Vivimos rodeados de estímulos visuales, sonidos, personas y emociones. Cada día, todos lo que nos rodea, lugares y personas, afectan a nuestra energía, nuestra actitud… y hasta nuestra salud emocional.
Los colores no son solo para usarlos estéticamente, son vibración. Cada uno actúa sobre nuestro campo energético y emocional. El rojo, por ejemplo, nos impulsa a la acción; el naranja fomenta la charla y la felicidad, el azul nos invita al descanso; el amarillo estimula el pensamiento; y el violeta, la introspección. Elegir conscientemente los colores que nos rodean puede ayudarnos a recuperar el equilibrio perdido.
Pero la energía no se trata solo de colores. Se trata también de con quién estamos, cómo vivimos y qué elegimos hacer. Las personas con las que compartimos tiempo pueden ser fuentes de luz o de sombras. Algunas conversaciones nos dejan livianos, otras nos agotan. Lo mismo ocurre con los espacios: un lugar caótico puede alterar nuestro sistema nervioso; un entorno armónico, con buena luz y color, puede restaurarnos.
¿Qué podemos hacer entonces?
Primero, observar cómo nos sentimos. ¿Qué colores predomina en nuestra ropa, en nuestro hogar, en nuestros espacios de trabajo? ¿Qué personas frecuentamos? ¿Qué actividades nos cargan o descargan? A veces, un cambio simple, como incorporar más verde a nuestro entorno para fomentar la calma o más naranja para recuperar la alegría, puede ser un primer paso para sanar.
Cuidar nuestra energía es un acto de amor propio. Rodearnos de colores que nos nutran, personas que nos valoren y actividades que nos conecten con lo esencial, es una forma silenciosa pero poderosa de sanar desde adentro. ¡Cuida tu energía!, ¡tus tiempos y a quien se los das! La reciprocidad es importante para que no terminemos más cansados de lo habitual. ¡Que tengas y un hermoso y energizante domingo!
Gabriela Gómez
Especialista en Cromoterapia
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