Dijo que, mientras viviera, sería como “una pantera negra” e incluso ahora, 30 años después de su muerte, acaecida el 17 de mayo de 1995, la influencia de Lola Flores es tal que sigue pegando zarpazos, ya sean en forma de museo, documental, como objeto de estudio en las altas instancias culturales o hasta entre los niños que ven el festival de la canción de Eurovisión.
Este viernes se cumplen tres décadas de su fallecimiento en Madrid, a causa de un cáncer de mama, aniversario que llega solo dos años después de que se celebrara el centenario de su nacimiento, que se produjo en el barrio de San Miguel de Jerez de la Frontera (Cádiz), el 21 de enero de 1923.
Tras un primer contacto con el mundo del espectáculo en el bar que regentaba su padre, su labor para llevar al flamenco a los grandes escenarios fue una de sus grandes aportaciones, primero de la mano de Manolo Caracol, que la descubrió a los 16 años y al que terminó contratando ya en 1943 para el espectáculo “Zambra”.

Amante de adornar muchas de sus historias, lo que formaba parte de su encanto y mitología, contó en una ocasión que su manera de bailar la había aprendido de un oso que paseaba un señor con un pandero por su calle cuando era niña.
“El oso bailaba colosal, mejor que muchas mujeres. El hombre le tocaba la zambra con el pandero y el animal la bailaba chipén, hasta moviendo las caderas (…). Yo, como le tenía mucha afición al baile, comencé a hacer como hacía el oso y, poquito a poco, delante del espejo, acabé bailando como rebién la zambra”, narró en una ocasión.
Frente a las cantantes de copla, más alineadas con el régimen dictatorial de Francisco Franco, Lola Flores apostó por presentaciones desbocadas, salvajes, con el pelo suelto y una peculiarísima manera de moverse y bailar que irradiaba poderío sexual, al punto de que la llegaron a conocer como la Tina Turner española.
Tolerada por la dictadura, incluso a pesar de su escandalosa y violenta relación sentimental con Caracol (ella menor, él un gitano casado), cuando aquella historia terminó comenzó a recorrer plazas internacionales, de Nueva York a México, de donde se volvió con el nombre de “La Faraona” por la película del mismo nombre junto a Agustín Lara.
De su matrimonio con Antonio González “El Pescaílla” nacieron tres hijos que alargaron la saga (Lolita, de la que estaba embarazada cuando se casó en 1957, Antonio y Rosario) y su hogar madrileño, sito primero en un piso de la calle María de Molina y después en el chalet “El Lerele” en el exclusivo barrio de La Moraleja, fue parada habitual de muchas estrellas y jolgorios.
“He probado la coca y los porros. (…) Todo se puede hacer en la vida… con método. Y después, tres días tranquila bebiendo agua mineral y buen puchero”, afirmaría en una entrevista ya en democracia, igual que en otra reveló haberse “quitado un par de embarazos a conciencia” de su etapa con Caracol.

Si fue una pantera, fue una pantera en libertad, independiente incluso cuando por ley no podía serlo y tan vanguardista y peculiar que, cuando el franquismo concluyó y el folclorismo pasó de moda, ella supo mantenerse en el candelero.
No supo acumular fortuna, pero llenó su vida de experiencias y frases emblemáticas que podrían haberla convertido en un meme, pero que la volvieron un símbolo hasta nuestros días. En este último lustro, sin ir más lejos, fue nombrada Hija Predilecta de Andalucía y de Cádiz, ha sido objeto de una exposición en la Biblioteca Nacional y protagonista del museo que se ha abierto en torno a su vida en su localidad natal.
Fuente: agencia EFE







