Estamos experimentando una de las semanas más significativas en nuestra vida de fe: la Semana Santa. Es un tiempo que nos invita a sumergirnos en el misterio del amor de Dios y a vivir ese amor de manera profunda siguiendo el ejemplo de Jesús.
Como nos recuerda Santa Teresita del niño Jesús: “Vivir de amor es subir al calvario siguiendo las huellas de Jesús, y valorar la cruz como un tesoro”. El amor de Dios se manifiesta en la pasión, muerte y resurrección de Jesús durante esta Semana Santa.
En éste tiempo tan especial para nuestra experiencia de fe, primero contemplamos a Cristo con fe y amor, acompañando los momentos de dolor que culminan en la celebración jubilosa de la resurrección.
Encontramos significado a nuestro propio dolor y sufrimiento en la cruz de Cristo, quien es la fuerza salvadora que nos llena de fortaleza y esperanza. El amor de Dios se revela en el misterio pascual a través del camino de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que contemplamos en las celebraciones litúrgicas de esta semana.
Es una oportunidad maravillosa para fortalecer nuestra espiritualidad y sentir el amor incondicional de nuestro Dios, quien nunca nos abandona y siempre está presente en los momentos importantes de nuestra vida.
Acompañemos a Jesús en un ambiente de oración y silencio interior en el camino hacia la Pascua, comenzando con la celebración del Domingo de Ramos, donde con cantos y palmas todo el pueblo alaba a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén como Rey. Por esta razón, hemos bendecido nuestros ramos para colocar en nuestros hogares, reconociendo al Señor como el Rey de nuestra vida.
El Triduo Pascual, que comienza el Jueves Santo, nos rememora la “última cena de Jesús” con sus apóstoles, donde el Maestro instituye la Eucaristía y el sacerdocio. En ese día, Jesús nos brinda el ejemplo de un amor incondicional y un sacerdocio enfocado en el servicio humilde.
Estamos llamados a servir y entregar nuestra vida desde el amor. También es un día de oración y silencio interior, acompañando a Jesús en su momento de oración en el Huerto de Getsemaní. Además, es un momento propicio para celebrar el sacramento de la reconciliación y regresar al Padre, quien desea derramar su gracia a pesar de nuestras caídas.
El Vía Crucis y la celebración de la “Pasión del Señor” que rezamos el Viernes Santo nos invitan a contemplar la mano poderosa de un Dios que transforma el dolor en esperanza.
A pesar de la sensación de injusticia y amargura que nos trae el sufrimiento de la cruz, la esperanza de la resurrección nos fortalece para no claudicar ante nuestras propias cruces y nos insta a descubrir la belleza de la novedad que Dios tiene preparada para nuestra vida. Depositemos nuestras cruces en las manos de la Cruz Salvadora y sanadora de Cristo.
El Sábado de Gloria nos une en la alegría de la “resurrección de Cristo”, que triunfa sobre toda situación de muerte. Podemos experimentar la poderosa transformación que trae consigo la resurrección.
Abramos las puertas de nuestro corazón para permitir que el Espíritu de Dios reviva nuestra vida, enfrentando las cruces diarias con la certeza de que Dios camina a nuestro lado y la esperanza en el amor divino que nos guía hacia la victoria final.
Vivamos esta Semana Santa en familia, unidos a Jesús con gran confianza y abandono en el amor del Padre Dios. Cuando nos resulte difícil sentir ese amor divino, recordemos las palabras de San Pablo a Timoteo: “Te exhorto a que reavives el don de Dios, porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio”.
Aprendamos a confiar en el amor del Padre y a vivir la alegría de la resurrección.
¡Les deseo una bendecida semana santa y Felices Pascuas de Resurrección!