Por las décadas de 1950, 1960, 1970, el Club Argentino Germano de Gimnasia y Cultura de Montecarlo tenía, entre sus variadas disciplinas deportivas, un numeroso grupo de deportistas que se dedicaban con mucho sacrificio a la gimnasia en aparatos: barra y paralela, practicadas dos veces a la semana en horario nocturno, en las que uno de ellos hacía de instructor, después de las duras jornadas en las chacras de la familia o algunos en otros trabajos.
Si bien disfrutaban, se esmeraban para realizar demostraciones en las fiestas del Club, o de otros, o también en las fiestas patrias en la plaza San Martín. Generalmente como cada práctica era un reencuentro de amigos, muchos de los cuales debían recorrer kilómetros con caballos, bicicletas o a pie, finalizada la jornada se reunían en un pequeño bar para tomar gaseosas o cerveza, durante las cuáles se conversaba sobre distintos temas. O, si Willy Senghaas traía su acordeón, se cantaba canciones del folclore alemán. Como eran jóvenes cada uno tenía sus proyectos personales y también por el bien de la comunidad. Al finalizar una de estas tantas reuniones de relajación, uno de los cuatro que quedaron tiró la idea “¿y si intentamos escalar el pico más alto de América?: el Aconcagua”- que, en ese tiempo, según las mediciones tenía 7.035 metros de altura-. Fue una sorpresa, pero eran optimistas, dispuestos a intentar algo casi imposible.
Los cuatro eran: Adolfo Federico Spengler, Sigfrido Erhard Plocher, Hermann Müller y Helmuth Kiess. Era cuestión de prepararse, pero en total silencio porque parecía algo imposible de realizar. Sabían que el estado atlético sería fundamental y también el psíquico, para ello empezaron a realizar distintas caminatas, al interior del departamento de Montecarlo, en distintos horarios y con mochilas pesadas. La gente pensaba que se preparaban para un campamento de vacaciones. Para conocer datos sobre otras experiencias de alta montaña entrevistaron varias veces al docente y director alemán de la escuela particular “Fichte Schule” de Montecarlo, Lothar Herold. Era un gran docente y amante de la naturaleza, el que, con sus diapositivas sobre los Andes Fueguinos, -una novedad para la época- atrapaba a sus alumnos.
Dos menos en la lista
Desde mediados del año 1962 intensificaron los preparativos físicos y repasaban los más mínimos detalles. Sucedieron dos momentos especiales en el grupo de los cuatro, Helmut Kiess, resolvió no participar por razones familiares y, Hermann Müller, tuvo un accidente con los gajos de un árbol caído en la ruta al regresar de una visita en Garuhapé.
Realizando un gran esfuerzo hicieron las siguientes inscripciones en el “Libro de Registro del Pico: siendo las 12.05 del 3 de enero del año 1963 los dos misioneros hacen Cumbre en el Aconcagua”. Firman Federico Spengler, Sigfrido Plocher. Este libro se encuentra en un cofre en la Cumbre.
El 9 de diciembre de 1962 todo estaba listo. En un muy cargado Jeep de Adolfo Federico Spengler, partieron desde Montecarlo, el mismo Spengler (38) y Sigfrido Erhard Plocher (27). La creencia general en la zona era que partían a un campamento de vacaciones. La madre de Sigfrido y su hermana mayor Mariane tampoco sabían nada, pero al esposo de esta última, Alfonz Löffler, Sigfrido le informó y le pidió que, si llegara a sucederle algo, se hiciera cargo de la chacra.
El 16 de diciembre, ya en la ciudad de Mendoza, aprovecharon para conocer el zoológico de esa ciudad y realizaron también un ligero paseo a la precordillera. El 17, tomaron contacto con integrantes del Club Andino, que les aportaron valiosas informaciones, y realizaron las compras necesarias. A la tarde llegaron hasta Uspallata para entrevistarse con un andinista suizo, que era maestro de esquí y escalador. También recibieron consejos.
El 18 de diciembre después de un hermoso viaje llegaron hasta el Puente del Inca. Allí prepararon sus implementos para repartirlos ya que, al día siguiente, el ejército con mulas los trasladaría hasta la Plaza de Mulas, mientras ellos irían de a pie para aclimatarse. Esa noche hicieron algo que produce escalofríos: juntaron las llaves del auto y de las valijas, también con notas a los familiares, todo lo dejaron lacrado en un sobre, pues no sabían si se iban a volver.
