En diciembre de 2019, en el marco de la feria Art Basel Miami Beach, el artista italiano Maurizio Cattelan presentó una obra que dejó al mundo del arte -y al público general- completamente descolocado. Su pieza, titulada “Comediante”, consistía en algo que cualquiera podía encontrar en su cocina: una banana pegada a la pared con cinta adhesiva plateada. Sí, una banana. Y sí, pegada con cinta.
Lo que parecía una broma o un experimento improvisado, pronto se convirtió en una de las obras más virales del siglo XXI. La banana no solo fue noticia en todo el mundo, sino que fue vendida por 120.000 dólares. Y no una, sino tres versiones fueron adquiridas por distintos coleccionistas, todos ellos recibiendo un certificado de autenticidad y un instructivo para reponer la banana en caso de que se pudriera (spoiler: se pudría). Es decir, lo que se vendía no era tanto la banana como el concepto, la idea detrás de esa acción aparentemente absurda.
Cattelan no es un novato en este tipo de provocaciones. Su obra ha incluido desde un Papa (Juan Pablo II) aplastado por un meteorito hasta una escultura hiperrealista de Hitler rezando. Con “Comediante”, Cattelan redobló la apuesta: ¿puede una fruta ser arte si la idea detrás es lo suficientemente potente -o ridícula- como para hacernos pensar, reír o indignarnos?
Y vaya si lo logró. Durante los días que estuvo expuesta, la banana fue más fotografiada que cualquier pintura de Van Gogh. Se volvió el escenario perfecto para selfies de turistas, coleccionistas, críticos y curiosos.
Algunos se agachaban, otros posaban serios, otros no podían parar de reír. En redes sociales, la obra se multiplicó en forma de memes, parodias y debates encendidos. En pocos días, esa banana se convirtió en símbolo de lo que muchos aman -y otros tantos detestan- del arte contemporáneo.
El momento cumbre llegó cuando un artista performático llamado David Datuna se acercó, despegó la banana y se la comió frente a todos, mientras declaraba solemnemente que eso también era arte. ¿Destrucción? ¿Rebeldía? ¿O simplemente hambre? Poco importó. La acción fue absorbida como parte del fenómeno “Comediante”, y la galería simplemente repuso la banana como si nada. Porque, claro, la banana no importa: lo que importa es lo que representa.
“Comediante” dejó en evidencia el poder del arte conceptual para irrumpir en la conversación pública, cuestionar los límites de lo artístico y reírse -a carcajadas- del mercado del arte.
Algunos la odiaron, otros la amaron, pero nadie quedó indiferente. Tal vez ese sea el verdadero valor de esta banana: demostrar que en el mundo del arte, una idea absurda puede tener más peso que el objeto en sí… y que una simple fruta puede convertirse en estrella internacional si logra despertar algo -aunque sea confusión- en quien la observa.
Claudia Olefnik
Artista plástica
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