El público chamamesero aclama el regreso de los Hermanos Leguizamón. Nacidos en General Alvear, Rubén y Víctor, residen en Candelaria y Leopoldo, en Garupá. Desde niños, abrazaron los instrumentos musicales siguiendo los pasos de Lázaro, su padre, y en los actos y festivales escolares, eran siempre aplaudidos.
Siendo jóvenes, se trasladaron a Posadas y luego de formar sus propias familias, encararon la puesta en escena del conjunto musical que afianzó a cada uno en mejores condiciones técnicas y profesionales. Al pasar los años, cada uno fue tomado distintos rumbos, llegando cada cual, a integrar diferentes conjuntos con grandes exponentes.
Tocando su bandoneón, Rubén acompañó a músicos de la talla de Isaco Abitbol, Chaloy Jara, Dúo Morel González, Dúo Gómez Florentín y otros, llegando a grabar varios larga duración, incluso con el recordado Adelio Suárez, siempre alternando en sus tareas, la enseñanza y formación de nuevos alumnos entre los que se encuentran destacados artistas que hoy recorren escenarios en la región, el país y el mundo.
Leopoldo y Víctor por su parte, con sus privilegiadas voces y el talento en la ejecución de guitarras integraron varios conjuntos llegando a grabar más de 20 temas musicales con diferentes grupos y también con Eulogio “Tilo” Escobar (recientemente fallecido).
Desde principio de 2021, en plena pandemia, decidieron retomar la conformación del Conjunto “La Vuelta de Los Hermanos Leguizamón”.
Como un adelanto de este desafío, Rubén recibió a Ko´ape en su casa de Candelaria, y contó sobre los inicios y sobre la pasión por la música que les transmitió su padre, Lázaro, un paraguayo que, siendo niño, cruzó a la antigua capital de Misiones desde Campichuelo, para seguir viaje a la Zona Centro, y asentarse en General Alvear, donde nacieron estos valores de la música chamamesera. “Lo mío empezó siendo muy chico. Primero con la guitarra porque papá la ejecutaba, y la mayoría de mis hermanos también aprendieron a tocar”, dijo.
Recordó que su padre era agricultor y urú de los secaderos de yerba mate en los establecimientos en los alrededores de Oberá. Y Rubén anduvo siempre por ahí. “Nacimos en General Alvear, después nos mudamos a 25 de Mayo y luego nos establecimos en Campo Grande, y yo siempre con la guitarrita. Iba a la escuela de Campo Grande y tenía un maestro correntino, de apellido Ferreyra, que tocaba el instrumento y me comentó que venía Don Isaco Abitbol con Roberto Galarza y Gómez Florentín para actuar en Aristóbulo del Valle. Quiero ir, me comentó, a lo que pregunté: ¿será que me lleva?. Tenía 14 años y también ya tocaba el bandoneón. Solitos aprendimos, en la chacra, mirando a los otros músicos”.
El docente le indicó que pasara por su casa para iniciar el viaje, pero, al llegar, le dijo que no podía asistir al evento porque su suegra estaba enferma. Entonces, “voy hasta el destacamento de Policía, que era el que organizaba el baile, y me comentaron que todos ya están allá. Era menor de edad y no podía andar en bailes, pero conseguí un amigo del pueblo y fuimos en bicicleta desde Campo Grande a Aristóbulo del Valle, que queda más de 30 kilómetros, y en aquel tiempo la ruta 14 era camino de tierra. Llegamos y el sargento Fassa me dijo: que bueno que viniste. Divisé a Abitbol sentado debajo de una sombra junto a Pololo Silva, Julio Lohrman y otros músicos. El sargento se acercó a Abitbol y señalándome, le dijo: este muchacho toca el bandoneón. Lorman, que ya andaba tocando por Oberá, aseguró que me conocía. Abitbol sugirió que buscaran su bandoneón y me dieron para que tocara”.