El 19 de diciembre amaneció lluvioso, pero lo mismo parten con dos horas de demora en busca de la Plaza de Mulas por el valle “Horcones”. Debido a la intensidad de las precipitaciones resuelven volver, para esperar tiempo mejor.
El día 20, con tiempo bueno, parten a las 4.15, a los 3.200 metros penetran en el Valle Horcones, y al amanecer, y a lo lejos observan el reflejo de los campos de nieve que cubren al Aconcagua, la ansiada meta. A las 16.45 llegaron a Plaza de Mulas, situado a una altura de 4.250 metros. Ese día recorrieron a pie 35 kilómetros, y con una diferencia de nivel del mar de 1.500 metros en pocas horas, lo que afectó a ambos, estaban muy cansados, sintiendo los síntomas del mal de altura.
Entre los elementos que se atesoran se encuentra la constancia del telegrama enviado por los dos deportistas desde Puente del Inca con el texto “Hicimos cumbre”, recibido por el presidente del Club Antonio Steinberger, y otra del Club Andinista Mendoza sobre su ascenso.
Del 21 al 26 de diciembre, los días estaban destinados para que el cuerpo se vaya aclimatando al escaso oxígeno y a las bajas temperaturas. Ambos tenían intensos dolores de cabeza, especialmente de noche. Un grupo de andinistas mexicanos estaba en el Aconcagua, y al segundo día vuelven con la noticia que cuatro lograron hacer cumbre. Con ellos pasaron la Navidad.
El 27 de diciembre a las 6 partieron para la primera etapa de la parte real de ascenso y la más difícil. Sufriendo la escasez de oxígeno, pero a pesar de las dificultades, a las 14 llegaron al refugio, ubicado a 6.000 metros de altura.
El 28 de diciembre siguieron a pesar del tiempo variable, después de 4 horas llegan al refugio llamado “Independencia”, ubicado a 6.500 metros. El refugio estaba lleno de nieve y tenía un orificio en el techo. Con un hierro que hallaron, Sigfrido picó la nieve para conseguir un lugar para dormir en forma ajustada. La noche era muy fría, a la mañana midieron dentro del refugio 22º bajo cero.
El 29 de diciembre, a las 8, partieron para el asalto al Aconcagua. El tiempo no era bueno. El Mercedario está cubierto por un banco de nubes. A pesar de la escasez de oxígeno progresaron. A las 11 debieron superar un campo de nieve con gran pendiente, lo que lograron con un extraordinario esfuerzo. Todo se vio facilitado por las tacuaras con puntas de hierro confeccionadas por ellos por consejos de los maestros alemanes. Al llegar al extremo de esa pendiente pudieron observar al Aconcagua cubierto por peligrosas nubes, y encima comenzó a nevar. Así que, inmediatamente, decidieron regresar y, nuevamente, les tocó atravesar ese campo de nieve tan peligroso. Sigfrido lo atravesó bien, pero Federico resbaló y a gran velocidad se fue deslizando peligrosamente por la pendiente hasta una gran piedra; dio unas cambotas hasta que, felizmente, se detuvo en la blanda nieve. Después de 6 horas con vientos helados, intensas nevadas, llegaron más muertos que vivos al refugio de Plaza de Mulas a 4.250 metros. Los días 30 y 31 de diciembre fueron dedicados a una necesaria recuperación.
El 1 de enero 1963, a las 8 y con nuevas fuerzas, partieron para realizar nuevamente la etapa del día 27, ya solamente en 5 horas y media. Tuvieron un hermoso tiempo.
El 2 de enero, a las 9, partieron, pero durante la travesía el viento se intensificó, y a veces tenían la impresión que no progresaban; pero con esfuerzo, a las 12 horas, estuvieron nuevamente en el refugio Independencia, a 6.500 metros.
