Encontrar un lenguaje perfecto ha sido uno de los objetivos más deseados por los pensadores a lo largo de la historia. Una lengua capaz de explicar todas las sensaciones que el ser humano pueda experimentar, capaz de relatar las imágenes que pueblan su pensamiento, los matices de los sabores y olores, el modo en el que el sonido de una voz o de una música es capaz de transportarlo a un estado de placer, de nostalgia o de excitación. Un idioma perfecto que explicase cualquier experiencia humana valdría para que cualquier persona de cualquier cultura pudiera entenderlo.
Algunos pensaron que esta lengua perfecta fue la que Dios empleó para hablar a Adán. Cuentan que para conversar con él agitó las tormentas, sacudió las ramas de los árboles, provocó silbidos de viento que daban distintas notas musicales según el espacio que transitaban. Utilizó un lenguaje relacionado directamente con el comportamiento del mundo.
Esta lengua que expresaba directamente los fenómenos de la realidad era común a toda la humanidad. Todos compartían este lenguaje hasta que por culpa de la soberbia fueron castigados con la maldición bíblica de la Torre de Babel, en la que reina la confusión mientras los hombres construyen una obra de arquitectura monumental que llega al cielo. Dios fragmenta el idioma universal y castiga a los seres humanos a no entenderse.
Una lengua es un modo de entender el mundo y en consecuencia, la búsqueda del lenguaje total tiene un argumento que permanece oculto y que nos revela una dimensión relacionada con el poder. Aquel que domine esta lengua, dominará el idioma de Dios, el idioma de una supuesta verdad única. El dominador de la lengua perfecta puede explicar a Dios y ganar así la conversión de los demás a su propia fe, a su propia cultura, a su propia concepción del mundo. Dominar la lengua universal procura hegemonía a la cultura que detenta este saber.
El problema que se plantea de inmediato es elegir cuál es: ¿sánscrito, griego, latín, el lenguaje de los números, la Cábala? ¿Qué criterios garantizan el éxito de la elección? Han sido muchas las discusiones sobre esto en la historia de la filosofía y de la semiótica. “San Agustín pensó en una lengua perfecta y común a todos los pueblos, cuyos signos no son palabras sino las cosas mismas, de modo que el mundo se presenta (…) como un libro escrito por el dedo de Dios”. Sin embargo, desconfiaba de los textos sagrados escritos en griego y esto se debía a que él dominaba el latín, en esa época lengua oficial eclesiástica. Por eso nunca acababa de entregarse a los matices que las lenguas extranjeras le proponían.
Esta desconfianza de las traducciones de lenguas bárbaras inclinó a muchos pensadores al estudio de los símbolos, ya que se parecían más al objeto del que hablaban. La pasión por el jeroglífico egipcio arranca de esta percepción. El símbolo engaña menos, parece que habla más directamente de lo que representa y todos pueden entenderlo. Erich Fromm se refiere a ello en los siguientes términos:
El símbolo universal es el único en el que la relación entre el símbolo y lo que representa no es coincidente sino intrínseca. Tiene su raíz en la experiencia de la afinidad que existe entre una emoción o un pensamiento, por una parte, y una experiencia sensorial, por la otra. Puede ser llamado universal porque es compartido por todos los hombres, en oposición no solamente al símbolo accidental, que es por su naturaleza completamente personal, sino también al convencional, limitado al grupo de personas que participan del mismo convenio. El símbolo universal tiene sus raíces en las propiedades de nuestro cuerpo, nuestros sentidos y nuestra mente, que son comunes a todos los hombres, y por consiguiente no se limita a personas o grupos determinados. El lenguaje del símbolo universal es, en verdad, la única lengua común que produjo la especie humana, lenguaje que olvidó antes de que lograra elaborar un lenguaje convencional universal.
La quimera de los buscadores del idioma universal consistía en la siguiente fantasía: el hablante, en lugar de referirse a cosas, tendría un inmenso zurrón que contuviera todo lo existente en el mundo y para conversar sacaría ante su interlocutor el objeto del que quería hablar y simplemente lo señalaría. Así podría referirse sin lugar a equívocos a objetos, pasiones, mecanismos de poder, sensaciones, sabores… en definitiva, a todo.
El sueño de los buscadores de la lengua perfecta, que tiene una realización improbable, puede encontrar solución y así materializarse, mediante el lenguaje mítico y metafórico.
El origen de los cuentos
Según la perspectiva junguiana existen varias hipótesis sobre el origen de los cuentos.
En primer lugar, puede decirse que los cuentos son retazos de creencias sepultadas hace tiempo por las culturas y religiones dominantes. Esta versión habla de un neopaganismo vitalista y reactivo ante ritos esclerotizados.
