Conocedor de artistas y de festivales, como pocos, Roberto Réttori (70) admitió que durante mucho tiempo trabajó haciendo cosas “de cultura y en cultura”, sin pertenecer al área. Así, hizo de presentador, algunos le decían locutor, “sin ningún tipo de preparación”. Pero asegura, que todo eso tiene una explicación. De adolescente, concurría a la Escuela Municipal de Danzas “María Luisa Alonso de Zambrano”, que estaba sobre calle San Martín 124, donde funciona el jardín maternal “Emilio Gottschalk”. Iba en compañía de sus hermanos, Horacio y Pedro, pero “yo tenía vergüenza de bailar. Me costaba mucho, entonces me dedicaba a hacer otras cosas, muy elementales, muy rudimentarias”. Además, “contaba cuentos al estilo de Luis Landriscina y recitaba, entonces era muy útil en ese trabajo. Cuando me di cuenta, nos empezaron a invitar a las peñas, a los festivales, a los viajes. Así empezó, de una manera no buscada”.
Aseguró que la salida más linda era cuando “íbamos a las peñas. Acá había varias, donde básicamente se bailaba, se cantaba, se recitaba. Una era la Itapúa, que fue fundada en 1962 y funcionaba en el Club, hasta que donaron el terreno del actual espacio de calle Buenos Aires. Después estaba la peña de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina (FOETRA), en Belgrano y Junín. También frecuentábamos la peña del Club Villa Urquiza, la del Sarmiento y la del Huracán. Eran hermosas. Después, cuando fui tomando conciencia, me di cuenta que, en cierto sentido, me marcaron”.
Manifestó que “viajamos a hermosos lugares por intermedio de nuestra actividad que era básicamente folclórica, con la danza y con la música. Conocí a muchos artistas nuestros, muchos de los cuales están siendo olvidados. Es una pena. Para mí uno de los grandes fue ‘Chaloy’ Jara, y acá no se contó o no se sabe ni la décima parte de lo que ese hombre fue e hizo”. Si bien “no tengo instrucción musical, me encanta escuchar. Noté que tenía algo que muy pocos músicos tienen. Un sentido auditivo notable, sacaba los temas de inmediato, con el sonido exacto. Donde lo vi ser idolatrado, respetado y considerado, fue en Brasil gaúcho. Ahí estuvo con gente muy importante por varios años”.
Dijo que para el que sabe de música, “fue el músico más notable dentro del folclore, mientras que el músico más grande -siempre se decía en voz baja- que tuvo la provincia fue Fermín Fierro, otro olvidado. Hizo cosas con 30 o más años de anticipación, grabó antologías de Misiones, long play dobles, con temas de acá. Estuvo mucho tiempo afuera, pero, como les pasó a otros, sintió la necesidad de volver a Posadas. Y se quedó. Fermín era un hombre muy preparado, con mucha diplomacia, simple, sencillo y murió joven”, lamentó, quien nació en Oberá pero se percibe posadeño porque se radicó aquí, junto a sus padres, Celia Almeida -nacida en Santa Ana- y Benito Réttori -de San Carlos, Corrientes-, siendo muy pequeño.
Citó a Daniel Armando Fiorino, “de quien poco se dice” y “es uno de los que más hizo. Es una fuente de curiosidades para las personas que le gusta este ambiente. Después hay otros que, según la edad del que te pregunta, uno relata hechos que vivió y esa persona no te entiende nada de lo que estás hablando, en absoluto. Está en otra sintonía, y es natural. Porque si en mi época me hablaban de los hermanos Abrodos o de Margarita Palacios, no los conocía porque, además, antes no había la difusión que existe ahora. El medio más utilizado era la radio y las revistas”.
Contó que en su casa escuchaban en la radio a Carlos Alberto “Chango” Nieto, a quien imaginaba con determinada fisonomía y cuando lo llevaron por primera vez al anfiteatro “Manuel Antonio Ramírez” para asistir al Festival del Litoral, “lo veo en el escenario, no era en absoluto como yo lo pensaba. Lo confundía con Horacio Guarany, con Jorge Cafrune. Era joven y uno de los pocos folcloristas se presentaba a actuar con traje”.
Ahora Réttori mira las cosas de otra manera, y en aquel entonces “no existían los celulares para grabar, filmar, y eran muy raras las fotos. Los momentos más lindos los pasé en el subsuelo del anfiteatro. Eso estaba en construcción todavía pero ya se hacía el festival. Ahí estábamos con todos los artistas. Era una criatura, y aún hoy, me da un poco de vergüenza, contar cómo ingresábamos”. Comentó que tenía 17 o 18 años y ya trabajaba como cobrador del Círculo de Relaciones Públicas y era uno de los cientos de cobradores del Rowing, porque “toda Posadas era socia del club”.
