Por Roberto Parodi Ocampo (*)
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Regino
(Continúa)
Así Regino hizo lo que le dijeron. Sin saber porqué, solo para utilizar su tiempo. Como lo haría tantas otras veces en su vida después de Toticha, solo para matar el tiempo.
Al mediodía siguiente y con el collar puesto Regino regresaba al pueblo. Cerca de la estación de tren vio que se acercaba Vicente.
No estaba de buen talante y pensó que no deseaba conversar con su amigo. Cuando se cruzaron, Vicente no le dirigió mirada alguna, como si no lo hubiera visto.
3- Yvyra pytâ. Árbol de madera muy dura.
“¡Qué bicho le habrá picado a Vicente que no saluda!”, pensó Regino.
De todas maneras siguió caminando hacia la casa porque tenía mucho sueño.
El domingo siguiente fue a la iglesia calculando para llegar casi al final de la misa.
Daba gusto ir a la iglesia. Sobre todo al final de la misa, cuando empezaban a salir las chicas en medio de la algarabía juvenil, la coquetería de jovencitas recién llegadas a la actividad de coquetear… y lo hacían con entusiasmo, como si algún oculto jurado las estuviera mirando para otorgar el premio a la más coqueta.
¡Qué lujo de espectáculo! Más aún para Regino, quien se sentía receptor de las miradas de las más bonitas; entre ellas las de la hija de Don Eustaquio, que además de ser hija de un rico, era una de las más bonitas.
También era una de las más engreídas y petulantes… pero seguía siendo muy bonita, pensaba Regino.
En eso vio que se acercaba Ña Eulogia quien desde siempre y cada vez que podía se encargaba de acusarlo de viva voz por el robo de sus guayabas.
Cuanta más gente, ¡mejor! Cuanto más escándalo, ¡mejor aún!
Ña Eulogia pensaba que ese era el mejor remedio para los robones4: acusarlos públicamente.
Regino quiso evitarla pero ya no pudo. “¡Ojalá no me vea!”, pensó.
El hecho es que Ña Eulogia pasó a su lado como si quisiera ignorarlo, como si no lo viera.
4- Robón. Regionalismo, de robar, que roba.
Cuando volvió su mirada hacia las muchachas comprendió que ya no estaban.
Debería esperar hasta el domingo siguiente.
De regreso a las casas, se cruzó con Ña Bautí, quien con aire misterioso lo invitó a que por la tarde pasara por su rancho, que tenía unas preguntas que hacerle.
Vamos ahora mismo, le respondió Regino y se encaminaron hacia el rancho de Ña Bautí.
Se sentaron en las silletas5 que le acercó la dueña de casa y de sopetón Ña Bautí le preguntó con quienes se cruzó desde su regreso del cerro.
Allí Regino le contó con quienes se había cruzado en el camino. Entre otras cosas le contó lo de Vicente y lo de Ña Eulogia.
Ña Bautí lanzó una larga, curiosa, estridente y por momentos escalofriante carcajada que espantó a los pájaros del enorme árbol del patio.
Cuando recuperó el respiro, le dijo a Regino: mirá, che memby, tuviste suerte.
Ahora sos el dueño del poder que yo tenía. Ahora es tuyo.
Vicente y Ña Eulogia no te vieron porque vos no querías que te vieran.
Eso es posible porque tenías puesto el collar de huesos de gato que te hiciste. Ese poder te va a acompañar toda tu vida. La gente te va a ver como vos quieras. Como Regino, como otra persona, como a un perro, como a un gato o no te verán… será como vos quieras.
Ahora, andate nomás. Tengo muchas cosas que hacer.
5- Silleta. Silla rústica de uso cotidiano confeccionado con madera poco elaborada.
(*) Primer premio del Concurso literario del Mercosur -rubro cuento- Posadas 2003.






