Entre Río de Janeiro y São Paulo, el pequeño pueblo costero de Paraty emerge como una de las joyas más buscadas del turismo brasileño para la próxima temporada. Su encanto combina historia, naturaleza y playas casi vírgenes, lejos del bullicio de los destinos más conocidos.
Fundada en el siglo XVII, Paraty conserva un casco histórico que parece detenido en el tiempo: calles empedradas, casonas blancas con balcones de colores y una atmósfera colonial única. El lugar forma parte del patrimonio cultural y natural de la humanidad reconocido por la UNESCO, lo que explica el cuidado con que se preserva su arquitectura y entorno.

El atractivo no se limita al pasado. En los alrededores, más de cincuenta playas se distribuyen entre bahías escondidas y aguas transparentes, muchas accesibles solo por barco o por senderos rodeados de vegetación tropical. Praia Vermelha, con sus arenas claras y su paisaje agreste, es una de las más recomendadas para quienes buscan tranquilidad absoluta. También destacan Praia da Pontal y Jabaquara, ideales para nadar o descansar con vista a las montañas verdes que bordean el mar.
Para llegar, la opción más práctica es volar a Río de Janeiro o São Paulo y continuar el trayecto terrestre, que ronda las cinco horas en auto o bus. Aunque el acceso al pueblo es sencillo, algunas playas requieren embarcaciones o traslados especiales, lo que agrega un toque de aventura al viaje.
Además del encanto natural, Paraty ofrece una vida cultural activa: galerías, talleres de arte, gastronomía basada en frutos de mar y festivales que animan sus calles empedradas durante todo el año. Las excursiones a la selva atlántica completan la experiencia, con rutas de trekking, cascadas y avistamiento de fauna.
Por su equilibrio entre historia, naturaleza y calma, Paraty se consolida como el destino perfecto para quienes quieren desconectarse del ritmo urbano sin renunciar al confort ni a la belleza del litoral brasileño.






