Este tiempo de vacaciones que estamos transitando es una ocasión de encuentros. Después de casi dos años de pandemia, tenemos nuevamente la posibilidad de encontrarnos con nuestros seres queridos, nutriéndonos de la cercanía y nuestros afectos. Es oportuno que podamos significar los encuentros que vamos viviendo en cada momento y en cada uno de nuestros hogares.
A menudo, el mundo actual vive una indiferencia en cuanto a la fe y las experiencias de encuentro con Dios en el corazón. La falta de tiempo para profundizar nuestros encuentros, hace que muchas veces éstos estén cargados de superficialidad. Otras tantas veces pueden quedar como experiencias y recuerdos del pasado. El poder significar cada encuentro, con Dios y con nuestros seres queridos, nos fortalecerá para enfrentar tantas situaciones adversas que estamos atravesando.
Uno de los encuentros que más se puede dar en este tiempo, es el que entablamos con nosotros mismos, que muchas veces se posterga por la falta de tiempo y exceso de activismo.
Esta conversación con nuestro yo, con lo que pasa en el corazón de cada ser humano, lo llamamos “reflexión”. Es lo que solamente se conoce en la intimidad de cada ser humano. Una escucha atenta al propio corazón para gozar de las alegrías, reconocer los fracasos que son parte de la vida, ver nuestros proyectos y sueños seguramente nos permitirá enriquecernos como personas.
La vida está llena de experiencias de encuentros. Muchas veces las falsas expectativas e ideales que tenemos de nuestros encuentros, no nos permiten vivir la alegría interior. En la Biblia hay un hermoso ejemplo de encuentro de Jesús con los discípulos de Juan el Bautista. Ante la pregunta: ¿Maestro, dónde vives? Jesús les responde: “Vengan y verán” (cf. Jn 1, 35-42). Ellos se fueron y quedaron el día con el Maestro. Una experiencia de encuentro que les transformó la vida, ya que luego se convirtieron en los discípulos de Jesús.
La verdadera experiencia del encuentro con Dios, nace de nuestra fe en Él. Esa fe nos invita a abrirnos a la novedad del Padre, que nos visita cada día. Es predisponernos a los planes e iniciativas que nos viene del mismo Dios, como decía el filósofo Kierkegaard, sea “una extraña fuente que sale al encuentro del sediento”. Creer en Dios, vivir la fe, es tener experiencia personal de Dios, y de Jesucristo. Es una experiencia de encuentro con la persona de Cristo en quien creemos y hemos puesto toda nuestra confianza. Es nuestra relación con el Maestro, lo que nos permitirá compartir ese mismo amor, en los encuentros con nuestros seres queridos.
También es importante saber que el verdadero encuentro con Dios, no consiste en liberarnos de problemas y sufrimientos, sino que ellos nos preparan para enfrentar las cruces de nuestra vida cotidiana con la fuerza de la fe. En este sentido, uno de los momentos más claros donde Dios nos encuentra, es en el mismo dolor.
En la vida, el tropiezo con el sufrimiento, es inevitable. Vivimos en un mundo donde la vida es dinámica y las experiencias de dolor son parte de nuestro existir y es bueno que podamos superarlas con la confianza puesta en el amor de Dios.
Que este tiempo de vacaciones y descanso, sea una verdadera oportunidad para encontrarnos con nosotros mismos, con nuestros seres queridos y con nuestro Dios en fe y confianza. Sea una gran oportunidad para unirnos como familia y acercarnos al misterio de la cruz que nos redime y vigoriza ante el dolor y el sufrimiento.
Que el encuentro con la fuerza del amor de Dios, nos llene de fortaleza y anime en estos tiempos difíciles.