El desafío científico que captó atención mundial durante la expedición submarina del CONICET en el Cañón del Mar del Plata, ya no está en el medio del Atlántico Sur, sino en un punto neurálgico de la tierra colorada: el laboratorio del Grupo de Investigación en Genética de Moluscos (GIGeMol) del Instituto de Biología Subtropical (IBS-UNaM-CONICET).
Allí, durante su estadía científica, la doctora en Ciencias Naturales, Noelia Carolina Sánchez, trabajó codo a codo con el equipo local, liderado por los doctores Ariel Beltramino y Roberto Vogler, procesando el material genético de caracoles carnívoros de aguas profundas.
Esta colaboración es el puntapié de un esfuerzo épico, que se gestó durante la hiperviral odisea, ya que permitió la obtención de muestras de tejidos frescos y de alta calidad, un paso esencial y primario para descifrar los secretos del ADN de la biodiversidad marina argentina e incluso, a futuro, registrar nuevas especies.
En paralelo, lo recolectado podría permitir seguir buscando aplicaciones farmacológicas de las toxinas de esos caracoles para tratar enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson.
“La misión fue un premio a diez años de espera, porque ya habíamos ido al mismo lugar durante las campañas Talud Continental I, II y III. Mi objetivo primordial era estudiar los caracoles de la superfamilia Conoidea (que poseen venenos para cazar a sus presas), obtenerlos con vida y en perfectas condiciones genéticas”, contó Sánchez a PRIMERA EDICIÓN, tras una invitación para recorrer el laboratorio y conocer parte de la tarea.
Durante la charla, la científica explicó que el acceso a la campaña Talud Continental 4, a bordo del buque Falkor (too) del Schmidt Ocean Institute, fue posible gracias a un proyecto presentado a través de GEMPA, un grupo de estudio del mar profundo de Argentina.
Al mismo tiempo, la travesía le permitió avanzar con el proyecto conjunto con los investigadores de GIGeMol, en el marco de una subvención de National Geographic para estudiar genéticamente esos caracoles.
“La particularidad que tuvo esta campaña es que contamos con el robot submarino ROV, un vehículo operado remotamente, que nos permitía ver en vivo y en directo lo que íbamos observando”, prosiguió Sánchez, al describir la proeza que “enamoró al mundo” por lo que se pudo presenciar en el streaming.
Le permitió obtener organismos sin que murieran durante el ascenso desde las profundidades, garantizando muestras de ADN íntegras.
A su vez, para el equipo misionero, contar con material “fresco, recién recolectado” fue el premio a un trabajo planificado, motivado por experiencias previas donde el ADN obtenido era de baja calidad.
La nueva fase de campo fue el primer escalón de una carrera de obstáculos, según Vogler: “El primer desafío que tuvo Noe fue embarcarse; el segundo, que se vieran los organismos; el tercero, colectar el tejido y que los bichos no suban muertos, porque el ADN se empieza a degradar”.
Luego, la científica procesó el material en Misiones, en la primera etapa de obtención y análisis genético.
Vogler destacó que los resultados iniciales del ADN son prometedores, ya que el proyecto se vincula directamente con la biodiversidad, la biogeografía y la salud humana.
“Aparentemente logramos la extracción de ADN de distintas especies. Algunas conocidas y otras potencialmente nuevas para la ciencia”, celebró Sánchez.
“Primero debemos conocer las especies y determinar cuáles son nuevas; después, analizar cómo se relacionan con otros organismos y si usan las corrientes marinas. Así sabremos si lo que tenemos en el Atlántico Sur está vinculado con Australia o América del Norte”, explicó.

Las otras líneas de investigación
Si bien el estudio directo del potencial farmacológico del veneno (las toxinas que utilizan estos caracoles para cazar) es una línea que sigue el doctor Matías Giglio en Utah, la labor de Sánchez y GIGeMol es la piedra angular.
La extracción y el análisis genético son el paso esencial para cualquier estudio posterior, incluido el de las toxinas, cuyo potencial médico en enfermedades neurológicas es reconocido globalmente. Por eso, la colaboración entre las universidades participantes tiene un horizonte de largo aliento.
“Esto es el puntapié inicial”, reiteraron ambos, “porque el proyecto… si bien es de un año, los datos que se obtienen son de un volumen muy grande”.
Vogler estimó que el material recolectado implicará diez años más de trabajo conjunto.
La identificación de una nueva especie se realiza mediante un proceso doble: los estudios morfológicos (conchas, sistema reproductor) que Sánchez desarrolla junto al doctor Guido Pastorino del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, y los análisis genéticos comparativos.
“Si no hay ‘match’ con lo existente, el ADN nos está diciendo que esto es una especie potencialmente nueva”, detalló Vogler.
Ese hallazgo disparará un proceso de publicación, descripción detallada y depósito del material en un museo antes de su confirmación.
“Ahora vamos a obtener los datos del trabajo de laboratorio; a futuro hay mucho tiempo de análisis en computadora, con programas, revisando ese ADN”, dijo Sánchez.
“Principalmente nos permitirá saber qué es lo que habita en nuestro mar. Eso es clave. Tenemos que hacer estudios integrados de morfología y genética para poder tomar medidas de conservación”, concluyó.
Por su parte, Vogler trajo la mirada de la conservación marina al ámbito fluvial: “Teniendo a Noelia acá, uno quiere pensar que una exploración similar podría hacerse en el río Paraná. De nuestro río aún hay mucho por conocer y proteger, tanto en especies endémicas como invasoras”, subrayó.




