Por el taller, que funciona en la casa que vive desde hace 50 años, pasan muchos clientes, pero, podría decirse, que los integrantes de varias escuelas de danza y los alumnos de diversos colegios que participan de la Estudiantina, están entre sus preferidos. Es que esta tradicional actividad que desarrollan los jóvenes de Posadas, con quienes se vincula cada año mediante la confección de las prendas, es para ella “uno de los mejores inventos que se hicieron. A los jóvenes los despierta, les da ánimo, le inyecta ganas”.
Con los estudiantes de la Escuela de Comercio 6 se vincula desde hace más de 30 años. “No puedo decir que les hice los trajes todos los años porque en algunas oportunidades no participaron y en otras ocasiones tuvieron otra modista, pero casi todos los años trabajamos juntos. A veces, para el colegio completo, a veces para la banda, a veces solo para las chicas. Pero, generalmente, todos los años golpean a la puerta y algún grupo se queda”, confió esta mujer nacida en Santo Tomé, que asegura que es “correntina con mucho orgullo, pero con mucha tierra colorada adentro”.
Gran conocedora del tema, busca involucrarse en cada detalle. Por lo general, “me dicen cuál es el género, qué es lo que quieren. Compro todas las cosas y les presupuesto completo, con los materiales y con la mano de obra. Todo depende de la elección que hagan, pero ellos deciden todo, tienen autoridad para hacerlo. A veces cuentan con la compañía de una persona mayor que les ayuda, o de algún docente del mismo colegio que los orienta. Otras veces, se encuentran solos y los ayudo a elegir telas y esas cosas, pero ellos llevan a la Estudiantina adentro, al igual que yo. Y me encanta”, manifestó quien siendo muy joven participó de los carnavales de Santo Tomé durante una sola noche porque “mi papá no me dejaba. Decía que era ostentación gastar plata en comparsas”.
Los noveles clientes le traen la carpeta armada y Ansaldi sale a comprar las telas, puede ser en Posadas, en Paraguay o las encarga en Buenos Aires. “Lo que se necesite, se consigue. Después corto, armo y cuando está hilvanado, se prueba todo. Por ejemplo, un colegio que este año es numeroso, todas sus integrantes vinieron a medirse juntas y mientras que las iba llamando para probar, las demás ensayaban, en el patio de mi casa. Y eso me encanta. Las compañeras de mi nieta vienen a practicar acá todos los años. Antes era el abuelo el que le las llevaba a la Estudiantina, pero ahora no lo hace porque ya no tiene camioneta. A otros colegios los atiendo por escuadra, una escuadra viene el lunes, otra, el martes. Se saca la medida y hay varias pruebas antes de la entrega. No bordo porque no tengo tiempo”, explicó. E indicó que lo mismo sucede con las Escuelas de Danza. “Las profesoras deciden los bailes y el traje que van a utilizar. Yo me encargo de buscar las cosas porque es mi tarea y porque me gusta trabajar con cosas buenas. No me gusta ahorrar. No soy de esa gente que a veces cobra mucho y cuando termina, le falta medio metro de tela. Me gusta comprar lo necesario, trabajar bien”, aseguró, quien disfruta de observar el desfile de los estudiantes, ataviados con sus trajes coloridos y brillosos, haciendo sus coreografías en medio de los estruendos de los instrumentos y el bullicio propio de la fiesta.
De sus tres hijos, solo Martín participó un año junto a la Industrial, a diferencia de sus nietos, que todos participaron. “Ahora me queda una en la banda del Colegio Santa María y uno en la banda del Roque González. Siempre voy. Si no me acompañan, voy sola. No importa si tengo que estar parada, si hay que subir escaleras, voy a la Estudiantina porque me encanta”, aseveró. Al referirse a los jóvenes, dijo que “mantengo una linda relación” pero que “no son los mismos de antes y sufro mucho por lo que estoy viendo. Están muy cerrados, no leen, cuando en mi adolescencia leí los 20 tomos de El Tesoro la juventud. Además, leíamos poesías, charlábamos, por las noches escuchábamos música (discos de tango, folclore o del Club del Clan, que atesora) junto a nuestros padres. Había que sentarse a la mesa, al mediodía y a la noche. Ahora no se juntan porque los papás tampoco tienen tiempo, cada uno está en lo suyo. Con mi esposo, Ricardo, tratamos de seguir la tradición con nuestros hijos: Guadalupe, Pilar y Martín. Escuchábamos música del tocadiscos que aún conservo y bailábamos los cinco, a diferencia de los nietos (Juan, Ernestina, Pedro, Irupé, Luisa y Esteban) que están más pendientes de la tecnología. Por suerte, son estudiosos, disciplinados y hacen deportes. Con ellos tengo confianza y hablamos de todo. Lo que más me gustó de todos estos años fue trabajar con los jóvenes y con los niños”.
