“Vuela por el universo Gustavo Cerati, alto, cada vez más alto, donde tu música aún no pudo llegar, que tu legado más importante será por siempre tu obra y la magia de tus canciones; aunque tu corazón haya dejado de latir ayer”.
Así despedían sus familiares al ex Soda Stereo el 4 de septiembre de 2014, cuando un paro respiratorio apagó definitivamente su vida, luego de permanecer internado en coma desde mayo de 2010 a raíz de un accidente cerebrovascular (ACV) que sufrió en medio de una gira por Venezuela.
Ese día, el mundo se hizo eco de la tristeza y destacaron la figura del músico como “emblema del rock latino”, como “una leyenda argentina del rock en español” o como “uno de los genios de la música rock latinoamericana”.
Nacido el 11 de agosto de 1959 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Cerati se decidió desde chico a ser músico, siendo la guitarra su compañera de toda la vida y la que lo catapultaría a la fama.
Con Charly Alberti en batería y Héctor “Zeta” Bosio en bajo, Cerati conformó un trío que revolucionó el rock y pop local: Soda Stereo, que mostró otra forma de hacer música a principios de los 80.
La cuidada estética y las canciones salidas de la poesía de Cerati fueron el condimento perfecto para que la banda lograra posicionarse en poco tiempo como una de las referentes de la escena local.
Audaz, creativo, versátil, Gustavo Cerati no sólo será recordado, sin embargo, por esos muchos hits de la década del ’80 y sus grandes canciones de los ’90 y el nuevo siglo, sino por el concepto estético con que manejó toda su obra y que lo llevó a erigirse como el máximo ícono pop del rock argentino.
Como casi nadie antes, y como muchos lo intentarían después, Cerati concibió su arte como un todo vanguardista que plasmó en música, letras, imagen, videos y puestas en escena y, por mérito propio, no tardó en convertirse en la cara visible de la rama más pop del rock local, y desde su pedestal ganó miles de adoradores, pero también sumó detractores en esa suerte de Boca-River al que se vieron confinados Soda Stereo y Los Redondos.
Dueño de un ego importante, Cerati pareció siempre preferir rodearse de grandes músicos desconocidos a compartir su firmamento con otras estrellas, y si bien esporádicamente aceptó colaborar con consagrados como Shakira, Charly García, Gustavo Santaolalla o Fito Páez, rara vez fue él el convocante y desde siempre prefirió reservarse para sí la mayoría de sus creaciones.
El principio de un triste final
Había pasado la mitad de mayo de 2010 y Gustavo acababa de terminar su show en la Universidad Simón Bolívar, de Caracas. Ni bien finalizó el espectáculo, fue hasta su camarín y pidió un medallón de lomo y una ensalada. Le preguntaron si quería hacer algo y dijo que no, que prefería irse a dormir. Sus
allegados cuentan que esa actitud ya era rara.
Más tarde, y mientras los integrantes del staff se preparaban para sacar una foto de todos, Cerati apareció. Se había cambiado la ropa del show. “Lo miré y estaba blanco, con los ojos desorbitados y la boca abierta”, dijo tiempo después Adrián Taverna, íntimo amigo y su sonidista
desde los comienzos de Soda. “No me lo olvido más en mi vida”.
Caminó de vuelta hacia su camarín, se sacó el saco, se abrió un poco la camisa y se desplomó sobre el sillón. Pensando que tenía un pico de presión o algo así, Nicolás Bernaudo, su asistente, llamó a los paramédicos para que lo atendieran.
Cuando llegaron a la clínica no había luz, así que tuvieron que cargarlo de nuevo en la ambulancia y llevarlo hasta otro centro asistencial. Gustavo seguía consciente: con los ojos abiertos, mirando la nada, sin poder hablar. Era el comienzo del ACV que terminaría con su vida cuatro años más tarde.