No se perdían el festival, que duraba siete noches. Como a veces no tenían dinero, “entrábamos por el costado del anfiteatro, que era un lodazal, desagües, aunque había muchos pobladores. Abajo era un pedregal. Al acceder, estaban los policías de guardia quienes nos daban las manos para ayudarnos a ingresar, y nosotros les entregábamos un paquete de cigarrillos a cada uno. Nos recalcaban que no podíamos salir del subsuelo, no podíamos ir a donde estaba el público porque la comunicación entre las bambalinas o el vestuario con el público era una madera como si fuera un edificio en construcción, con el agravante que todas las noches eso estaba repleto. Para llegar hasta ahí teníamos que sacarnos los zapatos y las medias porque de lo contrario, nos mojábamos”.
En esas circunstancias pudo ver y charlar con María Elena, con Juan Carlos “Pinocho” Mareco, con Ariel Ramírez, con Jorge Cafrune, los Tucu Tucu, Mercedes Sosa.
Confió que, en esa época, se estilaba pedir autógrafos a los artistas, que tenían una “pila” de fotografías que firmaban. “Fuimos a pedirle uno a Mercedes Sosa, que ya era famosa, y nos dijo: en este momento no muchachos porque me estoy concentrando. Pero sí, después que termine de actuar. Sabíamos que después no lo iba a hacer porque, por lo general, se olvidan. Nosotros no la pudimos ver, pero fue una actuación de más de una hora donde el público la ovacionó. Bajó rodeada de fotógrafos, de periodistas, de autoridades. La observamos de lejos. Sentada en una banqueta, alzaba la vista y miraba, y nos llamó al distinguirnos, después de firmar el autógrafo sobre la base del bombo. Para nosotros eso fue extraordinario a pesar que teníamos pilas de autógrafos de otros artistas”.
Sobre María Elena, alegó que tuvo una vida artística “muy corta pero intensa” ya que falleció los 23 años. “Era, naturalmente, muy cálida, dulce. No hay otra voz en el folclore argentino y más en el género del litoral que tenga tanta dulzura y que haya sido tan bien acompañada con los músicos. La acompañó Rubén Duran, en el piano; Samuel Aguayo. Para las actuaciones de por acá, contrataban a dos o tres guitarristas, uno era “Pepe” Chemes”.
Desde 1971, cerca del escenario
Cuando desde el área de Cultura de la Municipalidad de Posadas, lo llevaron a trabajar en el área, Réttori comenzó a encargarse de la coordinación del escenario del Festival del Litoral. “A mí me gustó ese trabajo y en el gobierno de Fernando Elías Llamosas, me encargaron y me dejaron que eligiera a mis colaboradores, y me dejaron como 30 años ininterrumpidos. Era el encargado de quien entraba, quien salía, a qué hora entraba, a qué hora salía, cuantas canciones hacía, cuando se presentaba a un grande, se iba a buscar al otro artista que estaba abajo. Lo que menos hacia era tomarme una foto porque ni se me ocurría”.
“Era coordinador del escenario, que creo que no existe, creo que es un cargo que me lo atribuí solo. Conocí y hablé con Mariano Mores, con Los Huanca Huá, con Guarany. Puedo decir que me hice amigo de muy pocos de ellos, pero los demás me ubicaban cada año cuando venían”, aclaró.
“Con quien anduve mucho y hasta dimos serenatas, era con Alcibíades Alarcón, que también partió siendo muy joven. Tenía un amigo, ‘Pochito’ Méndez junto con ‘Tucho’ González. De seguido salíamos de serenata como las de antes, aunque a mí me tocó casi la cola, con recitados de ‘Tutti’ Róttoli, que era basquetbolista. Se puede decir que fue el último bohemio, cualquier danza folclórica, sabía bailar con coreografía. Después anduve mucho en festivales del interior de Misiones que ya desaparecieron”.
Hace diez años que ya no trabaja, pero asiste como espectador. En esta instancia, “reaprendí cosas y me gustó el hecho de sentirme y de ser público, comprendí con más claridad que una cosa es estar ahí, cerquita, al lado, tocarlos, charlar y, otra cosa, es verlos. El escenario es mágico, el del escenario es un lugar muy raro en el buen sentido, se ve todo y se oye todo. Ahí también conocí al Chúcaro, a Norma Viola, a Ernesto Montiel, a Coquimarola, a Tarragó Ros”.
Los recuerdos fluyen
Aseguró que, en ocasiones, se junta con amigos, con los que “hablamos, divagamos”. Uno de ellos es Oscar “Gonzalito” González, quien se ocupa del sonido de la Municipalidad de Posadas, a quien Fiorino bautizó como “El zorzal misionero”.
Agregó que a “Gonzalito” le gustan todas estas cosas, pero “nos quedamos en los recuerdos, en los anhelos, en los planes, que cuestan mucho cristalizar o concretar. Soñamos, por ejemplo, tener o hacer una casa para la venta de comida regional pero no con fines de lucrar, en absoluto, pero eso sólo lo puede hacer un conjunto de personas. Él es multifacético, puede cumplir la función de un locutor, es iluminador, es sonidista, artista, cantor, pero vocacional”.
