“Me pareció que era el momento ideal, que era la oportunidad. Más adelante podría surgir algo en mi vida y ya no sería fácil tomar esta decisión, así que dije ¡es ahora!”, manifestó la joven que recientemente estuvo de visita en la tierra colorada y pudo fundirse en un abrazo con sus padres, hermanos y sobrinos, además de sus amigas de la infancia y “aquellas que, a pesar de la distancia, siempre están pendientes cuando regreso”.

En Nueva Zelanda, se dedica a higiene y seguridad. “Trabajo en ese rubro, en la parte de construcción desde 2020, después del COVID. Pasé por muchos trabajos como le sucede a la mayoría de los chicos que vienen con visas working holiday que son las que te permiten trabajar y viajar. Hice un poco de todo, busqué trabajo en mi área de ingeniería, pero me quedé unos seis o siete meses en un tambo donde cumplía tareas que me gustaron mucho y aprendí cosas nuevas, pero la verdad es que estaba muy aislada. No era un campo donde podía socializar con mucha gente, tampoco estaba en la onda de la mayoría de los que viven de este modo backpackers que pueden conocer un montón de amigos, viajar juntos y hacer ese tipo de planes. Yo estaba bastante sola”, señaló, la exalumna del colegio Roque González.

“Siempre me quedaron las ganas de viajar a otro país o conocer algo más”, dijo, quien, poco después de establecerse en su nuevo destino viajó a Asia por dos meses. Al regresar a Nueva Zelanda se quedó en la ciudad de Auckland, de la que está “perdidamente” enamorada.
“Más allá que me tuve que reinventar, voy aprendiendo sobre un montón de actividades y nuevas tareas, estoy tranquila, pago mis cuentas. Lo que gano me permite vivir en un lugar cómodo mucho más cercano al anterior y cerca del mar, de manera que, si quiero nadar o meterme al agua, puedo hacerlo”.

Al llegar, se fue a vivir a un hostel donde conoció a un grupo de personas que estaban en la misma situación, viajando por un tiempo, conociendo por Nueva Zelanda y haciendo trabajos temporales. “Armamos un grupo hermoso al punto que todavía mantenemos contacto con algunos. Muchos se fueron y vinieron, muchos se quedaron en Auckland, otros se fueron buscando distintos rumbos o por cuestiones de la pandemia”, agregó.

Aseguró que “me enamoré de esta ciudad, aquí encontré mi espacio, me hice un grupo de amigos y empecé nuevos deportes. Estoy jugando en un equipo de hockey cuando nunca lo había hecho. Me uní a un grupo de latinas que estaban armando un equipo de habla hispana. Hasta el día de hoy sigo jugando, participo de muchas actividades, me reencontré con cosas que no hacía desde chica, como ir de campamento de manera seguida. Tengo todo mi set de camping listo para cualquier aventura u oportunidad que se presente durante el fin de semana. Si tenemos algún día libre o extra de vacaciones, nos vamos de campamento porque acá se valora mucho la conexión con la naturaleza, hay muchos parques regionales, lugares para ir a caminar, para hacer trekking por uno o varios días. Hago un montón de cosas en medio de la naturaleza, que las disfruto un montón y me gustan”.

Ronda de países
Contó que viajó bastante durante el primer año de estadía en Nueva Zelanda, que es donde tenía mayor libertad a raíz de esta visa de trabajo y viajes. En esa etapa “los trabajos suelen ser más temporales y no tenes tanto compromiso. Tal vez uno trabaja con un empleador y, a las dos semanas, crees que no me gusta y lo cambiás. Dentro de esa informalidad tenes mucha libertad también”. Se trabaja muchas horas porque el sueldo “suele ser cercano al mínimo, que igualmente alcanza, solamente hay que ser un poco cuidadoso porque uno se entusiasma y quiere viajar, y ganar más plata, y gastar en otra cosa. Hay que tener noción de los gastos y de la capacidad de ahorro de cada uno, que varía muchísimo”, explicó.

“Nunca pensé que iba a terminar en la construcción. Tal vez no sea el trabajo de mis sueños, pero en mi balance de vida y de actividades fuera de eso, es muy buena. Hago muchos deportes. No tengo mucha presión ni estrés laboral, lo que me permite también disfrutar de cada momento libre”.
En cuanto pudo, tomó un vuelo hacia el Sudeste Asiático, en una travesía que se extendió por dos meses por Tailandia, Camboya, Malasia e Indonesia. También tuvo oportunidad de visitar Australia, que queda cerca, y el resto del tiempo lo dedicó a Nueva Zelanda. “Viajé mucho dentro del país, lo conocí en casi toda su extensión. Es muy hermoso, tranquilo, no hay tanta fiesta ni movida nocturna como sucede en otros lugares. La gente se levanta muy temprano por lo que la cena se sirve entre las 18 y 19 horas, lo que hace que la mayoría de los restaurantes cierren temprano”.

