El 23 de mayo de 2015, el papa Francisco beatificaba al arzobispo salvadoreño Oscar Romero, quien fuera asesinado 35 años antes por motivos políticos. En 2018 se convertiría en Santo, canonizado también por Francisco.
El prelado celebraba una misa en San Salvador el 24 de marzo de 1980 cuando un francotirador enviado por el político Roberto d’Aubuisson lo mató de un disparo en el corazón. Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los Derechos Humanos en El Salvador.
Oscar Romero nació en Ciudad Barrios el 15 de agosto de 1917 y fue el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador entre 1977 y 1980. Célebre por su prédica en defensa de los derechos humanos. Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó en público su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.
Dentro de la Iglesia católica se lo consideró un obispo que defendía la “opción preferencial por los pobres”. En una de sus homilías, afirmó: “La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación” (11-11-1977). Sus acciones son admiradas por los seguidores de la Teología de la Liberación, sin embargo según su biógrafo “Romero no estaba interesado en la Teología de la Liberación”.
Al cumplirse diez años de su muerte, el 24 de marzo de 1990, se dio inicio a la causa de canonización de Monseñor Romero. En 1994 se presentó de modo formal la solicitud a su sucesor Arturo Rivera y Damas. y, a partir de ese proceso, recibió el título de Siervo de Dios.
El 3 de febrero de 2015 fue reconocido como mártir “por odio a la fe” por parte de la Iglesia católica, al ser aprobado por el papa Francisco el decreto de martirio correspondiente y promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos.
El 23 de mayo del mismo año sería beatificado y el 14 de octubre de 2018, el Papa lo elevó a la categoría de Santo.
En América Latina algunos se refieren a él como “San Romero de América”. Fuera de la Iglesia católica, es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Comunión Anglicana, la cual lo ha incluido en su santoral.
Es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la abadía de Westminster, en Londres, y fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979, a propuesta del Parlamento británico.









