
La ecoansiedad, tal como la han conceptualizado autores como Lapaige, Albrecht, Clayton, Pihkala y los trabajos contemporáneos sobre jóvenes de Caroline Hickman, encuentra en las revisiones latinoamericanas -entre las que destacan aportes recientes de Tamara Hoffmann y colegas- una lectura que integra lo psicosocial con lo político y lo cultural.
En este marco, la angustia climática no es solo una respuesta cognitiva, sino también una experiencia encarnada y situada, se expresa de modos distintos según las desigualdades sociales, las historias comunitarias y las relaciones locales con la tierra.
Las autoras latinoamericanas subrayan que la ecoansiedad se entrelaza con vulnerabilidades sociales, pérdida de territorios y saberes, y que, por eso, sus salidas deben ser comunitarias y contextualizadas.
Una comprensión integradora parte de la premisa de que el ambiente externo no es ajeno al mundo interior: el paisaje social y ecológico refleja nuestras tramas afectivas, estructuras de cuidado y modelos de convivencia. Somos, a la vez, el medio y los organismos que lo habitan; nuestras prácticas relacionales con la naturaleza modelan los ecosistemas tanto como los ecosistemas moldean nuestras emociones.
Decir que “somos el medio” implica tomar responsabilidad activa: la degradación ambiental acarrea heridas colectivas que se manifiestan en formas de duelo, rabia y parálisis -la ecoansiedad-, y esas mismas heridas requieren prácticas regenerativas que actúen sobre el cuerpo social y el cuerpo individual.
La transición de la ecoansiedad a la ecosanación exige una doble transformación: interna -gestionar las emociones, las narrativas y las rutinas que alimentan la reactividad- y externa, recuperar modos de vida que restauren suelos, aguas, bosques y vínculos comunitarios.
Esta transformación no es un proyecto meramente técnico; es una labor cultural que devuelve sentido mediante la reconstitución de vínculos significativos con el lugar. La ecosanación se logra cuando las prácticas cotidianas regenerativas se vuelven vehículos de sanación neuropsicológica: cultivar con otros disminuye la soledad ecoexistencial; aprender o recuperar saberes tradicionales ofrece anclaje y continuidad; el arte y el juego en la naturaleza reabren la capacidad de asombro y pertenencia.
En la región, proyectos e investigaciones que proponen revincular personas y territorios destacan estrategias concretas: rescate de saberes ancestrales, programas de educación ambiental que incorporan cosmologías locales, actividades artísticas y deportivas en espacios naturales, y fomento de la ciencia ciudadana.
Estas intervenciones generan efectos múltiples: restauran funciones ecológicas, reafirman identidades colectivas y proveen canales prácticos para transformar la impotencia en agencia compartida. En comunidades donde la pérdida ha sido profunda, las prácticas rituales y el cuidado intergeneracional actúan como puente entre debate y acción.
La Universidad Nacional de Misiones y Casa Latina ejemplifica este enfoque integrador mediante investigaciones y programas que exploran maneras de revincular a las personas con su entorno. Investigadores y equipos interdisciplinarios en la Universidad trabajan con comunidades locales para documentar y revitalizar saberes sobre plantas medicinales, para promover salud mental y cohesión social; y apoyan iniciativas de restauración ecológica participativa.
El camino práctico desde la ecoansiedad a la ecosanación pasa por cultivar rituales de cuidado: encuentros comunitarios en los que se comparten conocimientos, tiempos de trabajo conjunto en huertas y bosques, espacios artísticos que articulen la emoción con la creatividad, y políticas locales que protejan territorios y dignifiquen saberes ancestrales. Al mismo tiempo, el fortalecimiento de redes de apoyo psicosocial permite contener la intensidad emocional que despierta la emergencia ecológica.
En síntesis, la literatura mundial y las revisiones latinoamericanas convergen en una idea central: la angustia climática es una señal de un vínculo roto. Reconocer que “somos el medio y somos el ambiente” transforma la sensación de impotencia en responsabilidad compartida. La ecosanación se vuelve posible cuando se combinan el trabajo emocional con prácticas regenerativas ancladas en saberes locales, arte, deporte y ciencia ciudadana.





