En la vorágine de la vida moderna, donde los estímulos externos nos abruman y las demandas cotidianas parecen no dar tregua, es fácil olvidar lo esencial. Muchas veces vivimos en piloto automático, repitiendo frases hechas, cantando letras populares o usando analogías sin detenernos a pensar en su verdadero significado.
Sin embargo, cuando nos tomamos el tiempo para reflexionar, descubrimos que estas expresiones pueden activar procesos interiores fundamentales para nuestro crecimiento personal y espiritual. Esta capacidad de detenernos, escuchar y pensar es clave para alcanzar una vida con sentido.
Un claro ejemplo de esto lo encontramos en la canción “Me olvidé de vivir”, del reconocido cantante español Julio Iglesias.
Lejos de ser solo una balada nostálgica, esta canción se transformó en un testimonio generacional que pone en evidencia el precio de una vida enfocada exclusivamente en el éxito exterior y el reconocimiento social, dejando de lado lo más importante: vivir con propósito. Es, en muchos sentidos, un himno a la pérdida de sentido que acecha a generaciones enteras.
En contraste con esta visión desalentadora, la Biblia -que es la Palabra de Dios- ofrece una perspectiva transformadora. Su mensaje posee una inspiración divina que trasciende el tiempo. En ella encontramos no solo consuelo, sino dirección clara para enfrentar los desafíos de la vida con esperanza y propósito.
El apóstol Pablo, por ejemplo, utiliza en sus cartas imágenes tomadas de los antiguos Juegos Olímpicos de Grecia para ilustrar la vida espiritual. Habla de atletas que se preparan con disciplina y esfuerzo para alcanzar una corona de laureles, símbolo de gloria efímera.
Pablo utiliza esta analogía para señalar que la vida también es una carrera, pero cuyo premio es eterno: la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes le aman. En la carta a los Hebreos, escribe: “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1-2). Este enfoque no niega las dificultades de la vida.
Por el contrario, reconoce que existen obstáculos: incertidumbre, miedo, presiones culturales, barreras socioeconómicas. En la cultura argentina, por ejemplo, es común escuchar la frase “es una lucha”, reflejando la percepción compartida de que la vida es una constante batalla. Y no es una exageración: a menudo nos enfrentamos a desafíos que superan nuestras fuerzas. Sin embargo, la propuesta bíblica de “poner los ojos en Jesús” implica elevar la mirada. Es una invitación a mirar más allá de lo inmediato, de las metas superficiales, y enfocarnos en lo eterno.
Esta mirada trascendente no solo da sentido al presente, sino que nos permite recorrer el camino de la vida con la certeza de que no estamos solos, y que el destino final vale la pena. Correr la carrera de la vida a la manera de Dios no implica ausencia de problemas, pero sí ofrece una garantía firme: en Jesús encontramos dirección, fuerza y esperanza.
Él no elimina las tribulaciones, pero nos da herramientas para enfrentarlas, y nos promete una recompensa final: la vida eterna.
Por eso, te animo a hacer una pausa en el camino y “cargar las coordenadas” en el GPS espiritual que es la Biblia. En sus páginas encontrarás dirección segura hacia el trono de la gracia. Con los ojos puestos en Jesús, no solo podrás correr la carrera de la vida, sino hacerlo con la seguridad de que alcanzarás la meta… con podio asegurado.
Por Pablo Daniel Seró. Pastor. cielosabiertosposadas.org









