Hay un cuento sencillo pero profundo que vuelve a mi memoria cada vez que trabajo con personas enfrentadas o comunidades en conflicto. Narra la historia de un antiguo puente de piedra que, tras una tormenta y años de descuido, colapsa. Lo que sigue es familiar para cualquiera que haya vivido una ruptura: aparecen las culpas, los reproches, los dedos que señalan hacia el otro lado del río.
El cuento relata también que, cuando los líderes de ambas orillas se enfrascaban en discusiones estériles, un ingeniero -con la serenidad de quien comprende la urgencia de la reconstrucción- se atrevió a proponer algo distinto. No solo reparar el puente, sino rediseñarlo. Hacerlo más sólido, incorporando las lecciones de la falla. Así se hizo. Con el tiempo, las comunidades trabajaron juntas, no solo reconstruyendo la estructura, sino también hilvanando nuevos vínculos, más resistentes que los que había antes.
Este relato no es solo una metáfora arquitectónica: es un espejo de las relaciones humanas. En la mediación, en la gestión de conflictos, nos encontramos a menudo ante “puentes caídos”, vínculos deteriorados por el paso del tiempo, por el desgaste de la confianza, por la falta de cuidado mutuo.
Frente a esa grieta, la primera tentación es buscar responsables. ¿Quién dejó de atender? ¿Quién no escuchó? ¿Quién no cuidó la estructura invisible que sostenía el paso entre las orillas?
Sin embargo, como bien sugiere el ingeniero de la historia, esas preguntas, aunque comprensibles, no reconstruyen el paso. La verdadera reparación comienza cuando desplazamos la mirada de la culpa hacia la posibilidad. Cuando entendemos que restaurar no es simplemente volver atrás, sino construir hacia adelante, honrando tanto la pérdida como la promesa de algo más sólido.
En mi experiencia, los procesos de mediación más transformadores no son aquellos donde simplemente se “arregla” lo roto para que todo vuelva a ser como antes. Son los que permiten que las partes colaboren para rediseñar su relación: más consciente, más deliberada, más resistente. Es el momento en que las personas, como las comunidades del cuento, empiezan a trabajar codo a codo, no porque olvidaron el daño, sino porque decidieron construir capitalizando las lecciones de lo vivido.
Hoy más que nunca, en un mundo atravesado por polarizaciones, fracturas sociales y vínculos frágiles, necesitamos cultivar esta mirada. No siempre se trata de volver a lo que era. A veces, lo más valioso es atrevernos a imaginar -y construir juntos- un puente nuevo, que soporte mejor las tormentas futuras.
Al fin y al cabo, como sugiere la historia, los puentes no sólo conectan orillas. También nos enseñan que, cuando trabajamos juntos en la reconstrucción, creamos algo más fuerte que la simple piedra: un entramado de confianza renovada y compromiso compartido.
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres








