
Caminamos por la vida muchas veces preocupados, pensando en el futuro, perdiéndonos el presente. Mientras lo hacemos, una voz interior nos susurra: “Vuelve a tu origen”.
Cuando nos afligimos, sentimos que nuestro cuerpo se agita, nos duele el pecho, nos falta el aire, es porque estamos olvidando quiénes somos.
Estamos olvidando que no estamos solos, que hay una fuerza superior que lo guía todo, una luz infinita de amor que ama cada parte nuestra y cree en nosotros.
Sin embargo, en el día a día, muchas veces olvidamos nuestro origen, nuestra fuerza creadora, y pretendemos resolver las cosas sin ponerlas en sus manos, sin pedir dirección.
Volver a nuestra fuente creadora nos da la fuerza, la dirección y la esperanza que estamos necesitando. Cuando entendemos que somos hijos de Dios, que nuestro origen es divino, comprendemos que somos parte de Él en la tierra, que nunca estamos solos, y si lo ponemos a Dios primero, Él guía nuestro camino.
Si cuando tenemos un problema, hablamos con Dios, pedimos su orientación, le decimos que no sabemos manejar esa situación que atravesamos, Él buscará la manera de acomodar las cosas, y nosotros sentiremos que Dios está actuando. Cuando queramos hacer un cambio y el miedo quiera paralizarnos, volver a nuestro origen nos hace recordar que venimos de Dios, que somos valientes, que Dios nos sostiene.
Volver a nuestro origen es conectar con nuestra fuerza creadora que vive en nuestro interior y podemos hacerlo simplemente hablándole con el corazón.
Salirnos de la prisa diaria, y tener un momento al día para encontrarnos con Él, contarle de nuestras alegrías y agradecer sus bendiciones, compartir nuestras preocupaciones y poner en sus manos lo que no sabemos cómo manejar.
Dios nos ama y nos escucha siempre, aunque a veces sus tiempos no son los nuestros. Él, en su sabiduría, no siempre nos da lo que pedimos, pero siempre nos da lo mejor para nosotros.
Cuando sientes que tu identidad es ser hija o hijo de Dios, ya nunca caminarás solo.





