La comunicación es un fenómeno que nos acompaña desde el inicio de la vida. Es el contacto, la voz de nuestra madre que nos acompañará siempre, nacemos en el seno de una familia (no importa que tipo) de una sociedad y de una cultura o región de este extensivo país.
Llevamos un apellido de nuestros antepasados y el nombre que otros decidieron otorgarnos y hablamos el idioma en que nuestra madre nos habló.
Es importante distinguir esta vertiente de la lengua que nos deja sujetos, es decir nos hace sujetos, porque la comunicación sucede en el sujeto, pero ello no debería autorizarnos a afirmar que ello nace allí. Es necesario deconstruir la noción de individuo, que acarrea semiológicamente el término. Nadie puede comunicarse si no es con otro (aunque estemos en soledad, pues ya tenemos las palabras, los conceptos, las ideas aprendidas).
Por otra parte, nadie podría hablar con sus semejantes si antes no fue nombrado por sus padres, si no fue hablado con ellos, de ahí la importancia de la familia, la escuela, la educación.
Esta articulación que se da en la lengua entre uno que nos comunica y otro con el que nos intercomunicamos, generando el diálogo, el verdadero origen de la subjetividad.
Si la identidad es deudora de la moral, no existen posibilidades de ubicarse en el plano ético solamente por obedecer y seguir ciertas normas, debemos caracterizar el conjunto de normas y conceptos. Deberíamos ubicarnos en un plano solidario, tomar conocimiento del devenir histórico de nuestra Nación y el mundo, reconocer derechos y principalmente el respeto a todos los hombres por su sola condición de ciudadano.
Hoy recibimos cataratas de información sobre atropellos, vejámenes, muertes. Y nosotros aprendices, maestros, profesionales, autodidactas ¿desde dónde y cómo comunicamos?