El 3 de enero de 1963, hubo hermoso tiempo, pero continuaba el fuerte viento. Derritieron nieve y se prepararon un té. A las 8, partieron, fue dura la lucha contra el viento que les soplaba la nieve en la cara. A las 10 encontraron nuevamente el lugar para el acceso al pico facilitado por la experiencia anterior y la ausencia de nubes. Entraron en la zona de la Canaleta, y comenzaron la lucha metro por metro, avanzando muy despacito. Terrible era la escasez de oxígeno, la falta de aire los obligó a respirar por la boca; la lengua era más grande y quedaba pegada al paladar, no podían tragar. Pero, con gran energía, despacio, se fueron acercando a la cima. Sigfrido llegó primero a la pirámide de la punta. Juntos escalaron los 20 metros faltantes hasta la plataforma de la punta, hasta la cruz del pico. Por el tremendo esfuerzo realizado, Federico tuvo que acostarse un rato a causa de los mareos. Es que se apuraron demasiado los últimos 50 metros, y no pensaron en el pobre corazón. Después de unos cinco minutos Federico se recuperó.
Realizando un gran esfuerzo hicieron las siguientes inscripciones en el “Libro de Registro del Pico: siendo las 12.05 del 3 de enero del año 1963 los dos misioneros hacen Cumbre en el Aconcagua”. Firman Federico Spengler, Sigfrido Plocher. Este libro se encuentra en un cofre en la Cumbre.
Los montecarlenses dejaron en la cumbre del coloso andino: dos escudos de madera de lapacho con la inscripción: Misiones -Aconcagua 1963 – Federico Spengler y Sigfrido Plocher, Montecarlo. Del otro lado está el contorno del mapa de nuestra provincia con la inscripción “Misiones” y el distintivo del Club de Gimnasia Montecarlo Centro. Ellos retiraron como es costumbre, para constancia de haber llegado a la Cumbre, los trofeos que dejó la última expedición mexicana: bandera mexicana, una plaqueta circular recordatoria de la inauguración de la monumental Basílica de Guadalupe, en la ciudad de México y dos Gallardetes del Club Alpinista de México. Sigfrido quiso sacar fotos, pero fue imposible hacerlo porque estaba congelada la máquina y el termómetro reventó. En total, permanecieron en total unos 20 minutos, contemplando el maravilloso panorama que se ofrecía en todas las direcciones.
Iniciaron el descenso, no sintieron más la escasez de oxígeno, pero, de todas maneras, todo se hacía dificultoso, encontraron varias prendas pertenecientes a expediciones anteriores, entre ellas una gorra, que afirmaron los mexicanos pertenecía a su compatriota Arispe, quien pereció el año anterior al intentar un ascenso. Después de dos horas llegaron al refugio Independencia. El tiempo era bueno, querían pernoctar, pero Sigfrido tenía dolores en los pulmones y decidieron bajar hasta el refugio Libertad. Al día siguiente, 4 de enero, recibieron las felicitaciones por la hazaña por parte de un grupo del Ejército, que se hizo cargo del transporte de todo el equipo. Para alegría de sus familiares y amigos, ambos regresaron a Montecarlo el domingo 13 de enero de 1963.
Cabe señalar que, para recopilar estos datos, Juan Plocher, recurrió a entrevistas personales a ambos y a datos de la prensa escrita.
Dientes perfectos
Algo llamativo contó el odontólogo Juan Plocher, del que era paciente su primo Sigfrido Plocher, uno de los escaladores. “Llegó al consultorio en los últimos meses del año 1962, se sentó en el sillón, y dijo: ‘Me tenes que extraer esta muela’. Sorprendido le digo que no, porque siempre lo vi muy conservador”. A lo que su pariente exclamó: “No salgo hasta que me hagas la extracción”. El odontólogo observó: “Es para obturarlo, pero después de un largo ir y venir, le hice la extracción”.
El profesional relató que cerca del 10 de enero 1963, una familiar de Sigfrido golpeó en la ventana del consultorio y dijo: “Hicieron cumbre” en el Aconcagua. Recordó Juan que otro de los consejos dados por Lothar Herold era que “debían tener los dientes en perfectas condiciones” porque cerca de la cumbre por el cambio de presión un dolor de diente podría ser intolerable y llevar a querer lanzarse hacia el vacío. También les dijo que para cada uno debían “tener preparada una tacuara que terminara de un lado con una punta de hierro para moverse en la peligrosa nieve o, en caso de estar ya cerca del pico y aparezca una nube con pinta de tormenta, descender lo más rápido posible”. Esto fue lo que hicieron en el primer intento.
