Por: Catalina Nélida Lúcas
Los grupos de turistas deambulan de un sector a otro del balcón del Salto San Martín, ensayando poses fotográficas entre risas y palabras de asombro.
La algarabía hace eco en los paredones tapizados de musgo verdoso mientras los chorros cristalinos se derraman en espuma blanca sobre las piedras.
El hombre contempla la cortina de agua, inmóvil y ajeno de cuanto lo rodea.Si alguien se detuviera a observarlo vería que sus ojos reflejan un anhelo reprimido y que las manchas oscuras bajo los pómulos atestiguan su cansancio.
Llegó esa mañana en un vuelo proveniente de Madrid, con escala en Buenos Aires. Una decisión repentina cuando supo que había perdido todo, el negocio en el cual había invertido su vida, la casa previamente hipotecada, el coche familiar ¡Tantas noches de insomnio, de horas de ocio con los suyos sacrificadas en vano! No le quedaba nada.
Adquirió el voucher varios meses atrás con la esperanza de visitar el paradisíaco lugar en compañía de su esposa e hijos, justamente celebrando el éxito de su negocio. Hoy celebraría su muerte, ahí, lejos de los suyos.
Se movió impaciente hacia la baranda de metal acercándose al imponente volumen de agua que parecía llamarlo. Una sombra fugaz pasó casi rozándolo.
Sus ojos siguieron el movimiento y se detuvieron en la fría belleza de una avecilla de plumaje marrón e uniforme, la cual se arrojó velozmente en el cauce del Salto y por un momento exasperante pareció ser tragada por las fauces del abismo. El hombre no pudo reaccionar, en toda su vida nunca había sentido tal desesperación ante lo irracional.
De pronto, cual ave fénix el pájaro asomó en la entreabierta sacudida del remolino de agua surcando el aire. Al momento varios otros pilotos audaces similares a él hicieron lo mismo. Contornos indefinidos a una velocidad increíble hacían el acto de magia de aparecer y desaparecer entre la bruma.
La algarabía de los sonidos que emitían desconcertó al hombre sacándolo de su ensimismamiento en forma abrupta. Se movió impaciente y un súbito estremecimiento correteó por su cuerpo.
Siguió observando a los vencejos, en su deambular hacia el abierto cielo y los nidos colgados de las rocas, detrás del velo líquido.
Sintió remordimiento. Esas diminutas aves no temían luchar con la gigantesca mole de agua cual Don Quijote con los molinos de viento. Rió para sí -Con los molinos “de agua”- le diría su hijo mayor, que con sus apenas cinco años ya demostraba una chispeante personalidad.
Irguió los hombros y sin llorar, pero temblando de pies a cabeza, poco a poco se alejó del borde de la pasarela. Sus tensas facciones volvieron a la normalidad. Sintiéndose aligerado caminó entre los demás turistas.
Como los vencejos, no sería derrotado, tenía sus propios conocimientos y habilidades. Hasta ese momento no había sido consciente de lo mucho que valía su vida. Volvería a su país, a su hogar. Empezaría de nuevo.
Parándose desde otro mirador contempló la vegetación verde azulada que marcaba el río Iguazú continuando su tranquilo caminar luego de despeñarse en las majestuosas cataratas. Escuchó el trinar de los pájaros en los árboles del Parque. El sonido gentil de la gente al deambular en los senderos.
Trató de absorber la paz y energía que lo rodeaba, la fuerza vital del lugar antes que las garras de la realidad lo atenazaran nuevamente.
Ha transcurrido, inexorable, el tiempo… esta bella familia llegada de España pasea y contempla, como tantas otras, una de las maravillas naturales del mundo. En el mirador del Salto San Martín los chicos posan felices mientras la madre los filma.
El padre, que estuvo en ese mismo lugar hace cinco años, respira hondo.Su rostro muestra la batalla interior entre las emociones profundas y dolorosas que pasó y el buen momento que vive ahora.
Mira los vencejos lanzándose entre las aguas, esas aves que otrora fueron su ejemplo de supervivencia y de pronto un súbito destello capta su atención, entre los paredones de piedra asoma un bellísimo arco iris.
El hombre sonríe mientras sacude la cabeza en señal de agradecimiento.Las Cataratas del Iguazú lo saludan con su fascinación eterna.
Mención especial Dra. Marta T. Schwartz IX Concurso Internacional de Cuentos y Poesías “Cataratas, maravilla natural”.





