Al calor de nuevas expectativas económicas desfavorables, la dirigencia política volvió a dar muestras de una falta de empatía que horroriza.
Un nuevo capítulo de peleas intestinas, tanto en el oficialismo como en la oposición, se sumó a una saga insoportable de peleas intrapartidarias por atribución de responsabilidades y espacios de poder. Todo ello en un contexto desgarrador pensando en lo que se viene.
Las últimas proyecciones de inflación se dispararon a 65% para 2022, lo que representa un avance de 5,9 puntos respecto a un mes atrás y bastante por encima del 48% estipulado por el Gobierno en su arreglo con el Fondo.
Organizaron actos en distintas provincias con el sólo fin de enviar mensajes repletos de contenido político, pero sin el más mínimo atisbo sobre cómo se pueden resolver los dramas de millones de familias que, incluso con trabajo, pelean para escaparle a la pobreza o a la indigencia.
Se la pasan describiendo escenarios y planteando hipotéticas salidas, pero en la práctica suceden cosas drásticas como que se redujo considerablemente el consumo de leche y carne. O que el consumo cayó tanto que hoy está en los niveles de 2010. O que miles de familias están cuotificando la compra de alimentos.
Al fin y al cabo, la distancia entre la clase dirigencial y la población se siguen ensanchando como sucede desde hace años.
Pero cabe la posibilidad de creer que, dado el tamaño de la crisis, alguien con el peso específico suficiente advierta que así no se puede seguir.
Porque también les cabe la posibilidad de que, al final de todo este proceso de internas y peleas de espalda a la sociedad, sólo les quede miseria y más crisis para administrar.