Datos de los protagonistas
Adolfo Federico Spengler, nació el 24 de diciembre de 1924 en Montecarlo, en el hogar formado por Alberto Spengler y María Aicheler. Hizo la primaria en la Escuela Nº 156, y durante los primeros 22 años ayudó a su padre en las tareas de la chacra.
La foto en el año 1992 Federico al cumplirse 30 años de la ascensión del Aconcagua. En 1948 aprendió en Eldorado los secretos del tratamiento de la yerba mate en el secadero de E. Kunzi. Desde 1951 hasta 1963, ocupó el cargo de “mayordomo” en el secadero de yerba de la Cooperativa de Montecarlo. De 1963 a 1966, quedó a cargo de un consorcio de caminos. Así, sucesivamente, ocupó con seriedad otros cargos. Su inquietud investigadora y observadora lo llevó a estudiar un árbol exótico de Indonesia, el kiri, y obtuvo miles de plantines. Fue un gran defensor de la naturaleza. En lo deportivo, a los 6 años, se inició en el Club Guatambú, donde su padre fue instructor, en el atletismo, gimnasia común y con excelentes logros en la gimnasia con aparatos en la barra y paralela. Como tenía espíritu aventurero, en diciembre de 1948 y enero de 1949 realizó en soledad un raid en bicicleta durante 40 días por varias provincias argentinas. También con amigos realizó raids por la selva regional y por arroyos. Al ascenso del Aconcagua, se agregó, en 1985, junto con su amigo Sigfrido un raid de 30 días por el Paraná con partida desde Montecarlo hasta el Club Teutona, de Buenos Aires. También fue camionero, donde surgió un relato conmovedor: “Estando por razones de trabajo en los montes de Bosetti fui sorprendido por un yaguareté, que me venía encima. No supe qué hacer en esos instantes. Con el fusil lo maté por equivocación, pues nunca era intención de matar alguno. Lloré mucho porque, encima, era hembra”. Así fueron y son nuestros agricultores, en especial Federico Spengler, quién constantemente buscó otras alternativas y metas, para enfrentar la vida. Que esto sea un ejemplo para las próximas generaciones.
Sigfrido Erhard Plocher nació el 11 de enero de 1935, en Montecarlo, y fueron sus padres Jakob Plocher y Anna Götz, quienes tuvieron, además, cuatro niñas: Mariane, Ruth, Siglinde y Haydi. En 1938, por razones de salud, su padre viajó solo a Alemania para reponerse, lo logró, pero a días de regresar tuvo un accidente y falleció tres meses después. Anna, con sus 5 hijos, resolvió viajar a Alemania en 1939 a fin de conocer la tumba de su esposo, pero a los tres meses estalló la Segunda Guerra Mundial, y recién pueden regresar en 1948. Con muchas dificultades para la madre, con todos chicos muy jóvenes, con la ayuda de familiares, despacito fue enfrentando y superando todo. Sigfrido cursó la primaria y, con 13 años, se hizo cargo junto a sus hermanas de todos los trabajos necesarios en la chacra. Al mismo tiempo, los fines de semana y dos veces en noches participa de las distintas actividades deportivas del Club Argentino Germano de Gimnasia y Cultura de Montecarlo, todo facilitado por un buen desarrollo del físico y su tenacidad en lograr los objetivos propuestos. Allí nació la unión del grupo de los cuatro en querer intentar ascender el Aconcagua. A pesar de no haber cursado la secundaria viajó a Alemania para capacitarse en la escuela de deportes de la ciudad de Colonia. Al regresar, siguió con constancia los distintos trabajos de la chacra. Como su padre, Jakob, tenía el título alemán de jardinero, siguió sus pasos como amante de la naturaleza vegetal y de los animales. De su matrimonio con Sita Boettger –ya fallecida- nació un varón y dos niñas, una de ellas, Claudia, reside en la localidad. Vive con su esposo y dos hijos en la casa paterna, y con ellos Sigfrido. Así como su amigo y compañero del ascenso superó dificultades, enfrentó Sigfrido los obstáculos de una vida muy dura en su juventud, los superó, y que esto también sea un ejemplo para la juventud.
Colaboración: Juan Plocher
Montecarlo