Muchos no recuerdan, pero Misiones tuvo su “primera y única” Escuela de Paracaidismo que generaba una particular adrenalina entre quienes realizaban los saltos y se convertía en un espectáculo para quienes, domingo a domingo, concurrían al viejo Aeroclub a observar a los que se “eyectaban” desde el emblemático avión Aravá.
Alfredo “Neco” Agüero y Alberto José “Negro” Benítez son paracaidistas deportivos que formaron parte de la institución posadeña, que comenzó a gestarse allá por 1980, y que estuvo vigente por unos cinco años hasta que fue clausurada a causa de un accidente fatal ocurrido el 23 de abril de 1989.
Con nostalgia, recordaron que la Escuela de Paracaidismo surgió tras la llegada del instructor de paracaidismo y alférez de Gendarmería Nacional, Héctor Sticca, quien reside en Córdoba.

“Como yo era piloto, iba al Aeroclub, nos relacionamos, nos reunió y nos propuso hacer un club. Lo conformamos entre cuatro o cinco, tenía personería jurídica y cumplía con todas las normativas. Físicamente, se ubicada en el viejo Aeroclub y llegó a tener 17 alumnos. A la mano derecha del hall de entrada, plegábamos los paracaídas y hacíamos todo lo vinculado a la actividad”, evocó Benítez.
Contaron que, para recibirse, para lo que tenía que venir un inspector de Buenos Aires a tomar el examen, “tenías que cumplir los 30 saltos (diez automáticos y veinte comandados). El inspector miraba tu hoja de saltos, tu comportamiento en el parte que firmaba el instructor y te tomaba una prueba, saltando con él, en grupo, o como sea”.

Indicaron que la Fuerza Aérea exigía que activaran la apertura voluntaria a 700 metros y que el paracaídas estuviera abierto a 500 metros de la superficie. De esa manera, “si había una emergencia, se podía activar el protocolo, todo en fracción de segundos, porque se va cayendo a 55 metros por segundo. Son casi 250 kilómetros por hora”.
Para el fin, el Estado provincial les ponía a disposición el avión Aravá, con piloto y combustible. En ese momento, durante el gobierno de Julio César Humada, el odontólogo Federico Ennio Lujan era el director de Aeronáutica. Cuando el Aravá no estaba disponible, entre todos los integrantes alquilaban una aeronave del Aeroclub local.

Inesperado final
Lamentaron que las actividades terminaran abruptamente a causa de un accidente fatal. Explicaron que en paracaidismo se salta con un paracaídas principal y uno de reserva. “El principal es el primero que abre el paracaidista. Si llega a tener una falla, puede desprenderlo, dejarlo ir, y abrir el de emergencia.
Quiere decir que existe una posibilidad más. La chica tuvo algún problema y no lo pudo resolver, no sabemos por qué no accionó el de reserva. No sabemos por qué razón cerraron el club”, añadieron.

Agüero contó que, a raíz de la situación, “sacaron a Sticca el brevet al instructor, no de paracaidista, decomisaron los equipos y cerraron el club. Cuando eso sucedió, de los alumnos no quedó nadie. Hubo como una persecución mediática. Nadie más se acercó, nadie intentó reactivar. Todo quedó en la nada”.
Ambos tenían 30 años cuando comenzaron, ahora continúan saltando, pero no de manera oficial. “Para hacer esta actividad tenés que someterte a un examen psicofísico y psicológico, entonces podés renovar tu carnet. Vamos a un club, pagamos la cuota y podemos saltar. Tenemos el brevet, que sería como tener el carnet de paracaidista. Allí ya no figuro como Alfredo Agüero, soy el 48239 dentro del paracaidismo en Argentina”, aclaró.

Al evocar su primer salto, comentó que “no nos ayudaron con la patada, sino que gritaron ¡dale Neco! Recuerdo que salí al vacío y cuando ya estaba colgado, todo el proceso de apertura y demás, no recuerdo porque la mente hace un bloqueo. Hasta que se abre y tiene sustentación, son unos 200 metros, porque eran saltos automáticos. Hay una cinta que te abre del avión, cuanto cumplís toda la serie de saltos automáticos que te exige la Fuerza Aérea, empieza la apertura voluntaria. Son diez saltos más hasta que venga el inspector. Esa fue mi experiencia. Seguí, me fui ambientando, me fue gustando. Se transforma en adrenalina, algo que necesitábamos y que necesitamos hasta ahora”. Benítez calificó a los primeros saltos como “terroríficos”.
Es que “cualquiera tiene miedo. Las fotos de esos momentos eran con cara de pánico, pero mucho depende de la instrucción. En nuestro caso, como la Escuela era nueva, fue todo en base a experiencias. Había momentos en los que estábamos nerviosos, no teníamos a un psicólogo al lado, no teníamos a gente experimentada, hasta que nosotros nos recibimos y empezamos a invitar a gente de afuera (Chaco, Asunción) porque el avión tenía mucha capacidad”. Fueron a Saltar a Formosa, a Chaco, a Corrientes, siempre con el Aravá.