Al finalizar los acordes, “Pololo” Silva se acercó al joven Rubén y le aconsejó que debía estudiar música. El sargento sabía que era menor, pero comentó que, de todos modos, “voy a ir a hablar con tu papá. Nos conocía porque iba a buscarnos para tocar en los campeonatos de fútbol y en las carreras de caballos. Al otro día, temprano, llegó con el jeep de la policía. Dijo, mirá tu hijo tiene una oportunidad muy grande y es estudiar música en Posadas. Mamá, Antonia Piñeyro, dijo que no, que allá me iban a meter preso porque no tenía documento”, pero los visitantes prometieron confeccionar el DNI, hacerles firmar y quedar como apoderados.
En el Festival de la Música del Litoral de 2003, Antonio Tarragó Ros invitó a Chaloy Jara a acompañarlo sobre el escenario, pero como necesitaba dos bandoneones, “Chaloy me llamó a mí”. El ensayo fue ahí nomás, debajo del escenario, porque Tarragó Ros había llegado a media tarde. En esa ocasión, juntó a todos los acordeones, cerca de 30. “Fue un hermoso espectáculo y Tarragó Ros me pareció una buena persona”.
“Pololo” Silva tenía una panadería en San Martín y Almirante Brown, en el barrio Rocamora, cerca del cementerio, donde Rubén conoció a los hermanos Cavia. “Pololo me preguntó si sabía cortar leña, manejar, le dije que manejaba el camioncito de mi papá acarreando las ponchadas de té. Luego, me mandó a la escuela de Don Ricardo Ojeda, por calle San Luis, por un año y medio. Pero todo era tango, tango, tango, y escala, escala. Lo que traje de mi pueblo no servía de nada. Empecé todo de nuevo. Le dije, no quiero tocar más tango, quiero hacer chamamé, y entonces me ayudó a restaurar mi bandoneón, que era viejito”, comentó.
Dijo que iba a conseguir “a lo de don Ignacio Martínez Riera”, padre de Blas, que andaba tocando por Buenos Aires, y vivía sobre la calle Alberdi y Roque Pérez, cerca de la Escuela de Música. “Anduve tocando, conformamos un trío que tocaba por la zona de La Rotonda donde había muchos locales bailables, pero chamameseros. En una oportunidad me vino a ver el dúo Morel González que estaba vinculado con Ramón Méndez. Formamos el dúo Ignacio Morel y Carlitos González, Juan Alberto “Tito” Molina, que ya no están, y Rubén Leguizamón. Empezamos a ensayar y por suerte llegamos al disco que se llamó Misionero y Guaraní. Con ese disco y con el dúo era la primera vez que pisaba Buenos Aires”, rememoró.
En la gran urbe, firmaron contrato con la empresa Philips por cuatro años. “Luego Tito salió y yo seguí por tres años más. Como eran dos bandoneones, se integró Julio Lorman. En 1981 terminó mi contrato, y ellos se desvincularon. Aprovechando que vine a trabajar a una empresa de Garupá, busqué a mis hermanos Leopoldo y Víctor y formé Hermanos Leguizamón. En ese tiempo andaba cantando mucho Teodoro Cuenca que, además, era productor de una empresa grabadora y tenía una producción para pasacassette. Vino a vernos. Muy lindo el conjunto –nos dijo- me interesa. ¿Quieren grabar?. Decidimos hacerlo. Pusimos un tema suyo también y varios chamames y grabó en Corrientes porque acá no había adonde hacerlo. El cassette anduvo bien, trabajamos bien. Después, los integrantes de mi dúo, mis hermanos, se fueron a trabajar a Buenos Aires porque la música había decaído un poco. Como andaban bien, allá los vio –no se separaron- el famoso acordeonista Eulogio “Tilo” Escobar, que tocaba con Blas Martínez Riera. Se desvinculó e hizo su propio conjunto, buscó un dúo y los encontró a ellos. Los probó, los llevó y trabajaron por muchos años. Grabaron varios compactos entre 1990 y 1994”, expresó.
“Ahora nos volvimos a vincular musicalmente con mis hermanos y por eso lo denominamos La vuelta de los Hermanos Leguizamón. Fue después de muchas idas y venidas, aunque siempre nos juntábamos en familia. La iniciativa fue de mi hijo Adrián, que me dijo: papá ¿por qué ustedes no arman la vuelta de los Hermanos Leguizamón? Para eso ya había hablado con su primo Beto, que es hijo de Leopoldo”. Y toda la familia les manifestó el apoyo.
