El 20 de febrero de 1813, a las 11 de la mañana y desde la Pampa de Castañares (provincia de Salta), las fuerzas revolucionarias lideradas por Manuel Belgrano comenzaba su ataque hacia la retaguardia del Ejército realista al mando de Pío Tristán, con la caballería a los lados y la infantería en la zona central, mientras Martín Dorrego se encargaba de los reservistas.
La mayor dificultad de los hombres de Belgrano estuvo en el flanco izquierdo, y la mayor fortaleza enemiga, en el ala derecha y en el centro, pero con la ayuda de la reserva y la artillería pudo resistirse.
Belgrano mismo estuvo al frente de la caballería mientras la infantería -al mando de Superí, Pico y Forest- lograron entrar a la ciudad. Reunidos en el centro, en la Plaza Mayor, los realistas decidieron rendirse.
El pacto de rendición se hizo en condiciones honorables. Las tropas enemigas se retirarían al día siguiente, sin ser perseguidas, con honores de guerra, pero con la promesa de que nunca más atacarían a los revolucionarios.
Sólo alrededor de 300, de los 2.800 que juramentaron, no cumplieron su promesa.
Las armas enemigas pasaron a engrosar el Ejército del Norte y hubo intercambio de prisioneros.
La retirada se hizo precedida de un abrazo entre los dos jefes de los bandos oponentes, que eran amigos de antaño, antiguos compañeros de claustro y habían compartido una misma vivienda y hasta idéntico amor por una misma mujer (Tristán era peruano, pero había optado por pelear en el bando español, luego de su enfrentamiento con Castelli).
El dinero otorgado a Belgrano como recompensa por la Asamblea Constituyente fue donado por el prócer para la construcción de escuelas.