Una característica de la estructura económica argentina durante las últimas décadas expresa los desequilibrios en todas las escalas posibles. La situación llegó a punto tal que si se toca algo en un extremo, invariablemente, habrá repercusiones en otro.
El modelo actual, basado en el irrestricto orden macroeconómico, tiene sus efectos en la micro. Mientras en la primera, donde confluyen los mercados, las energéticas, la banca y otros, todo tiende a equilibrarse; en la segunda, donde se encuentra la enorme mayoría de los argentinos, los precios dominan las preocupaciones, al igual que los salarios. Y cuando aparece alguna decisión tendiente a aliviar el peso del ajuste sobre la población, casi de inmediato surge otra que se superpone a ese alivio y mejora las expectativas de los rubros que habitan la macro.
El Gobierno apunta esta semana a mejorar el humor social mediante una reducción del 4% promedio en los precios de sus combustibles a partir del jueves. Pero, al mismo tiempo, se anticipó que las tarifas de luz y gas subirán entre 2,5% y 3% para consumos desde el primer día de mayo, justamente el Día del Trabajador.
Entonces, mientras en la estructura todo tiende a equilibrarse en la macro; en el otro extremo, eso que los argentinos se “ahorrarán” en combustibles por la baja del precio internacional del petróleo, deberán asignarlo a las tarifas de servicios.








