La relación con nuestra madre es la que más nos marca desde nuestra infancia. Estuvimos en su interior, nos nutrimos de ella antes de nacer, experimentamos nuestras primeras sensaciones dentro de su cuerpo, y por ello nuestra conexión con ella es absoluta y condiciona todos los aspectos de nuestra vida: relaciones amorosas, relaciones sociales, sexualidad, relación con la autoridad, nuestro sentido de la abundancia.
Podemos tener sentimientos muy ambivalentes hacia nuestra madre; a veces, incluso, hacerla responsable de nuestra infelicidad. Por ello es muy importante trabajar el vínculo materno, abrir nuestro corazón a la aceptación de lo que fue, para poder abrirnos al amor y a nuestra propia fuerza interna.
Ella fue nuestra entrada a la existencia, por lo que de ese vínculo nacerá nuestra confianza (o no) en la vida y en nosotros mismos. Es además nuestro primer y principal referente femenino, por lo que de nuevo, de nuestro vínculo nacerá nuestra fuerza y poder enraizado en la feminidad.
Hemos de entender que nuestra madre antes de traernos al mundo tuvo su propia relación con nuestro linaje familiar, su infancia, sus propias limitaciones basadas en patrones repetitivos sobre temas no resueltos, sus propios traumas, miedos e inseguridades. Todo ello configuró su personalidad como mujer, y más tarde, su papel como madre. De hecho, ella tuvo a su vez su propia madre que también influyó decisivamente en su desarrollo.
¿Cómo vivió tu madre tu embarazo? ¿Cómo vivió tu parto, tu nacimiento? ¿Estuvo presente a lo largo de tu niñez o se encontraba sumergida en sus propios pensamientos? ¿Te cuidaba? ¿Te abrazaba? ¿Estaba sometida a su marido, a tu padre? En una situación de abuso, ¿te protegió? ¿Te dedicó el tiempo que necesitabas?
Estas preguntas te llevarán a analizar tus propias emociones hacia tu madre, tu infancia y tu presente: sensación de inferioridad, sentimiento de abandono, tristeza, ira. Aceptar que estas emociones están en tu interior es el primer paso para poder sanarlas, dejando fluir esa niña interna pura e inocente que vive en nosotras, que quizá quedó dañada y solo busca amor y protección.
Es importante que entendamos que nuestra madre solo pudo amarnos de la manera en que había aprendido a amar y a amarse a sí misma. Perdonar a nuestra madre, comprender que hizo lo que hizo desde sus propias creencias y carencias es una maravillosa manera de honrar su figura y tender puentes hacia ella, para construir una relación sana entre ambas.
Al igual que con la aceptación de nuestra Alma Familiar, el trabajo de la Herida con la Madre es una grandísima oportunidad para sanar y abrazar la vida con todo aquello que tiene para ofrecernos. Aprender el automaternaje, la capacidad de darnos autocuidado, responsabilizarnos de nuestra propia felicidad, nos ayuda a configurarnos como personas, a “darnos a luz” a nosotras mismas, haciéndonos entrar en la fuente de Amor de la matriz universal.
Reconciliarte con la feminidad, reconstruir y abrazar tu linaje femenino, te permitirá recuperar tu energía perdida y abrirte a una nueva manera de bailar con la vida.