La Iglesia católica eligió el 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús, sin que lo fuera, porque los romanos celebraban en esa fecha el nacimiento del dios solar Mithra, considerado entonces tomo salvador de la humanidad, a quien le consagraban un árbol al que adornaban con joyas y regalos.
Al anexarle la natividad de Jesús -idea que unos atribuyen al monje escita Dionisio el Exiguo, en el año 6, y otros al papa Julio I, en el siglo IV- poco a poco el culto pagano fue virando en celebración cristiana, tal como Pablo aconsejaba, para hacer que el nuevo credo prosperara.
La fiesta de Mithra se llamaba ‘Dies Natalis Invicti’ (Natalidad de los Invictos) y representaba el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de ahí la fecha elegida: tras el día más corto del año -alrededor del 21 de diciembre, en el hemisferio norte- paulatinamente la jornada de sol comienza a alargarse.
El nacimiento de Jesús supo celebrarse también en otras fechas: una de ellas fue el 6 de enero, que los cristianos también tomaron prestada a los egipcios, quienes celebraban ese día el nacimiento de Aeon; y el 1 de enero.
Cuando se decidió que esta última pasara a ser la del comienzo del año en reemplazo del 25 de marzo (el año comenzó durante miles de años en ese mes, no en enero) la Navidad volvió al 25 de diciembre.
Pero si éste último no es el día que Jesús nació, tampoco el año 1 parece sostenerse ni siquiera en los Evangelios: Mateo dice que Jesús nació en Belén de Judea antes de la muerte de Herodes (Mt. 2,1
19). Como Herodes murió en el año 4 antes de Cristo, no sin haber ordenado matar previamente a todos los niños menores de dos años, se deduce que el Mesías debió haber nacido unos 5 ó 6 años antes de lo previsto; de otra manera no se entendería por qué María huyó para salvarlo.
Lucas, por su parte, apunta que María estaba a punto de dar a luz en tiempos en que Quirinius gobernaba Siria, lo que sucedió entre los años 10 y 7 antes de Cristo.
Hay todavía otra indicación astronómica (o astrológica, según se mire) para pensar que Jesús nació 6 ó 7 años antes de lo que se cree, y es que en los Evangelios se menciona que coincidiendo con su nacimiento fueron avistadas tres estrellas: la de Belén, la de Horus y la de los Magos.
Independientemente de que pudieron haber sido tres cometas, se sabe que alrededor de aquella fecha, Júpiter y Saturno coincidieron tres veces en la constelación de Piscis, una de ellas también con Urano, fenómeno que sólo puede darse una vez cada siglo.
No es todo: en 1995, el astrónomo norteamericano Michael Molnar reveló a la revista científica New Scientist que aquello que los Reyes Magos vieron en el cielo y convirtieron en augurio celestial fue en su teoría un eclipse de luna que involucró a Júpiter.
Previamente, Molnar había examinado monedas de Antioquía, acuñadas diez años después del nacimiento de Cristo, que tenían de un lado una cabeza del dios Júpiter, y del otro un carnero (animal que representa al signo de Aries) mirando a una estrella.
Leyendo a Ptolomeo, que entre otras cosas era astrólogo, Molnar supo que la provincia de Judea, donde se supone nació Jesucristo, estaba bajo la influencia de Aries (de allí el carnero), por lo que conjeturó que aquellas monedas, que lo mostraban mirando un estrella, debían representar un gran acontecimiento astronómico.
Revisando los registros astronómicos entre el año 10 antes de Cristo y el 1 después de Cristo, se encontró con que en la noche del 20 de marzo (último día de Piscis) del año 6 antes de Cristo (el más probable para su nacimiento) hubo un eclipse lunar en la misma línea en que se encontraba Júpiter.
Pero, puesto que ese fenómeno se repite con alguna frecuencia, lo que pudo haberlo hecho único es que además de Júpiter (símbolo de reyes y emperadores), en ese mismo grado zodiacal de Piscis se encontraran el Sol (principio de vida), Saturno (el tiempo) y Urano (el que revela el cambio, lo nuevo).
Así las cosas, aunque algunos estudiosos suponen que Jesús nació en verano, entre junio y septiembre, porque según los Evangelios había pastores que cuidaban al raso su rebaño (algo imposible de hacer en Palestina en el invierno), de lo antedicho podría desprenderse que la Navidad tuvo lugar apenas sucedido aquel anuncio celeste.
En esta línea de pensamiento, Jesús habría nacido en los primeros días de Aries (el carnero), unos 6 años antes del comienzo de nuestra era, lo que ayudaría a explicar la presencia ritual del cordero en las celebraciones antiguas, al que se cuidaba entre el 24 de diciembre y el 6 de enero, para luego devolverlo a la campiña como “salvador del rebaño”.
Se diría que la naturaleza de la cristiandad, su forma de irrumpir en el escenario del mundo y la sobrevivencia de la Iglesia por 2.000 años, encuentran algo en común con aquellos símbolos vistos a la manera de una estrella por los Reyes Magos, que -dicho sea de paso- no eran reyes ni magos, sino astrólogos.
La costumbre de armar el árbol, anterior a Cristo
La tradición navideña de armar un árbol con adornos y regalos proviene, como la de festejar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, de la antigua adoración del dios-sol. Los griegos lo llamaban Mithra, Osiris los egipcios, Tarnmuz los sirios, Attis los persas y Odín los germanos; pero aquí o allá, todos esos pueblos le consagraban a su dios-sol un árbol en el solsticio de invierno, al que engalanaban para atraer sus favores.
La costumbre en nuestros días de poner regalos al pie del árbol de Navidad arranca de entonces, sólo que en vez de teléfonos celulares o juguetes, le ofrecían a su dios comida, joyas y monedas, a la espera de ser retribuidos con buenos frutos de la tierra al terminar el duro invierno.
Que el árbol derivara luego en pino, cedro o algún similar, tuvo más que ver con la calidad perenne de las hojas de las coníferas y con la prestancia que ésta conserva días después de cortada, que con cualquier otro motivo.
En cuanto a la corona de muérdago, la tradición deviene de los pueblos nórdicos ligados al dios Bálder, invulnerable a todas las enfermedades y venenos, salvo a ser herido con una rama de este árbol. De allí la creencia de que, puesta en la puerta de casa durante las fiestas navideñas, ahuyentará las enfermedades y traerá felicidad.