De esa manera, “empezó a crecer el club y empezamos a ser los verdaderos paracaidistas además de congeniar con la otra gente que tenía mucha más experiencia, como los chaqueños, que nos asistían. De golpe ocurrió el accidente”.
Entre otras travesías, sobrevolaron las Cataratas del Iguazú y saltaron a una distancia prudencial, porque el paracaídas está sujeto al viento. “Hicieron la deriva. Además, no permiten saltar sobre los saltos porque hay térmicas, hay mucha humedad. Había un movimiento grande, lindo. Éramos los únicos en el país que teníamos un avión de estas características para quince o veinte paracaidistas, entonces éramos la atracción del paracaidismo, pedían turnos para venir a saltar, pedían que organizáramos campeonatos, fiestas, todos se querían adherir porque teníamos el club, el aeropuerto, que era un lugar muy despejado y, esencialmente, el avión con mucha capacidad”, graficaron.
Sensaciones fuertes
Sostuvieron que eran actividades con otro tipo de sensación, que eran muy atractivas para la gente de los pueblos a los que iban los sábados o domingos. Los predios se llenaban de vecinos. “Nos invitaban a un festival aeronáutico en Eldorado donde solo había aeronaves, donde podías ver aviones, algunos volando o salir a volar y, de repente, podías observar a paracaidistas, que venían en caída libre y que primero eran un puntito. Entre el público siempre estaba el dilema que, si se abre o no abre. Fueron espectáculos hermosos”, describieron.
Una vez, en Jardín América, por el viento, Benítez terminó en un campo y el instructor, sobre un árbol. Agüero, en tanto, quedó sobre un eucaliptus altísimo, en Apóstoles.
El tema principal era que los equipos les eran donados por otros clubes. “No eran de última generación, como ahora, eran viejos, complicados. Lo atractivo era que tenía un avión a disposición, el gobierno de esa época fomentaba la actividad. Nos ‘obligaba’ a que saltemos. El domingo nos llamaban para decirnos que el avión estaba en marcha”, acotaron entre risas.
Entienden que este deporte “es hermoso y muy seguro, pero oneroso. Un equipo nuevo de alta performance debe estar en los nueve o diez mil dólares, a los usados los venden a cuatro o cinco mil dólares, depende del uso, de la cantidad de saltos. Los equipos se miden en la cantidad de saltos”.
Actualmente no hay apoyo, “no creemos que haya algún tipo de posibilidad de volver a hacer un club, lamentablemente. Y la actividad está resentida en todo el país. Aparte de los equipos, los que hay que adaptarse, hay que tener cierto entrenamiento, es decir, saltar continuamente para estar entrenado. Después, el tema del avión, cuyo combustible es carísimo. Un salto de unos 1.500 metros debe costar unos 250 dólares”, evaluaron.
Por ese entonces, Benítez estaba de novio con quien es su esposa, María Claudia, quien lo acompañaba continuamente. Incluso su madre, Dora, presenció varios saltos suyos. “Es una actividad muy linda que disfrutamos mucho. Si no lo clausuraban, ese Club iba a existir hasta la actualidad y sería grande. Ya tenía 17 alumnos entre varones y mujeres, que eras las que ponían más atención. Recuerdo que al instructor le gustaba dar instrucciones a las chicas porque le prestaban más atención, eran más conscientes de la actividad que iban a hacer. Entendemos que son más corajudas y soportan más el dolor, nosotros somos más arrebatados. En ocasiones muy activos y, a veces, muy inconscientes”, analizaron, quienes se consideran “apasionados”.
“Lo haríamos de nuevo una y mil veces. El amigo del aire es para toda la vida, es muy fuerte el lazo, el vínculo que se crea, es más que un hermano”, sintetizaron quienes como paracaidistas deportivos están aptos para saltar en cualquier lado y para competir.

Otros tiempos
Coincidieron al señalar que desarrollar hoy la actividad “sería fabuloso, primero por la confianza que te dan los equipos de salto, la tecnología en los nuevos instrumentos. En nuestra época existía un artefacto que era automático. Cuando llegabas a cierta altura si no abrías vos, se abría automáticamente, pero como era muy costoso nadie podía tenerlo, se evitarían muchos accidentes en el paracaidismo. Hoy existen equipos inmensamente superiores a los que teníamos nosotros”.
Contaron que “hoy es distinto el entrenamiento, el plegado de los equipos, porque cuando saltas se despliega, y después tener que reducirlo para que entre en una bolsita que cargas en la espalda. Son muchos más livianos, mas prácticos, tienen un sistema de apertura muy rápido. Antes teníamos que hacer tres procedimientos para abrir el de reserva, hoy te limitas a apretar un botoncito”.
“Cada miembro es un timón en el aire. Antes nos decían como hacerlo y practicábamos en el suelo, pero cuando llegábamos arriba había algunos que comenzaban a girar en el aire y no paraban nunca. Por eso hoy saltan dos personas con el alumno y lo van nivelando. Los filman, miran las filmaciones, los corrigen. A nosotros nos dejaban solos”, recordaron.







