Durante las primeras décadas del siglo XVII, los jesuitas habían fundado más de sesenta reducciones en las regiones del Guayrá, Paraná, Uruguay (Tape). La incipiente vida de éstas fue cortada abruptamente con la llegada de las incursiones de los paulistas, llamados también bandeirantes o mamelucos.
Era imposible defenderse sin armas de fuego, por ello se envió a Antonio Ruiz de Montoya a España a solicitar autorización. Cuando aún no había regresado, los guaraníes de las reducciones debieron prepararse militarmente para enfrentar una gran bandeira que se avecinaba.
Los preparativos se realizaron en la reducción Nuestra Señora de la Asunción de Acaraguá, establecida por Pedro Romero en 1630. Se alistó un ejército que contaba con 4.200 indios de guerra, 300 fusiles bien municionados, alfanjes o sables de la época, buena cantidad de arcos y flechas, lanzas, macanas, hondas con piedras, un cañoncito y varios cañoncillos hechos de caña de tacuruzú revestida con cuero vacuno, que permitían hasta cuatro disparos; se colocaron también estacadas ocultas en el follaje de los árboles en la ribera del desagüe del arroyo Mbororé en Once Vueltas y en las orillas del río Uruguay.
En Acaraguá ocurrió el primer enfrentamiento
El sacerdote Claudio Ruyer, superior de las Misiones, en un informe relata que habiendo recibido noticias de que se preparaba esa gran bandeira, ordenó que se pusiese especial cuidado en las tareas de vigilancia, y que la población se trasladase un poco más al sur, a Mbororé: “En el Acaraguá… ordené al cura Cristóbal de Altamirano que se encargase de que sus hijos acudiesen a espiar y hacer continuas centinelas el río arriba, y así deje al Padre en aquel puesto aunque tenía ya la gente un día de camino más abajo en el Mbororé y segura”.
Estos centinelas a fin de febrero de 1641 pudieron comprobar la inminente llegada de los portugueses.
En Acaraguá ocurrió el primer enfrentamiento, con las avanzadas de los bandeirantes. Cuando llegó el grueso de la expedición, los misioneros se habían retirado a Mbororé, dejando al enemigo perplejo en Acaraguá al no encontrar más que casas desiertas.
En Mbororé, en tanto, se preparaban más de tres mil soldados, no sólo con aprestos militares, sino también con el auxilio espiritual de los sacerdotes. El adiestramiento del ejército estuvo a cargo de los hermanos Domingo Torres, Juan Cárdenas y Antonio Bernal. Los jefes de ataque eran los caciques Ignacio Abiarú y Nicolás Ñeenguirú,
Supervisor de Guerra: el sacerdote Pedro Romero
El lunes 11 de marzo de 1641 se trabó la batalla… “quedando los nuestros victoriosos -dice el relato del cura Ruyer- tremolando sus banderas, tocando sus cajas y pingollería, señores del campo así por tierra como por el río. El día siguiente, 12 de marzo, trataron los nuestros de dar otra vez sobre el enemigo que ya no le temían…”.
Los misioneros atacaron a los portugueses nuevamente por río y por tierra, dejándolos más desorganizados aún. Al anochecer cesó el enfrentamiento.
Estas refriegas se repitieron desde el lunes 11 de marzo hasta el sábado 16. Los bandeirantes huyeron hacia los montes perseguidos por los misioneros comandados por el Capitán Ñeenguirú.
“Uno de los más crueles enemigos que el portugués tuvo fue el hambre… no comían otra cosa que palmitos…”, consigna el Padre Claudio Ruyer.
Se envió un grupo a Acaraguá para ver qué rumbo tomaba el enemigo. Allí capturaron algunas canoas, bolsas de trigo y -agrega Ruyer- “quemaron los ranchos y caseríos y demás cosas que podían servir de alivio alguno al portugués y a sus vasallos…”.
Persiguieron a los portugueses que se replegaban, para rescatar todos los cautivos que fuera posible.
Hubo un segundo intento de invasión bandeirante en 1642, pero también fracasó y los invasores debieron retirarse perseguidos por los misioneros.
Abandonado y destruido, como vimos, el primer asentamiento de la reducción en Acaraguá, la población de 1.300 personas se reorganizó en Mbororé. Este pueblo, diez años después se trasladará al Sur -en la actual provincia de Corrientes- con el nombre de La Cruz.
Mbororé significó la derrota de las bandeiras y la posibilidad del asentamiento de treinta reducciones, de su organización y desarrollo, como así también el surgimiento del ejército que precisamente modificó esa organización reduccional y, en cierta forma, la afectó.
El ejército guaraní-misionero prestó importantes servicios a las autoridades españolas en el transcurso de un siglo hasta la expulsión de los jesuitas. Posteriormente, en el año 1806, participó de la defensa de Montevideo ante las invasiones inglesas, y de la reconquista de Buenos Aires bajo las órdenes de Liniers. Y desde la adhesión misionera a la revolución de 1810, participó de los ejércitos de Belgrano, Artigas y San Martín. Defendió heroicamente esta frontera de la patria y entregó todo su potencial para dar vida a la nueva nación.
*Por María Angélica Amable, integrante de la Junta de Estudios Históricos de Misiones. Artículo publicado por PRIMERA EDICIÓN el 9 de marzo de 2016.