

“Todo empezó más o menos como un viaje cualquiera”, relató Gustavo. Había salido de su casa rumbo a la terminal de Oberá para viajar ligero, pensando solo en volver para trabajar en la votación y ejercer su derecho al voto. “Llegué como un día cualquiera, esperé y me subí como cualquier otro día. En ese momento subieron unas 30 personas más o menos, porque después agarrando la ruta en el supermercado Austral subieron un par de personas más. Y bueno, ahí me puse a dormitar como todo los viajes”, comenzó contando.
“Pasaron unos 20 minutos, 30 y seguía dormitando hasta que sentí el impacto, el primer impacto… golpeé mi cabeza contra el techo”. En ese instante, sintió el primer hormigueo en sus brazos que luego “ya se inutilizaron las dos manos, no podía mover”. Miró hacia adelante y vio al colectivo perder control. “Lo único que veía era que serpenteaba… estaba viendo el borde del puente. Sentí el otro golpe y ahí supe que iba a caer del puente”, recordó.
Báez contó que mientras caía contó “unos 5 o 6 segundos” hasta sentir el impacto contra el agua, que lo dejó inconsciente unos minutos, segundos, no recuerda. Al despertar, su cuerpo no respondía: “Intentaba moverme con todas mis fuerzas, pero no podía hacer ni el mínimo movimiento”.
El agua comenzó a subir dentro del colectivo. “Comencé a sentir el agua en mi espalda y después hasta mi cuello. Mi primera reacción fue tomar aire… cuando ya me sumergió todo el agua, me arrastró… no sé por dónde salí”. En la superficie apenas logró respirar antes de hundirse nuevamente. “Intenté flotar como cualquier persona en el agua, pero no me podía mover. Entonces dejé de luchar y dije: ‘Bueno, acá ya no puedo hacer más nada… lo único que me queda es morir’, porque yo estaba girando debajo del agua”.
En medio de esa desesperación, escuchó una voz: “Escuché una voz, preguntaba si estaba bien, pero no sé a quién le hablaba, yo tenía mis oídos tapados”. En ese momento, sintió una mano que lo agarró del brazo: “Cuando sentí su mano bajo mi brazo ya me empezó a arrastrar un poco a la superficie y ahí pude respirar”. Su primera frase fue inmediata: “Mil gracias, me salvaste”.
Yasmin, a quien nunca había visto en su vida, se quedó con él en todo momento. “Ella me preguntó si estaba bien y yo le dije que no, por lo visto me había roto o lastimado la columna, que no sentía nada de mi cuerpo y que si no fuera por ella obviamente iba a estar mal. Me dijo ‘no pasa nada, yo estoy acá para ayudarte’. Me consoló y estuvimos un rato sumergidos porque ella tampoco tenía suficiente fuerza como para sacarme del agua. Estuvimos no sé cuánto, 10 minutos hasta que empecé a recuperar un poco la fuerza, mi pierna izquierda no sentía, mi brazo izquierdo no sentía, casi nada. Y mi mi pierna y mi brazo derecho sí, entonces le dije ‘ya que estoy sintiendo un poco el brazo, te puedo ayudar a sacarme un poco del agua’, porque tenía mucho frío y esos 10 minutos igual fueron bastante difíciles porque escuchaba sonido de ahogo, gente pidiendo ayuda, una pareja que gritaba ‘¡amor!’ en medio de la oscuridad y nosotros miramos por todos lados”, dijo.
Mientras, Yasmin le hablaba a una chica que estaba también atónita en un costado, que podía respirar apenas. “Entonces, me dijo ‘sí, ayúdame porque tengo pocas fuerzas’. En ese momento me patiné en la tierra abajo el agua y pudimos salir un poco, por lo menos mi torso, y ahí me di cuenta que aparte de mi columna, se ve que tenía el fémur roto, porque se balanceaba. Y le dije a ella también, ‘creo que tengo la pierna rota’ y me dijo ‘me quedo con vos’. Ahí me sostuvo hasta que pasaron más o menos unos 20 minutos. Había unos sonidos por el monte, creo que era el chofer del colectivo que salió a buscar ayuda arriba y por suerte encontró un teléfono en el medio de la calle. No sé de quién era y pudo llamar”, rememoró el joven estudiante.