Contó que hace 30 años fueron a actuar a Mar del Plata en el marco del programa “De Cataratas al Mar”, que firmó la Municipalidad de Posadas con la Municipalidad de Pueyrredón. Allí estuvieron durante veinte días y realizaban tres actuaciones por día, frente a una iglesia que está al final de la peatonal San Martín.
“Las cosas cambiaron mucho, es natural. Por lo general uno dice, las cosas no son como eran antes. Pero en realidad es porque uno se autolimitó o se quedó, y siempre tiende a culpar lo que le pasa. Pero a mí cada día me parece más lindo, y cada día aprendo cosas. Mis hijos: Viviana, Ricardo y Esteban, me enseñaron a manejar YouTube, donde veo y me entero de cada cosa hermosa. A veces amanecemos hablando con Gonzalito de todo esto”.
“Hacíamos un festival en vivo con artistas como Vicente Cidade, Ramón Ayala, Aramis Orellano, la Orquesta Folclórica, Chaloy Jara, Teodoro Cuenca, Claudio Bustos, y muchos más. Desde las 20 a las 22, estábamos en la peatonal; a las 23 íbamos a un canal de televisión, y desde las 2.30 hasta las 4, en el casino central de Mar del Plata, donde el 80% de personas venían a vernos”.
Réttori era coordinador del escenario y hacía un poco de locución, pero el que más sorprendía con su actuación era Oscar González. “Al silbar como él lo hace con los dedos, al imitar a algunos pájaros, veíamos como, personas que hacía 40 o 50 años no venían a Misiones, lloraban al escucharlo. La gente se emocionaba. Una noche nos llevaron cinco ollas con reviro con café, porque no sabían cómo agradecernos. Fue exitoso, pero después no fuimos más. Tenía que realizarse un intercambio que nunca se produjo, nosotros fuimos y ellos no pudieron venir”.
Por todo esto, “espero que aparezcan personas con sapiencia para que charlen con ‘Gonzalito’ y guarden sus testimonios. Porque de estas cosas no se hablan en una facultad, en una universidad. Varias veces me invitaron desde el Montoya para que hablara ante un curso, pero nunca me animé a decirles que sí, porque le tengo un total respeto al que se preparó, al que estudió, al que está instruido. Nunca hice algo para que quede, siempre fue de manera natural, como cuando vas a pescar mojarras en el río”.
Entonces, en un primer análisis “no me explico por qué estuve o estoy en esto. Pero hay un motivo. Tenía 13 años y mi hermano menor 11 cuando jugábamos a la pelota, en el barrio, descalzos algunos, con pelota de trapo otros y con frecuencia peleábamos, como se pelean los chicos. Un día se armó y se rompieron las cejas, y mamá se enojó con Pedro, entonces nos llevó y nos anotó en la Escuela Municipal de Danzas. Y antes, a los que iban a estudiar danzas, les decían mariquitas. Fue en 1966 o 1967. Los sábados teníamos que venir a la escuela a las 14, justo en el horario que jugaban al fútbol. Mamá salía y decía: Roberto, Rulo (Horacio), Pedro, es hora de bañarse y cambiarse para ir a la Escuela de Danzas. Y se nos reían todos. Pero después nos gustó”.
Roberto Réttori se define como “un locutor práctico, idóneo, de oficio”, aunque le gusta que lo nombren “como una persona a la que le gusta mucho las costumbres, el paisaje, las formas del lugar donde vivo. Me encanta vivir acá”. Benito “me enseñó a remar despacito en una canoa para no hacer ruido porque él estaba sacando mojarra para carnada con una tarrafa. A eso lo viví. A veces papá sacaba, por ejemplo, un dorado, o un pacú, de 20 o 25 kilogramos y cuando la gente escuchaba ese peso, dudaba, cuando, en realidad, había ejemplares más grandes también. Y a eso no sé cómo defenderlo, pero yo lo veía, eso es cierto. Le disculpo y comprendo al que no entiende. Pero no me gusta aquel que no entiende, pero no te pide explicación”.
Su padre trabajó en la fábrica Heller y sobre la avenida Mitre se encuentra el trencito que el hombre manejaba en ese aserradero. “Anduve en esa máquina por años porque a veces papá nos llevaba a su trabajo. Se ocupaba para estirar unos vagones que eran para sacar el aserrín, la viruta, desde adentro. Recuerdo perfectamente. Cuando paso me siento solo, pensando en ese trencito, recuerdo su ruido, que era caliente porque funcionaba a leña, y me emociono. Y varias veces mis hijos me dijeron ¿por qué miras tanto un cuadro o escuchas tanto un tema?, parece que ellos perciben que algo le pasa a papá. Miro ese trencito, cierro los ojos y recuerdo hasta dónde iba, cómo se doblaba, el ruido que hacía. Dicen que no hay que mirar para atrás, no creo que sea totalmente así. Creo que tenemos una cadencia de enseñanzas espirituales y terrenales”, reflexionó, quien era alumno de la Escuela N° 298 “Salvador Simsolo” que se encontraba en Mitre y Roque Sáenz Peña y “fue tragada por el modernismo, que es una cosa que me perturba”, casi de la misma manera que la desaparición de la Laguna San José.