“¡Y Messi se hizo D10S!”, “Leo ya tienes tu mundial: te lo mereces”, “Messi como Maradona”. Apenas tres de los cientos de titulares que ayer llenaban los principales portales informativos del mundo del deporte, como As, Marca o La Gazzeta dello Sport.
Pero no quedan ahí: “Messi se proclama rey del mundo”, “Messi gana la batalla de los maestros modernos en la final más grande”, “Un logro supremo para Lionel Messi”, titularon medios de referencia como The Times inglés, The New York Times estadounidense o la BBC.
En lo que constituye un fenómeno inédito, a lo largo y ancho del planeta hubo festejos callejeros por el triunfo de un equipo que no es el propio. Aunque no es un equipo cualquiera: es el equipo de Don Lionel Andrés Messi Cuccittini, un producto argentino que saborean los argentinos (ahora mucho más que cuando perdía varias finales de Copa América y una de Copa del Mundo), pero que también se exporta para deleite de los paladares más exigentes.
Un orgullo más para un país del que nunca se pone en duda su capital individual -aunque siempre consigue sorprender con nuevos y mejores talentos- y, justamente por eso, un país del que muchos no se logran explicar sus sucesivos fracasos colectivos en lo político, social y económico.
Por eso este triunfo, que no es el de Messi sino el de un equipo, la ahora también encumbrada en el mundo “Scaloneta”, cobra un valor doble. Porque además de talento, se logró con esfuerzo, trabajo, honestidad y asociativismo. Una reivindicación histórica para Messi, para el país futbolero y también para el otro país, que durante un mes prácticamente abandonó (o marginó) sus peleas intestinas y supo festejar codo con codo.
Ojalá sirva el ejemplo para que el “espíritu” de la “Scaloneta” se derrame sobre todas las facetas de la vida argentina. Ojalá, tan unidos como hasta ayer, puedan los argentinos encontrar unas metas, un rumbo y un “estilo de juego” comunes para que la alegría y el orgullo que hoy sentimos no queden reducidos sólo al fútbol.