23 años han pasado de aquella convocatoria en el viejo IPICA, un antiguo galpón de acopio de tabaco entre otras cosas, devenido a espacio cultural, hoy Casa de la Cultura y el Bicentenario de la Capital del Monte.
Año 2000, año de crisis económica, que se refleja indefectiblemente en lo social y en ese contexto es dónde muchas veces afloran importantes proyectos que pueden durar un suspiro, pasa la crisis y termina el proyecto. Otros perduran en el tiempo y con él se afianzan, como es el caso de La Murga del Monte, que nació como un grupo de teatro comunitario, que surge a inspiración del mismo que se había creado en el barrio porteño de La Boca, con el nombre de “Catalinas Sur” bajo la dirección de Ademar Bianchi, un hombre de aspecto severo, pero que, en cuestión de teatro, y sobre todo de teatro comunitario la tenía muy clara. Junto a un grupo, Bianchi vino a Misiones y propicia la creación, en el año 1999, de La Murga de la Estación, hermana mayor de nuestra Murga del Monte.

En los primeros meses del 2000, La Murga de la Estación presenta en Oberá su obra maestra: “Misiones Tierra Prometida”. Recuerdo un (escenario) “Norgus Jacob”, en el Parque de las Naciones, colmado, y lo que vimos fue “alucinante” ¡Teatro Comunitario !, una nueva forma de hacer teatro: actuar, cantar, producir, todo hecho por todos, y lo más interesante decían ellos, no se requería ser actor con experiencia, sino tener ganas de hacer, de participar.

Ese fue el disparador para formar un grupo similar acá, en la Capital del Monte. Es así que se hace una convocatoria por diferentes medios a una reunión a todos aquellos que estuvieran interesados en formar parte de esta experiencia “comunitaria” artística. Y allá fuimos, muchos vecinos, yo entre ellos, de distintas edades, formaciones, profesionales, estudiantes, amas de casa, entre otros. La particularidad del teatro comunitario, es un teatro de vecinos para vecinos, donde todo se hace en común a todos, guión, música, vestuario, escenografías, limpieza, acomodar sillas. Las escenas se construyen y se arman a partir de juegos, todos aportan ideas, parlamentos, que luego los directores de artísticas (teatro, música, escenografía, vestuario) pulirán y darán forma definitivamente.

Participaron como organizadores y directores tutores en esos primeros tiempos: Liliana Daviña, Marcelo Reynoso, Alba Lugo, y ese 9 de junio de 2000 se echaron las semillas de lo que sería La Murga del Monte, teatro comunitario.

Su bautismo de fuego fue nada más ni nada menos que en la Fiesta Nacional del Inmigrante de ese año, con “Cocineritos”, una obra cortita, muy colorida y pintoresca, donde representaban con canciones y humor características culinarias típicas de las colectividades. Con muchos aplausos, los obereños dieron su aceptación al grupo. Había que redoblar esfuerzos y pensar en una obra más compleja. Así se crea “De Yerbal Viejo a Oberá”, la historia de la ciudad, desde antes de la llegada de los inmigrantes hasta la nevada en 1965, contada con humor, con nostalgia, con canciones. Una obra que fue repuesta dos veces en estos 23 años, con la particularidad, que en una de sus escenas la trascendental “Samambaia” se aborda la Masacre del 36. Me animo a decir que por primera vez y a través del arte y, por éste grupo, se visibiliza el tema, una parte de la historia de Oberá de la que poco se sabía y nada se hablaba.

“Samambaia”, una escena impactante, fuerte, desde lo visual, sentimental, histórico y artístico. Nadie que haya visto “Samambaia”, pudo evitar emocionarse, con la tristeza reflejada en los rostros de los actores, o con el triste canto que en procesión ingresan al escenario, o al escuchar en off los disparos e inmediatamente la voz de una niña que corre desesperadamente. Una escena que cada 15 de marzo el grupo representa en espacio público recordando la fecha, una escena que fue llevada el cine en “Quieta non moveré” y más recientemente en “Bacilicia”.

Pero no fue la única obra, después vinieron: El circo de los hermanos Reyes, donde destrezas de acróbatas desplegaron algunos de los actores. San Antonio en homenaje al santo patrono. La Fiesta de la cretona – repuesta en cartel este año- donde se recrea un baile de la década del 40 en el recordado Centro Recreativo Juventud, donde hacía sus primeras actuaciones el joven Ricardo Vouri, y en la que el grupo contó con la participación en persona del Maestro y parte de sus alumnos, un privilegio el nuestro y, una generosidad enorme del recordado músico local.