Aunque también estaba lastimada, lo sostuvo durante los minutos más críticos: “Para ser una persona que nunca conocí, parecía que me estaba esperando nomás esa noche”, resaltó Báez.

Mientras escuchaban gritos, pedidos de auxilio y los sonidos de personas que ya no respondían, ella lo consolaba y buscaba ayudar a otros. Con una linterna prendida del celular de Gustavo, que le sacó del bolsillo, intentaba ubicar sobrevivientes en la oscuridad. “Trataba de dar consuelo, mostrar que estábamos ahí para ayudar, por lo menos ella, porque yo estaba sin poder moverme, sin poder hacer nada. Ella estaba martirizada porque quería ayudar más. Y le dije, ‘no te martirices al pedo porque sin ver nada tampoco podés hacer mucho y si querés obviamente podés dejarme acá y podés ir a ayudar a la otra persona’. Pero pensó bien y dijo ‘no, vos me necesitás ahora y me voy a quedar con vos'”, contó. Así, Yasmin se quedó con Gustavo hasta la llegada de los primeros bomberos.
La llegada de los rescatistas trajo algo de alivio. Los rescataron entre la neblina, el frío y el terreno resbaloso aquel domingo de elecciones. “Me encontraron uno de los primeros… ‘se ve que lastimaste tu columna, así que no te vayas a mover. Hizo bien la chica en bajarte el cuello, me dijo, porque podría ser peor’. Me puso el cuello ortopédico, ahí sentí un poco de dolor. La pierna ya estaba acostumbrada al dolor porque dolía intensamente porque estaba roto mi fémur. Me puso en la camilla de madera y ahí estuve esperando hasta que rescataran a las otras personas. Conmigo se quedó Yasmin, o sea, en un momento se levantó para ayudar, pero le dijeron que no, que ella también estaba accidentada, que tenía algunas lesiones, leves, pero no sabían que tan grave podrían ser las heridas internas, entonces se quedó conmigo hasta el momento en que decidieron sacar la mayoría porque eran muchos los accidentados”, expuso. Encontraron creo que varios cadáveres ahí. Nosotros escuchamos por lo menos un par que se apagaba directamente en el agua: eran sollozo, burbujeos y después nada. En un momento cuando empezó a amanecer parece que todo descubrieron que llegaba la ayuda y se callaron la mayoría de las personas, esperaban que le rescaten nomas. Escuchaba dentro del colectivo algunos que estaban todavía golpeteando el metal para que les ayuden.
Después pasaron ya casi 40 minutos. Me sacaron hasta arriba, era muy difícil porque la pendiente era bastante empinada. Me sacaron entre cuatro más o menos, estirándome con correa y agarrándome apenas porque también estaba muy resbaloso el lugar.
El testimonio de Báez revela la crudeza del escenario. Mientras esperaba en la camilla a ser llevado hacia arriba del puente, contó que “ahí encontraron varios cadáveres. Nosotros escuchamos por lo menos un par que se apagaba directamente en el agua: eran sollozos, burbujeos y después nada”, explicó. Dentro del colectivo también escuchaban golpes desesperados contra el metal.

El miedo, la rehabilitación y la ayuda solidaria
Tras el riesgoso rescate, que incluyó varios bomberos llevando la camilla cuesta arriba, en un terreno pantanoso hacia el puente donde esperaban las ambulancias, Gustavo fue derivado a Oberá y luego a Posadas, porque anteriormente, en Campo Viera, “no hay lugar, son muchos los accidentados”, le dijeron. “Entonces ahí dije ‘bueno, ya está, tengo que esperar nomás’. En ese momento creo que me dijeron que tenía fractura de clavícula -que resultó no ser- y tenía roto el fémur. El fémur sí estaba roto, ahí recién vi estaba aparte de hinchado, estaba azul todo mi cuerpo” .