En segundo lugar, los cuentos también podrían ser expresión de profundas verdades filosóficas y místicas sobre el mundo y sobre Dios.
Por otro lado, puede decirse que los cuentos son el disfraz de fenómenos naturales.
En cuarto lugar, los cuentos podrían derivar de la experiencia onírica.
Por último, los cuentos son la expresión de los procesos psicológicos del inconsciente colectivo. Constituyen un sistema relativamente cerrado que expresa un sentido psicológico esencial traducido a una serie de imágenes y símbolos. Desde esta perspectiva, los cuentos podrían ser pensamientos elementales de la humanidad. Pensamientos innatos y comunes a todas las culturas conocidos como “pensamientos de los pueblos” o arquetipos).
Características del mito
Mito significa palabra (en francés mot). Pero no la palabra que remite al pensamiento, que expresa lo que pensamos (logos). Sino la palabra que:
-Es prueba de lo que ocurrió y funciona como sanción de verdad del origen.
-Relata un acontecimiento originario.
-Afirma una realidad superior al desarrollo de la existencia cotidiana, por ello es de una importancia esencial.
-El mito funciona como modelo de realidad. Es el ejemplo a seguir6.
-Revela la estructura de lo real. Su fuerza radica en ser el relato originario. Responde a la pregunta: cuándo fue la primera vez que…
-Narra la creación y se constituye en modelo de todo acto de creación.
-El mito, más que las causas, busca el principio.
-Relata cómo lo existente llega a ser realidad. No por la vía causal reflexiva, sino por la emocional (contrato social primigenio).
-Lo primigenio es la clave constitucional de la identidad, ya que liga identidad y génesis.
Dice Ortega y Gasset que el ser humano de la antigüedad, antes de actuar, daba un paso atrás como el torero antes de matar. Buscando una norma en el pasado que legitimara su acción. Cerciorándose del amparo de su cultura.
Atención exterior e interior
La relación y distancia entre la realidad y lo que el lenguaje nombra, entre las palabras y las cosas, entre el mapa y el territorio es recurrente en la teoría del conocimiento. Las experiencias de contacto con la realidad o con las palabras que la nombran son distintas.
El adorador del dragón
La gran afición del aristócrata Ye venía probablemente de su nacimiento. Según el zodiaco chino vino al mundo cuando reinaba el signo más fuerte de los doce animales que conforman el horóscopo chino. No sólo nació en el año del dragón, sino, curiosamente, también con el ascendente de ese animal mitológico… Adoraba ese signo legendario como si fuera algo propio de su esencia existencial. Los techos de su residencia se remataban con dragones tallados. Todos los muebles de la casa estaban decorados con imágenes de ese animal omnipotente.
Su fabulosa colección de figuras de dragón era indudablemente la mejor de todo el imperio. Y como si la profusa presencia del animal en su casa no fuera suficiente, adornó todas sus prendas con bordados o estampaciones de dragón, se casó con una mujer del mismo signo, doce años más joven que él, eligió la servidumbre únicamente entre las doncellas nacidas con el mismo signo de su preferencia. Dragón, dragón, todo dragón.
Cuando el rey dragón, que vivía en el cielo, se enteró de su gran afición, conmovido y agradecido, descendió a la Tierra para visitarlo. Entró en el salón y lo encontró disfrutando de una preciosa pintura titulada Nueve dragones entre las nubes. Pero cuando sintió la presencia de algo raro en su casa, por el vaho helado y magnético que exhalaba el animal todopoderoso, se puso pálido. Su terror creció desmesuradamente cuando vio de soslayo las escamas de un cuerpo ondulante y escarchado. Se desmayó bañado en sudor frío.
El rey dragón se desilusionó:
—¡Con que solo te gustaba la representación de mi especie! ¡Cuando ves al dragón de verdad, te mueres de pánico!
En consecuencia, la atención exteroceptiva (dirigida a la realidad exterior) y la propioceptiva (dirigida al interior del sujeto) están en constante búsqueda de equilibrio8. La persona necesita explicarse internamente lo que percibe del exterior. Y para ello utiliza metáforas, símbolos y mitos: lo que percibe es como otras cosas que conoce. De algún modo, la realidad más que conocerse se reconoce, mediante la proyección de las referencias previas que disponemos del mundo a las evidencias que recibimos de él.
De ahí la importancia de los relatos, de su capacidad mítica para indicarnos de dónde vienen las cosas que nos importan. Muchos cuentos hablan del origen de las cosas.
