Apenas terminó el sexto año en la ENET Nº 1 de Jardín América, Simona Beatriz Duarte López (50) viajó a Buenos Aires para estudiar diseño de moda en la Universidad Italiana de la Moda, pero las cosas se dieron de otra manera. Quedó embarazada de su primera hija, Melanie, y prefirió regresar a su ciudad natal -a casa de sus padres Justo Rodolfo Duarte, fallecido hace 15 años, y Celia Noemí López, que reside en el mismo lugar- donde inició la carrera de Magisterio, mientras desempeñaba tareas en la Comuna local. Tras el nacimiento de su segunda hija, Keila, decidió regresar a la gran urbe, donde se abrió un abanico de oportunidades. “Busqué trabajo, me instalé y me casé”, dijo esta electrotécnica nacional, que reside en el coqueto barrio de San Telmo y, además, es madre de Natasha y de Maximiliano.
En 2014 tuvo la oportunidad de empezar a trabajar en el puerto de las Islas del Ibicuy, en Entre Ríos, donde se desempeñó como apuntadora portuaria sobre el buque Alicudi. “Fui una de las primeras mujeres en ingresar, es un orgullo total, y estoy agradecida al Sindicato Encargados Apuntadores Marítimos y Afines de la República Argentina (SEAMARA), al que pertenecemos a nivel nacional”, manifestó. Allí, junto a sus compañeros, se ocupaba de cargar mineral de hierro a los barcos, que tenían como destino la República China. “Fue una excelente experiencia y además me quedé con la amistad de todo un pueblo”, contó.
Su crianza en Jardín América fue junto a cuatro hermanos varones: Elbio, Fabio, Julio y Arnaldo y a su gemela, Noemí Erótida. La primaria la cursó en la Escuela Nº 643 “Hugo Wast”, y luego en su “adorada” ENET Nº 1 -actual EPET-, “donde fui tan feliz”.
En 2018 ingresó a la terminal portuaria del Guazú, en el sur de la provincia de Entre Ríos, donde comparte sus días con los obreros compañeros de Zárate, Buenos Aires. Para la estadía durante las jornadas laborales, alquila un monoambiente que, ahora, felizmente, comparte con sus hijas Melanie (30) y Natasha (20). Aquí también son apuntadoras portuarias, es decir, “realizamos el control de la descarga de los buques que generalmente son chinos. Pueden traer productos químicos, planchuelas, hierros, barras, turbinas, bobinas de acero. Un buque puede tener una estadía de entre cuatro y diez días. Nuestro trabajo se realiza en tierra, muelle, balanza, depósitos. Cumplimos doce horas diarias hasta finalizar. Es una gran aventura como mujeres ya que era un trabajo netamente masculino”, enfatizó.
Mujeres portuarias
En 2014, tras separarse de su esposo, se le presentó esta oportunidad laboral. Fue seleccionada y le asignaron un lugar en el puerto de Ibicuy, en Entre Ríos. “Verdaderamente fue una gran oportunidad. Iba y venía, y me manejaba con mis hijos. La mayor siempre cuidaba a sus hermanos más chicos, se hacía cargo mientras yo iba a trabajar. En Ibicuy alquilaba un monoambiente y, por lo general, llevaba a mi hija más chica, que tenía diez años, porque me extrañaba. No siempre, pero cuando se podía, hacía que faltara al colegio y se venía conmigo. Cuando terminaba mi tarea, agarraba los bolsos, la valija, me tomaba el micro y me venía para mi casa de San Telmo. Amo a mi barrio, al que se considera uno de los mejores de Capital Federal, por lo turístico, por su antigüedad e historia. Cada día que me levanto, agradezco a Dios por haberme traído hasta acá”.
“Me llamo Simona por mi abuela paterna, Simona Bencivenga, que falleció cuando yo era pequeña, y la recuerdo muy bien, aunque no haya compartido mucho. Con la que más compartí y con la que más anduve era con mi abuela materna, Erótida, que dejó atrás la Guerra del Chaco y fue la primera partera de Jardín América. Ella me marcó mucho. La verdad es que fue excelente con nosotros”.
Ahora está en un puerto más cercano a la Capital, justo en la frontera de las provincias. Cuando la trasladaron hacia Zárate, “éramos solamente dos mujeres las que trabajábamos ahí, pero ahora se está complementando el cupo que se tiene que cumplir. Mis hijas estaban postuladas, las llamaron y lograron entrar. Así que hoy compartimos ese trabajo con mis hijas”, relató feliz.
El de apuntador portuario, fue por muchísimos años un lugar de hombres. “Hoy muchos de ellos están jubilados, pero siguen viniendo, por eso creo que hasta donde me dé el cuerpo, lo voy a hacer. Es que pasamos por temperaturas extremas porque en el río hace mucho calor o hace mucho frío. Muy poca gente lo tolera, y hay que soportar muchas horas. Amo este trabajo y lo voy a seguir haciendo hasta que me dé el cuerpo. Espero que Dios me dé salud porque voluntad tengo y creo que la voluntad mueve al mundo. Que nunca me saque la voluntad y vamos a seguir trabajando hasta que las velas ardan. En realidad, es necesario tener buena salud para seguir haciendo todo lo que quieras, para cumplir los sueños, pero siempre hay que seguir trabajando”, reiteró.