“En todo ese trayecto estaba Yasmin al lado mío, ella me dijo que no quería separarse. Por la dudas, ella estaba asegurándose de que yo esté bien y la verdad que agradezco a una chica que no conocí, que en ese momento tampoco iba a viajar, dijo, simplemente porque estaba despierta le tocó viajar y por suerte también. Es una desgracia, pero dentro de todas las desgracias yo creo que la mayor de las suertes, todo lo que pasó”, expresó con emoción el joven.
El estudiante partió desde Oberá a Posadas en ambulancia, y pudo observar a familiares, amigos, compañeros y directivos de la Facultad con mucha preocupación por él y el resto de las víctimas de siniestro. “Me asignaron una médica para que me vaya acompañando y a mi hermana, que ella es trabajadora de la salud. Y ese camino fue bastante largo, estaba angustiado, con miedo obviamente, como la mayoría de las personas. Y mi hermana también obviamente porque me empezó a hacer preguntas para ver si yo estaba un poco lúcido, si estaba atónito, o había perdido el centro por así decir, pero estaba bastante lúcido. Lo único que me decían todos que no me duerma, no tenía ganas de dormir ni se podía en ese momento, la adrenalina era bastante alta. Lo que tenía era miedo”, confesó el joven.
En el Madariaga confirmaron sus lesiones: fractura de fémur, daño en cervicales C3 (la más grave), C4 y C5 y lesión en el acetábulo. “Tengo la mitad del cuerpo dormido aún”, describió desde su casa, donde continúa su rehabilitación.
Sobre la intervención en la columna y la recuperación, contó que la complicación más grave se dio en el cervical C3, que podría dejarlo paralizado de por vida, “porque controlaba el área de respiración, órganos internos, así que si estaba dañado ese podría no solo quedar inmóvil, sino que también iba a tener problemas de respiración, aparte iba a necesitar oxígeno por día, y todo tipo de medicación por los órganos internos que iban a estar dormidos y inutilizados directamente”, contó.
Dos días después tuvo la compleja operación. “Yo no sentía todavía mi cuerpo, pero ya me dijeron que me habían operado, sentía el cuello nomás un poquito incómodo, tenía la incisión de la operación. Tras una segunda cirugía, por el fémur roto, Gustavo intercaló entre terapia intensiva y sala común, debido a complicaciones. El 12 de noviembre fue dado de alta domiciliaria. “Después de eso fue recuperación, medicamentos, intervenciones todos los días”, recordó.
“Ya estoy en casa. Por suerte vinieron los de la municipalidad (de Oberá) a arreglar la entrada. La movilización que tengo es la silla de rueda. Ya estando acá empecé kinesiología con ayuda, obviamente, de mucha gente que conozco y otras que no conozco”, explicó.
Sin obra social y con tratamientos costosos, la familia y amigos organizaron ventas y colectas: “Kinesiología ocupa gran parte de mi tiempo… todavía no puedo agregarle carga a la pierna”, dijo y agregó que “la ayuda que manda la gente cubre todos los gastos… gente que ni siquiera conozco decidió ayudarme porque sí”, agradeció profundamente.
También destacó a quienes lo acompañaron desde el primer momento: sus hermanos, amigos, compañeros de la facultad, el intendente y el personal de salud, pero “principalmente a Yasmin… sin ella yo iba a estar muerto directamente”, resaltó.
Báez remarcó una y otra vez el rol fundamental de la joven que lo rescató y permaneció con él desde el agua hasta su traslado a Oberá en la ambulancia, consolándolo y sin despegarse de su lado. “La que inició la cadena de gente solidaria fue sin duda ella, porque fue la primera que tuvo un gesto desinteresado cuando yo ya perdí la fe, cuando ya perdí la esperanza, y ella se aferró a eso y con eso pudo salvarme. Ya lo que pasó después fue una cadena de buenas personas y por eso estoy mil veces agradecido”, agradeció.
Gustavo cerró su testimonio con una reflexión que conmueve: “No sé cómo agradecer a tantas personas que te ayudaron desinteresadamente. Lo único que queda es vivir la vida lo mejor que puedo y agradecer un poquito cada vez que pueda”.







