La distancia temporal suele ser un recurso eficaz para dimensionar la magnitud de los sucesos y a un año de la final Argentina-Francia en el Mundial de Qatar se presenta como un disparador que plantea el debate sobre la mejor definición en la historia de la Copa Mundial de la FIFA.
Su desarrollo cinematográfico, plagado de matices, desbordante de emociones, la instala sin discusión entre los partidos más fantásticos de la competencia iniciada en Uruguay en 1930.
La final del 18 de diciembre en el estadio de Lusail tuvo todos los ingredientes: la presencia de Lionel Messi, el mejor jugador del mundo; la amenaza del heredero del trono, Kylian Mbappé; el enfrentamiento entre las dos selecciones que mejor habían jugado en el Mundial; la superioridad aplastante de un equipo hasta el minuto 80, una reacción impensada del campeón herido; la atajada épica del “Dibu” Martínez para evitar la catástrofe y finalmente un desenlace feliz para Argentina en los penales.
Argentina jugó 80 minutos de ensueño, en los que Messi fue el director de una orquesta ajustada para la ejecución de la última pieza. La discrepancia entre un equipo y otro en el primer tiempo se plasmó con una diferencia de nivel asombroso para la instancia en disputa.
El DT francés Didier Deschamps lo dejó de manifiesto con una decisión inédita: dos cambios tácticos antes del descanso. Francia reemplazó a sus delanteros Ousmane Dembelé y Olivier Giroud para ubicar a Marcus Thuram y Randal Kolo Muani, quien tendría un rol protagónico en la noche de Medio Oriente.
La Scaloneta dominaba a placer con una defensa bien plantada, un mediocampo aceitado y un ataque certero y voraz. Ángel Di María repitió el nivel de la final de la Copa América 2021 en el Maracaná y la Finalissima 2022 en Wembley y, ubicado por la banda izquierda, forzó el penal del 1-0 y facturó el 2-0 en una transición perfecta del equipo argentino, que combinó a un toque a lo largo de toda la cancha, con Molina, Messi, Julián y Alexis, asistente del rosarino.
Tan grande era la diferencia que la sensación de un tiempo de sobra comenzó a percibirse en el segundo período cuando Argentina comenzaba a regular su esfuerzo ante un rival controlado.
Pero a los 80 minutos se produjo un punto de inflexión: el comienzo de otra final, insólita, disparatada, sin ninguna conexión con lo visto antes. Todo se disparó por un pequeño descuido de Nicolás Otamendi, que perdió su posición ante el acoso de Kolo Muani y cometió un penal que Mbappé transformó en la resurrección de Francia.
Un minuto después, cuando Argentina todavía asimilaba el descuento, Mbappé apareció en toda su dimensión y empató el partido con una volea para el estupor de todo el estadio. La final que parecía definida quedó 2-2 en un abrir y cerrar de ojos.
Los fantasmas de Brasil 2014, de las finales perdidas ante Chile en la Copa América, de ver a Messi otra vez frustrado fueron una película que se proyectó en la mente de todos los argentinos.
Con esa angustia, la Selección encaró la prórroga pero el equipo la asimiló con entereza ante un rival motivado por la hazaña. Messi recuperó la ventaja con su segundo gol personal, un 3-2 que sí parecía definitivo pero que se desvaneció diez minutos más tarde por una mano sin intención de Gonzalo Montiel en el área.
Mbappé, infalible en el tramo final de la noche qatarí, volvió a empatar en el minuto 118 antes de otra jugada dramática, que pudo cambiar el curso de la historia.
Una devolución desde la última línea de Francia se transformó en una asistencia para Kolo Muani, que picó al espalda de los defensores argentinos y quedó enfrentado con el arquero, con la pelota bajando hacia su pie derecho. “Dibu” mantuvo sus ojos abiertos, atacó al delantero, estiró todo su cuerpo para cubrir el arco y bloqueó la volea con su pierna izquierda. Iban 122 minutos, 44 segundos de juego.
Esa intervención antecedió a una respuesta argentina que pudo significar el 4-3, de no ser por un cabezazo imperfecto de Lautaro Martínez. Dramatismo extremo en apenas segundos.
Los penales fueron la última instancia de un partido que ya se había convertido en un suplicio para los corazones que palpitaban por la tercera estrella. Los argentinos no fallaron y “Dibu” Martínez fue leyenda para finalmente, de una vez y para siempre, gritar “¡Argentina campeón mundial!”.
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