El de apuntadora portuaria “no es un trabajo pesado, y es tranquilo. Pero cuando entra un barco hay que hacer 12 horas diarias, hasta terminarlo. A un barco lo hacemos de día y al siguiente, lo hacemos de noche. Te puede tocar entre tres a 15 días depende la cantidad de carga” que haya que bajar del buque.
A su entender, “estoy a mitad de camino de la vida” y su sueño “es compartir con mis hermanos, que son lo que más amo en este mundo. Me veo con Elbio, que vive en Don Torcuato y César, que está en Zárate. Fabio tiene un gimnasio en Jardín América y, el más chico, vive en Carmen, provincia de Santa Fe. Mi hermana reside en San Rafael, Mendoza, pero estamos juntas constantemente. Busco compartir con ellos porque la familia es lo único que se disfruta en la vida. Obviamente que le deseo lo mejor a mis hijos, que también buscarán cumplir sus sueños y van a tener que luchar por ellos. Gracias a Dios los tengo a todos conmigo, eso te da paz y tranquilidad. Si bien ya son grandes, una siempre quiere estar cerca”.
Los animales, su otra pasión
Más allá de trabajar en el puerto con un 90% de varones, que es algo familiar porque asistió a un colegio industrial, ocuparse de los animales es otra de sus pasiones. En sus momentos libres es peluquera de perros y de gatos. “Me di cuenta de eso cuando vi en su salsa a mi hija Keila, a la que digo que no es peluquera sino coiffeur canina, porque es excelente en su profesión. Cuando vi el amor que le ponía su trabajo, me puse a estudiar lo mismo, empecé a ejercer y la verdad es que no me equivoqué, porque amo mi trabajo”, contó.
Su hija trabaja en Caballito junto a una amiga y, Simona, para una veterinaria muy importante en Belgrano. “Trabajé durante seis años en una clínica privada de Palermo, cuyo propietario es una eminencia en veterinaria. Eso me conectó con mucha gente importante. Hay clientes que traen a sus animales a casa, o voy a su hogar, eso me fue abriendo puertas, ¡no te imaginás cuantas!”, aseguró.
Cree que toda esta conexión tiene que ver con su niñez. “Somos seis hermanos y cuando éramos chicos, los fines de semana íbamos a la chacra de mi abuela Erótida, que quedaba en Colonia Polana, y estábamos rodeados de animales. Eran siete hectáreas sobre las barrancas del río Paraná y, prácticamente, nos criamos ahí. Salíamos de la escuela los viernes a las 18 y papá, ya tenía preparado el auto y la lancha para irnos a la chacra. Los sábados y domingos, durante toda mi niñez, pasábamos en ese paraíso, era totalmente otro mundo, entre los abuelos y los animales”, narró, quien mantiene intacta la pronunciación de la elle, lo que lleva a que constantemente le pregunten si es extranjera porque no logran identificar la procedencia. “Me ven venezolana, colombiana o brasileña”, dijo entre risas.
“Fui una de las pocas mujeres en ingresar a un colegio industrial en Jardín América. De la ENET Nº 1 egresé en 1990 como electrotécnica nacional. Orgullosa siempre de la institución, que me formó, y de mis compañeros con quienes hasta hoy estamos en contacto”.
Confió que “me apasiona la cultura porque en Jardín América trabajé con Ana de Tagniani, que fue directora de la Escuela de Comercio 2 de Jardín América, y me enseñó un montón de cosas que en la técnica no teníamos. Me enfoco mucho en eso acá, y como mi hija más chica está estudiando la carrera de turismo, me genera más interés. Me encanta salir con mi amiga Liliana, ir a tomar un tren, conocer un pueblo, conocer su historia, saber qué hay, qué se hizo, qué falta hacer”.
Mientras iba narrando sus vivencias, Simona fue recurrente con los vínculos que creó durante su paso por la escuela industrial, con cuyos compañeros se sigue encontrando cada vez que hay ocasión. Entre todos los del curso, crearon un grupo de WhatsApp y se comunican desde la madrugada, “como que nunca pasó el tiempo, no hubo 30 años de por medio. Nos sentimos igual, nos queremos igual, eso nunca va a cambiar por el amor que nos tenemos el uno al otro. Eso nos dio la Técnica, sernos fieles e incondicionales”, sentenció, quien no descarta volver algún día a la tierra que la vio nacer.
“Mi trabajo en el Puerto de Ibicuy era sobre el buque Alicudi. Cargábamos las barcazas con mineral de hierro. En ese destino alquilaba temporalmente y caminaba dos kilómetros hacia el puerto. Me hacía muy feliz. Amé ese trabajo, y sentía mucho cariño por los compañeros con quienes compartimos muchas horas de tareas, risas y comidas, calor, frío y tormentas. Fue una gran experiencia”.