Dubitativo, miró hacia abajo, hacia arriba, hacia los costados. Balbuceó algunas palabras y luego soltó algunos sollozos. Después esbozó una incoherente exposición en la que se comparó con Jesucristo, “que hasta los 33 años no tuvo relaciones sexuales“. Todo para alegar que durante 11 años se mantuvo célibe ya que su esposa -según él- era frígida.
De esta forma un vendedor ambulante de 38 años trató de justificar lo injustificable y conmover al Tribunal Penal 2 de Posadas, donde fue enjuiciado y condenado por la violación reiterada de sus tres hijos menores.
Haciendo caso omiso a la dramatización del acusado, el cuerpo judicial decidió sentenciarlo a 15 años de prisión (tres menos de los solicitados por el fiscal Rolando Oliva) y ordenarle un tratamiento psiquiátrico. Corría el 9 de marzo de 2000.
El plexo probatorio era tan contundente que la defensora Yolanda Beltrametti optó por solicitar “el mínimo de la pena prevista en el artículo 119 incisos uno y dos, en función del artículo 122”, es decir, 8 años.
La negra historia protagonizada por el vendedor ambulante tuvo como víctimas a sus tres pequeños vástagos, fruto de una relación de concubinato de nueve años: dos varones de 8 y 6 años y una nena de 5.
Promiscuidad y abandono
La sordidez del drama se conoció gracias a la encargada de un comedor al que concurrían los menores. La mujer a veces solía brindarles atención ya que -según se ventiló en el juicio- vivían en un permanente estado de promiscuidad y abandono. Situación que se agudizó a raíz de la separación del acusado y su pareja en septiembre de 1998.
Luego de esa ruptura, el imputado había conseguido un régimen de visitas a sus hijos, pero esas visitas iban más allá: los pequeños eran retirados de su casa y llevados a un albergue del Anfiteatro Manuel Antonio Ramírez, donde el encausado residía en forma temporaria. Allí se consumaron las violaciones, según el desgarrador relato de la nena.
En una oportunidad, uno de los pequeños confesó a la responsable del comedor que desde hacía tiempo era sometido sexualmente por su padre. Después la niña también le reveló su padecimiento. Ambos le relataron con toda la crudeza cómo eran violados: por vía anal y en forma salvaje.
Al enterarse, la madre de los niños realizó una denuncia en la Seccional Primera el 26 de marzo de 1999. No se estableció con precisión los días en que ocurrieron los hechos, pero los primeros se produjeron entre enero y febrero de ese año y luego se reiteraron durante meses.
El médico que examinó a dos de las víctimas comprobó que tenían sus anos desgarrados de “vieja data” y en distintos grados.
Un sereno que hizo de testigo también dijo que vio cuando el acusado mantenía sexo con uno de sus hijos.
En el juicio, la nena violada rompió en llantos al dar su testimonio ante los miembros del Tribunal Penal 2, integrado por Alfredo Escribano, Roque Martín González y Juan Enrique Calvo, quienes apenas pudieron disimular su conmoción.
Pese a la contundencia de las pruebas, el violador negó las imputaciones en su contra. Alegó que los pequeños repitieron un libreto que les enseñaron. Acusó a su expareja y al novio de ésta de incriminarle. Nada de eso le sirvió para evitar el castigo.