¡Hasta Shakespeare nos animamos! Una de sus obras fue adaptada al regionalismo local y surgió “Misiones magia y mboyere” una de enredos y “enriedos”. Los locos años 60 se revivieron en “Báilate todo”. La falta constante de agua en la ciudad se reflejó con mucho humor en “Canal del Monte” y la creación más reciente “El tole tole escuelero” como siempre la escuela una caja de resonancia, donde resonó hasta la pandemia.

Con presentaciones, en distintas localidades de la provincia, el país y países limítrofes. Fue semillero de otros grupos teatrales, circenses. Usina cultural, reconocida por el legislativo local y provincial en varias oportunidades.
A lo largo de estos años, mucha gente conformó el staff, algunos permanecen desde ese 2000, como es el caso de Carina Spinosi, directora histórica del grupo, Nella Wall, Luciano Ferreyra y quien escribe, Mirtha Monge, pero además de los nombrados, pasaron cientos, más que seguro la memoria no alcanza a recordarlos a todos. Tantas vivencias de familia tuvimos quienes compartimos este espacio, noviazgos, casamientos, nacimientos, bebes que crecieron en ese galpón y desde esa etapa convertidos en actores, gente de todas las edades, no hay límites, debe haber ganas; pero también como en toda familia tuvimos momentos difíciles, la pandemia fue una de ellas, había que reinventarse y el grupo lo hizo, ensayos y presentaciones virtuales; momentos muy difíciles y dolorosos como cuando debimos despedir a aquellos que se adelantaron en el camino y se fueron de gira a otros planos, y debieron hacer esos duelos y homenajearlos, que mejor homenaje, recordarlos actuando.

Hoy a 23 años de iniciado, el crecimiento es grande, al teatro se sumaron otras expresiones artísticas: orquesta “La Inescuchable” que hace importante ruido en sus ensayos y presentaciones, El grupo de Títeres comunitarios y “Semillas” un espacio de formación de los más pequeños.

Su bautismo de fuego fue nada más ni nada menos que en la Fiesta Nacional del Inmigrante de ese año, con “Cocineritos”, una obra cortita, muy colorida y pintoresca, donde representaban con canciones y humor características culinarias típicas de las colectividades.
De grupo de teatro comunitario, se transformó en espacio cultural multidisciplinario, con lugar físico propio, ya que después de deambular por varios lugares, desde el IPICA, galpón de la familia Santander, sótano de la familia Villamea, edificio de la CELO, finalmente en el año 2008 con el apoyo del gobierno provincial y del Instituto Nacional del Teatro la Asociación Civil Murga del Monte, adquiere el espacio donde actualmente se encuentra, sobre calle Chacabuco 662, un antiguo galpón de secado del té, perteneciente a los hermanos Bárbaro, que en el año 2013 por ordenanza municipal la Junta de Estudios Históricos declaró sitio Histórico. Hoy es un espacio cultural de autogestión, referente artístico, generador de movida cultural, así es La Murga Monte un espacio de vecinos, para vecinos.

Un lugar difícil de soltar
“Yo venía del teatro convencional, dirigido por el profesor Hugo Wenceslao Amable en el Grupo Teatroverá, que para el 2000 había desaparecido, así que el teatro estaba en mi vida. Buscaba un espacio para expresarme. Curiosamente, un problema de salud, me silenció por cuatro meses -de junio a octubre- del icónico 2000, así que estuve en la convocatoria y encontré el lugar, pero hice mi entrada efectiva en el mes de octubre. Llevo 23 años ahí. Pude compartir espacio con mi hijo en una maravillosa experiencia de teatro y familia. Encontré a mi ‘hermana’ de teatro y de la vida, nos decimos ‘hermanas de barco’ porque así eran nuestros personajes cuando nos conocimos. Hice amistades ocasionales, muchas, y de las otras, esas incondicionales que todavía me siguen acompañando. ‘El galpón’ es un lugar de esos difíciles de soltar. Hay mucho trabajo invertido para su crecimiento como espacio cultural reconocido, pero también me permitió a mí ser reconocida en otros espacios como integrante del grupo, es una relación de ida y vuelta. Me generó crecimiento constante, aprendizajes que pude llevar a otros ámbitos, incursionar en lenguajes totalmente desconocidos para mí, como ser ejecutar un instrumento musical, y descubrir otra faceta. Y quién sabe qué otras descubriré en este lugar tan creativo”.

Por Mirtha Monge – Licenciada en historia






