Concurrir a la cancha fue, desde siempre, el mejor programa para Emilio Constantino “Mono” Alegre (68). Y lo confirma después de jugar al fútbol por más de 50 años. Nació en Capital Federal, pero vino a vivir a Misiones siendo muy pequeño. Es que su abuela paterna, Lila Ponce, pensó que eso sería lo mejor cuando los padres del niño se separaron y había que tomar decisiones. Ya en Posadas, se instalaron en el barrio La Picada, hacia el fondo, y cuando fue el momento de ir a clases, concurrió a la “escuelita de El laurel, que era de madera y estaba en el monte”.
Dijo que al establecimiento concurrían los hijos de los oleros, que fabricaban los ladrillos en la zona costera. “Los chicos venían descalzos a la escuela. Los integrantes del Ejército Argentino que, por lo general, nos preparaban el desayuno, aprovecharon la oportunidad, y anotaron los números de calzado de cada alumno. Nos pusimos felices porque íbamos a tener un lindo zapato, pero, finalmente, nos trajeron los Skippi, que eran de plástico y súper calientes para usarlos en verano”, manifestó a modo de anécdota quien permaneció en esa escuela hasta tercer grado porque después fue a realizar tareas a un campo de Corrientes, donde “aprendí a hacer de todo”. Cuando, a los 13 años regresó a casa de su abuela, le confió que ya no quería volver al campo. “Le dije que iba a quedarme en el barrio e iba a mirar los partidos de fútbol de los más chicos en el barrio San Miguel -frente a la iglesia del mismo nombre- donde todavía se conserva la canchita. Y me gustaba. Soñaba con ser arquero”.
Un día, en pleno partido, le dijeron: “nene, ¿querés ir a jugar al arco?” -era algo que nadie quería hacer-. Contestó que sí, y ahí empezó. “Comenzaron a llamarme y al poco tiempo me fiché en La Picada desde donde, de mi clase, salieron varios jugadores buenos. Empecé a jugar en los campeonatos de barrio y me dediqué a eso, o sea que durante poco tiempo jugué en primera en La Picada. Conozco la mayoría de las canchas de barrio porque tenía el don de atajar penales”, aseguró Alegre, que, de a poquito iba escribiendo su historia.
“Siempre vienen a la memoria lindas anécdotas que quedan de la vida, de la trayectoria. Para lograr todo eso hay que ser un buen jugador, pero también ser buena persona, de lo contrario, no sirve. Eso es lo que me enseñaron la vida, el fútbol y la amistad”.
A los 19 años le llegó la citación para presentarse a cumplir con el servicio militar obligatorio en el Grupo de Artillería 121 del Ejército Argentino, en La Paz, Entre Ríos. De esa manera, tuvo la posibilidad de jugar en el equipo del pueblo. “Estaba pintando como arquero de primera, pero salí del Ejército y volví a Posadas. Mi abuela ya no estaba, había fallecido. Empecé a jugar unos partidos, fui a La Picada y no me gustó. En 1979 estaban conformando el equipo nuevo de Unión -que estaba por San Lorenzo y Belgrano, pero ya no existe- me hablaron, y ese año subimos de Primera B, a la A”, relató.
Comentó que “no teníamos cancha y nos entrenábamos sobre la avenida Corrientes o la Roque Pérez. Estuve trece años, pasé a Luz y Fuerza en calidad de préstamo por una temporada, pasé por Jorge Gibson Brown. Seguí mi carrera hasta que Unión se desafilió de la Liga Posadeña de Fútbol, en 1995, después de permanecer unos 50 años en ella. Tenía más trayectoria que Guaraní Antonio Franco. Se practicaba boxeo y allí llegó a pelear el papá de Rubén Verdún. Era una historia linda. Yo ya tenía más de 30 años, y me dediqué a los campeonatos de barrio”.
A su entender, antes el fútbol tenía otro estilo. “Se veía buenos jugadores, tenía que ver cómo pisaban, cómo caminaban en la cancha, porque hoy en día veo que el fútbol es más velocidad. Antes te paraba un jugador en el mediocampo y tocaba la pelota, para acá. para allá. Hoy no. Hay muchos roces y todo es velocidad. Cambió, es distinto el esquema. Había más táctica, se jugaba más al fútbol, había grandes jugadores que pisaban la pelota, tocaban. Era otro estilo de fútbol. Ahora los marcadores de punta suben hasta el área contraria, antes no era eso, el que era marcador quedaba ahí en su puesto, fue cambiando. Evolucionando”, analizó.
Más conocido como “Mono” -“porque era terrible, no me quedaba quieto”- cumplió 68 años y sigue en el deporte, jugando cada vez que se presenta una oportunidad. “Siempre fui una persona humilde, sincera, y siempre doy gracias a Dios porque tengo salud para jugar porque muchas veces nos toca salir a la cancha en horas de la siesta, con calores intensos. Tengo amigos, grandes jugadores, que han partido. Soy uno de los últimos que estoy quedando. Me siento bien, pero ya no aguanto los calores como antes”, manifestó Alegre, para quien el fútbol “me dejó lo más lindo de mi vida. El fútbol, creo que muchos jugadores van a decir lo mismo, es lo más grande que hay. Me refiero a la persona que se dedica y que ama al fútbol. Gracias a este deporte conocí a muchas personas, amistades, que son como de la familia”.
“Nuestra infancia fue otra cosa. Mi abuela Lila, una mujer decidida, descendiente de españoles, leía mucho la Biblia y me preparaba para cuando fuera grande, me aconsejaba. Cuando tenía apenas 11, me dijo que el mundo se iba a arruinar y que había que apartarse de las cosas malas, y eso es lo que cuento a mis nietos”.
Padre de Hugo, Joselo, Willy y Laura, quienes le regalaron ocho nietos, celebra que por la calle la gente lo reconozca. “Cuando suelo pasar por la plaza me saludan. Muchas veces los miro y no los recuerdo. Siempre vienen a la memoria lindas anécdotas que quedan de la vida, de la trayectoria. Para lograr todo eso hay que ser un buen jugador, pero también ser buena persona, de lo contrario, no sirve. Eso es lo que me enseñaron la vida, el fútbol y la amistad”, confió quien contrajo matrimonio con María Nilda Chamorro, con quien cumplió 44 años de casado.
“La que me aguantó siempre es mi señora, a la que le gustaba el fútbol y por eso íbamos siempre a la cancha cuando los chicos eran pequeños. Ella me acompañó durante muchos años. Ya está acostumbrada, porque sabe que siempre juego los fines de semana o viajo, a veces dos o tres días cuando vamos a Salta o a Tucumán. En Mar de Plata jugamos con los veteranos de Club Atlético Aldosivi, conocí el puerto con sus lobos marinos. Después de grande, recibí muchas satisfacciones. Voy a seguir hasta que pueda. Al menos hasta llegar a los 70”, cerró.