A su entender, también la gente “es un poco más tranquila, no sale tanto por la noche, solamente los fines de semana. No es como Buenos Aires o Posadas, donde no paran. Me impresionó la cantidad de gente que sale a cenar diariamente, sin importar el día que sea, se juntan, van a tomar un helado o están en la costanera compartiendo con amigos. Acá esa espontaneidad de ir a tocarle el timbre a un amigo para un mate no existe, por lo general todo se hace planificado”.
“Desde que vine, en 2019, regresé a la Argentina solamente en dos oportunidades. En 2022, una vez que abrieron las fronteras después de la pandemia, y ahora, a fines de 2024”.
Sostuvo que hay personas que no se adaptan a esta manera de vivir porque es distinta. “Hay quienes están acostumbrados a estar siempre acompañados, con alguien. Acá es muy común vivir en una casa. Alquilas tu habitación privada con ciertas comodidades y se comparten los servicios como la cocina, el baño en algunos casos o alguna entrada principal. Hay gente que también vive en hostales y está siempre acompañada, pero hay otras que viven un poco más en solitario. Lleva un poco de tiempo adaptarse. Hay gente que le gusta y gente que se aburre, o no le termina de conformar, creo que también depende de lo que cada uno está buscando”.

En este país le otorgan mucha importancia a los parques nacionales y regionales, que son ideales para quienes gustan del deporte o, simplemente, estar al aire libre y en contacto con la naturaleza, o disfrutar de tomar un mate sentado frente al mar. “Sin dudas son hermosos lugares para visitar”, confió Mariángeles, al tiempo que relató que también existen zonas mucho más frías. “Hay gente que trabaja en zona de nieve durante la temporada y se vuelve instructor de esquí o trabaja en un área del Centro de Esquí”, ejemplificó.

Recientemente estuvo en Argentina por un lapso de 40 días, pero “no siento que esa sea mi casa”, más allá de los familiares y amigos. “Estar acá tiene su pro y sus contra, pero estoy muy contenta, tranquila. Desde el día que llegué en mi mente algo se calmó. Por mis estudios, vivía en Buenos Aires, siempre estresada, preocupada, perseguida por la inseguridad y, más aún, siendo mujer. Acá esa parte de mi cerebro está relajada, no pienso en esas cosas todo el tiempo. Tampoco hay que descuidarse, porque no es un país perfecto y locos hay en todas partes, pero me relajé mucho por ese lado, disfruto muchas más cosas, puedo hacerla sola o tal vez sin miedo”.
Indicó que muchos vienen por trabajos temporales y, quizás por la falta del idioma inglés, se quedan en ellos por mucho tiempo. “Hay quienes vienen a recolectar kiwis u otras frutas, depende de la temporada. La cosecha de cherry es bastante importante, al igual que la tarea en los viñedos. Hay mucha gente que trabaja en ese rubro, lo que le permite volver al año siguiente con esa experiencia que se va adquiriendo. Hay visas para todo tipo, es fácil quedarse en el país un año tras otro, pero no es fácil establecerse y obtener una residencia. Son bastante estrictos con eso. Yo aún no soy residente a pesar de los años que llevo acá, tampoco sé si me voy a poder establecer eternamente, pero es a lo que apunto”, expresó.

La importancia del inglés
Mariángeles considera que para el que pretende salir del país, es importante estudiar inglés. Además, porque hay miles de lugares para empezar a hacerlo, sea buscando páginas o plataformas que, aunque más no sea para algo básico, son buenas maneras de comenzar. “No todo el mundo tuvo la oportunidad de ir a un instituto de inglés o de aprender. Personalmente concurrí a clases por muchos años, pero una vez que llegás te das cuenta que el acento no es sencillo, hablan muy rápido o con vocablos propios del país y lleva un poco de tiempo adaptarse. Con los años mejoré muchísimo. Actualmente no me representa un esfuerzo, me acostumbré y trabajo con gente con la que me comunico todo el día en inglés. Juego al hockey en un equipo de gente de distintos lugares del mundo, pero no hay ninguna otra latina para hablar en castellano”.

“Empecé en la construcción limpiando y haciendo trabajos simples, y terminé manejando un montacargas y otro tipo de maquinarias. Hoy estoy en una oficina a la que voy un par de horas al día a la obra. Uno va escalando gracias a que permanece mucho tiempo en un lugar. Hay mucha gente que no está dispuesta a hacerlo y cuando se aburre cambia de tareas. Y eso es contraproducente”.

A lo largo de estos años, la misionera pudo ver que hay personas que pasan mucho tiempo buscando un trabajo profesional, similar al que tenían en Argentina. Lamentablemente, la experiencia que se tenga en otros países “a veces en este no cuenta porque puede ser un poquito específica o porque el inglés de esas personas no es del nivel que ellos esperan. Hay millones de situaciones, hay mucha gente en la búsqueda de cobrar o trabajar de lo mismo que hacían en su país. Pero no siempre se puede. Esta es una oportunidad para reinventarse. Hay muchísima gente que estando acá aprendió otras cosas. Tal vez cumplía otro rol en Argentina y acá empezó de cero en otro rubro y le encanta. Y en eso me incluyo”, sintetizó.





