Cierra los ojos y respira si tienes dolor, solo respíralo e integra. No lo excluyas. Es tuyo y vino para recordarte en qué momento te apartaste de tu interno. Solo respíralo.
Cierra los ojos y siente. Siente en tu cuerpo la emoción, siente tu ira; no la reprimas. Ella vino a recordarte en qué momento no gritaste y soportaste. Siéntela, siéntela y deja paso al dolor que encierra la ira. Siempre ella encubre un dolor. Grita. ¡Grítalo! Suelta, libera, respira hasta que llegue la calma.
¡Integra! Todo te pertenece. Cierra lo ojos y respira. Respira y mira tu miedo. No corras, no huyas. ¡Enfrenta!
¡Enfréntalo! Vino para mostrarte tu fortaleza; esa que quedó olvidada, al igual que la fe; y confía ,confía en tus instintos innatos de supervivencia. ¡Actívalos! Te pertenecen; y vuelve a tu cuerpo. Respira y atrévete a mirar a ese miedo a los ojos.
Míralo y díle: “Te pertenezco. Gracias por mostrarme mi debilidad. Ahora voy a trabajar en eso. ¡Gracias, gracias, gracias! Eres mi Maestro”… y respira, respira . En cada situación de tu vida respira, y no permitas que el flujo de la vida se detenga.
La respiración es vida, aliento divino que entra en nuestro cuerpo para nutrirnos y ponernos en marcha. ¡Respira!. Átate a tu respiración, no dejes de sentir. Ella te llevará nuevamente de regreso a la calma.
Cumple el ciclo. Esa calma que has perdido para volver a conquistarla. Calma que es paz, armonía, equilibrio.
Nada podrá impedir que te sumerjas en ti mismo. Vé a tu interno. Nada malo puede suceder. Reencuentra tu luz interna que es la misma que la luz universal de la que hablan los libros de sabiduría .