Luego Rubén también viajó a Buenos Aires y “formé Rubén Leguizamón, pero con otro dúo. Grabamos con la empresa El Zorzal, de San Miguel. Andábamos mucho por la noche y se tornaba peligroso, entonces volvimos a Garupá donde había dejado mi casa. En Misiones formé otro trío y Pololo Silva me buscó para tocar con Gómez-Florentín porque ya éramos conocidos. Con ellos me quedé unos cinco años. Anteriormente grabamos el primer volumen con Adelio Suárez, que tenía su programa Expresión Regional”.
En 1994 regresó de Buenos Aires y se fue a Candelaria. Lo vieron tocar en el Rincón del Chamamé, en Quaranta y San Martín. “Me contrató Adelio Suárez para tocar en el aniversario del programa de radio. Me escucharon los hermanos Ayala, de Candelaria, les gustaba mucho la forma en la que yo tocaba. Me quedó el estilo de cuanto tocaba con Lorman, Gómez Florentín, Isaco, y a la gente gusta mucho ese estilo, que buscamos mantener”.
Empezó a enseñar en Garupá, copiando el modelo de Ricardo Ojeda e Ignacio Martínez Riera. “Me gustaba y me quedó porque Julio Lorman me decía: pero vos sí que tenes una paciencia para enseñar. Porque cuando tocábamos y me miraban, les decía: ¿querés tocar?, vení. Y eso nace. Empecé a enseñar la guitarra a una cantidad de chicos de Garupá que venían a mi casa”.
Rubén conformó su familia en 1974. Después que hizo el servicio militar, contrajo matrimonio con Josefina Chamorro, con quien tuvo cuatro hijos: Ariana Patricia, Rubén Elías, Sandra Noemí y Roberto Adrián.
Cuando se abrió la Escuela de Música de la provincia “me voy a inscribir como alumno, después grande, y hablé con Silvio Lotero, profesor de música para que me diera una mano. Trabajaba en Garupá, a las 17 dejaba todo y me iba a clases hasta a las 22. Era todo un sacrificio”.
Rubén no tiene palabras para describir a la música. “Es una cosa muy grande, te abre las puertas, te brinda amistad. Yo viví de la música y trabajé de la música toda mi vida porque por ahí dicen que no se puede, pero yo alcancé vivir la música muchos años. Gracias a eso recorrí el país, Paraguay, Brasil. En Buenos Aires, tocamos en los canales, en grandes festivales, en el Luna Park y en las radios. Puntualmente recuerdo una donde María Ofelia tenía un programa”.
“Con mis hermanos siempre tocamos, pero nunca pensamos en volver, eso fue por iniciativa y apoyo de la familia. Comenzamos antes de la pandemia. Ensayamos en casa o en la de Cacho, en Garupá”.
Se casó con Josefina Chamorro, oriunda de Edorado, cuyos familiares son “todos músicos, guitarreros”. El hijo, que vive en Buenos Aires, toca la guitarra, mientras que una de sus hijas canta e integraba el coro junto a su padre. Casi todos sus hermanos: Denesio, Reneé, Ricardo, Osvaldo, Leopoldo, Víctor, Lorenzo y Anita (ya fallecida), manifestaron su amor por la música como lo hacía Lázaro. A los 14 años, Rubén ayudaba con los trabajos de la chacra, después “estuve una temporada por Posadas y ya no volví. Me vine a lo de Pololo vez para trabajar en la panadería, hacía de chofer, también para una empresa de construcción, siempre trabajando, pero la música nunca dejé”.
Cuando fue a cumplir con el servicio militar obligatorio, en Villaguay, Entre Ríos, tenía 20 años y estaba en la escuela de Ojeda. “El maestro me dio un carnet de Sadaic, que lo puse en el bolsillo. Cuando me presenté le dije a mis superiores que era músico. ¿Y qué tocas?, me preguntaron. El bandoneón, le contesté, y enseguida llamaron a todos los jefes. La música me abrió las puertas, y enseguida armé un conjuntito con los soldados”, recordó entre risas.