Turismo, otra de sus pasiones
Ansaldi estudió Guía de Turismo en el Instituto Superior Perito Moreno, de Buenos Aires, tras un fallido intento de ingresar a Arquitectura. Es que su papá le había sugerido que viviera en un pensionado porque decía que, como no conocía Buenos Aires, sería lo más conveniente. Aunque era disciplinada, no le gustaban las imposiciones, como el hecho que tener que ingresar a las 22 o comer a la hora que le dijeran. Sumada a esa situación, hubo otras que hicieron que saliera mal en el examen de ingreso. Entonces se propuso volver a sus pagos y regresar al año siguiente. Cuando estaba en Santo Tomé, Doña “Porota” había leído en la revista de Clarín o de la Nación sobre ese Instituto, que era nuevo y preguntó a su hija si le interesaba estudiar turismo. “Me encantaría, le dije, y me fui”. Cuando estaba por rendir los últimos exámenes, iba caminando con su compañera de estudios por la calle Florida y le dijo: “vamos a hablar con Singer. Nos reunimos con el gerente de la empresa que me dejó en claro que las posibilidades estaban dadas. Un día me llamaron por teléfono y empecé a guiar a los uruguayos”.
Volvió a residir a Santo Tomé y desde la empresa le avisaban por teléfono de línea -no había celulares- que tal día, a aproximadamente a tal hora, iban a estar por esa localidad correntina. A veces, su papá la llevaba hasta la ruta y otras veces avisaban que entraban hasta el hotel, donde la joven guía los esperaba. “A la vuelta me dejaban en el mismo lugar, después de hacer el recorrido por Oberá, San Ignacio, Capioví, los Saltos del Tabay, las minas de piedras preciosas -que ya empezaban a promocionarse, y Cataratas del Iguazú. El viaje se hacía largo, podía durar una semana. Corría el año 1970 o 1971. Eran caminos de tierra y los colectivos no tenían aire acondicionado. Yo siempre viajaba parada al lado del chofer o sentaba sobre el motor que había adentro de la unidad”, rememoró.
Otra de las opciones era que vinieran en avión y “tomábamos un colectivo desde Posadas o venían en micro con el pasaje que pasaba por Concordia. Era una época en la que había mucho trabajo”. Cuando se recibió lo hizo con el segundo promedio y fue becada para seguir el posgrado en Madrid, España, “pero no me animé a viajar. Cuando conocí Madrid, me arrepentí. No era tan grande ni tan feo como parecía, sino que era el hecho de estar sola lo que me asustaba”, comentó.
En medio de esa vorágine de los viajes, conoció a Ricardo, un mercedeño que luego se convirtió en su esposo. “Nos casamos y vinimos a establecernos a Posadas, detrás de mis padres, que no podían estar lejos de su pequeña nieta”, narró.
El taller de los recuerdos
Las paredes del taller de María Isabel están cubiertas de carreteles de hilos de colores, de escuadras y bolsas colgadas con retazos de tela o bosquejos en papel que deben estar a mano para seguir con celeridad el proceso. El paisaje se completa con tijeras y máquinas de coser, pero también con recuerdos. Estando en ese espacio, desde el que, al levantar la vista aprecia un jardín florido, para la protagonista de esta historia es inevitable pensar cuando siendo pequeña observaba a “Porota” -que falleció en pandemia, a los 97 años- y a la tía abuela que había criado a su madre, ejercer este oficio tan noble. “Mamita no cocía para afuera, nos hacía los pijamas, confeccionaba las sábanas, las toallas, las cosas de la casa. Era lindo ver que todos los días estaban ocupadas con eso, había que hacer todo para el hogar porque tampoco se podía comprar. Teníamos suerte que enfrente estaba Brasil y se podían traer algunas cosas porque, de lo contrario, había que esperar que venga el tren o los camiones que traían los productos. No había muchos negocios. Ellas hacían las cosas como aprendieron de chicas”, relató.
En el Ministerio de Turismo trabajó en atención al público. En ese lugar permaneció durante 34 años y yendo a las exposiciones, trabajando en las ferias y atendiendo al turista, atesoró muchas anécdotas. “Me encantó lo que hice porque amo a Misiones y me parece la provincia más linda. Conozco todo el país, menos Ushuaia y Calafate”.
“Antes se enseñaba a coser desde las chiquitas. Es muy útil. De hecho, lo hice hace muchos años, y una vez me encontré con una mamá en el centro y me dijo: señora, ¡si usted supiera! gracias a lo que usted le enseñó a mi hija, el papá tenía en condiciones los ruedos de los pantalones, porque yo nunca aprendí a coser”, acotó entre risas, quien primero instaló el taller delante de su vivienda y, luego, decidió llevarlo al “fondo”, donde reina la tranquilidad. “Tengo mis horarios y trabajo sola porque no me gusta que me estén hablando, o que me distraigan. Entonces, atiendo en un determinado horario, con el que soy bastante estricta, y no permito que nadie venga a casa a molestar. Ni a mis amigas les permito que me vengan a cebar mate. Quiero estar sola, me gusta. Corto las telas en una mesa larga que tengo en el taller de al lado, mis ayudantes llevan la tarea a su casa, y me la traen una vez finalizada”.
En Buenos Aires, Ansaldi había asistido a la prestigiosa Academia Pitman que, a través de revistas ofrecía diversos cursos. En Posadas, fue a estudiar con una japonesa de nombre Sumi, que tenía una academia en el primer piso de calle Alberdi. “Era muy famosa y hacía vestidos de novia. Su enseñanza era espectacular. Me había dicho, serás una buena modista porque tenés mucha facilidad, y se cumplió. Soy muy feliz con lo que hago”, dijo, quien se jubiló después de trabajar en el Ministerio de Turismo por más de 30 años, yendo a exposiciones, trabajando en las ferias y atendiendo al turista.