El Gobierno se dispone a cerrar el año con una jugada parlamentaria que puede definir buena parte de su 2026. La decisión de convocar a sesiones extraordinarias en diciembre combina pragmatismo político y necesidad institucional: el Presupuesto 2026 y la reforma laboral concentran, en partes iguales, la agenda económica y la pulseada legislativa que marcarán el rumbo del oficialismo.
La Libertad Avanza, fortalecida tras las elecciones, pasará a tener un bloque sustancialmente más amplio en Diputados. Esa nueva composición otorga al Ejecutivo mejores condiciones para negociar y evitar que el debate quede bajo control de la oposición, que ya había fijado su propio calendario de tratamiento.
La reforma laboral, por su parte, aparece como el segundo gran frente. El Gobierno busca incluirla en el temario de extraordinarias no tanto para lograr una aprobación inmediata, sino para dar una señal política: mostrar voluntad de avanzar en cambios estructurales. Aun así, la propia administración reconoce que su discusión podría extenderse hasta febrero o marzo, según el nivel de consenso que logre alcanzar con los distintos bloques y actores sociales.
La convocatoria a extraordinarias no es un simple trámite parlamentario. Es un gesto que intenta ordenar la dinámica política hacia fin de año, evitar votaciones con la composición saliente y encarar el 2026 con un paquete normativo acorde al nuevo escenario. En ese movimiento, el Gobierno busca consolidar vínculos con gobernadores no alineados con el kirchnerismo y tejer una red de apoyo que le permita avanzar sin sobresaltos.
Esa estrategia, sin embargo, conlleva riesgos. Posponer el tratamiento del Presupuesto puede generar incertidumbre entre los sectores que dependen de las previsiones fiscales, mientras que la eventual reforma laboral podría abrir un nuevo frente de debate con sindicatos y opositores.
Aun así, el llamado a extraordinarias puede leerse como un intento de institucionalizar la agenda libertaria dentro de los mecanismos clásicos del sistema político. En lugar de forzar rupturas, el Gobierno parece optar por capitalizar los resultados electorales para ganar tiempo y volumen legislativo. En suma, la convocatoria que prepara el Ejecutivo sintetiza la tensión entre urgencia y prudencia: consolidar el poder sin perder capacidad de diálogo, mostrar iniciativa sin acelerar los conflictos. De cómo se resuelva esa ecuación dependerá el tono político y económico del próximo año.