El origen de la sabiduría (cuento de los nativos norteamericanos)
Había una vez un hombre, que era el cartero de la reserva, que oyó a algunos de los Mayores hablar sobre objetos recibidos que otorgaban un gran poder. Él no sabía mucho acerca de esas cosas, pero pensó que sería maravilloso recibir un objeto que sólo podía ser concedido por el Creador. En particular, escuchó de los Mayores que el objeto más excelso que una persona podía recibir era una pluma de águila. Decidió que debía tener una.
Si podía recibir una pluma de águila, poseería todo el poder, la sabiduría y el prestigio que deseaba. Pero también supo que no podía comprarla. Tenía que llegarle por la voluntad del Creador. Día tras día, salía a buscar una pluma de águila. Creía que para encontrarla sólo debía mantener los ojos abiertos. Llegó un momento en que no pensaba en otra cosa. La pluma de águila ocupaba sus pensamientos desde el amanecer hasta el ocaso.
Pasaron semanas, meses, años. Todos los días el cartero hacía sus rondas, buscando afanosamente la pluma de águila. No prestaba atención ni a su familia ni a sus amigos. Mantenía la mente fija en la pluma de águila. Pero nunca la encontraba. Comenzó a envejecer, y la pluma no aparecía. Finalmente, se dio cuenta de que por mucho que buscara, no estaba más cerca de hallar la pluma de lo que había estado el día que inició la búsqueda.
Un día decidió tomar un descanso al costado del camino. Salió de su pequeño jeep y tuvo una charla con el Creador. Dijo: “Estoy muy cansado de buscar la pluma de águila. Pasé toda mi vida pensando en ella. Apenas me ocupé de mi familia y de mis amigos. Lo único que me preocupó fue la pluma y ahora la vida me ha pasado de largo. Me perdí muchas cosas buenas. Bien, abandono la lucha. Dejaré de buscar la pluma y comenzaré a vivir. Quizá todavía tenga tiempo para recuperar a mi familia y a mis amigos. Perdóname por el modo como conduje mi vida”. Entonces y sólo entonces, lo inundó una gran paz. De repente, se sintió mejor interiormente de lo que se había sentido en todos esos años.
Tan pronto como terminó de hablar con el Creador y comenzó a caminar en dirección al jeep, lo sorprendió una sombra que pasó por encima de él. Miró al cielo y vio, en lo alto, un gran pájaro volando. Al instante, desapareció. Luego vio algo que descendía flotando suavemente en la brisa: una hermosa pluma. ¡Era su pluma de águila! Se dio cuenta de que la pluma había aparecido inmediatamente después de que abandonara la búsqueda e hiciera las paces con el Creador.
Ahora el cartero es una persona distinta. La gente acude a él en busca de sabiduría y él comparte con ellos todo lo que sabe. Si bien ahora posee el poder y el prestigio que tanto anhelaba, ya no le interesan esas cosas. Se preocupa por los demás y no sólo por sí mismo.
Ahora sabes cómo llega la sabiduría.
En muchas ocasiones el mito arraiga en los procesos vitales de la naturaleza para someterlo al criterio de reproducción y estabilidad vital, como es el caso del siguiente relato:
Tamba-tayá. El origen del amor sublime
Según esta leyenda de los indios tupí de la Amazonia, al morir su amada, un indio tupí se la llevó al interior de la selva y en la soledad, lejos de todos, se enterró vivo junto al cadáver del ser que amó en vida. Sobre el sepulcro -dice la leyenda- brotó el árbol del Tamba-tayá (…) cuyas hojas son dos hojillas pegadas, una más grande y otra más pequeña unida a la primera. Representan a la desgraciada pareja unida en un abrazo de eterna vida, sublime símbolo del amor.
El pensamiento sobre la muerte puede ser uno de los temas de mayor recurrencia mítica:
El origen de la muerte
Un viejo mito africano cuenta que Dios dio a elegir a los humanos si preferían vivir toda la vida sin descendencia como la Luna, o morir dejando vástagos como las plataneras, el hombre eligió lo segundo. Desde entonces los seres humanos se reproducen y mueren.
Un mito que introduce el humor para potenciar la atención y el aprendizaje es el que sigue a continuación:
El alacrán y el bailexi
Akeké, el alacrán, vivía en una cuerda floja.
El cielo sostenido por los hermanos Sapa y Sapo empezó a descender porque ellos se cansaron. Los hombros se les ampollaron y ya eran postillas negras y hombros chatos.
El alacrán se cansó del cielo y bajó por la cuerda. Llegó a la Tierra contento, pero a los pocos días se empezó a aburrir.
Pensó en qué pensaría y terminó sin pensar.
Le dio, entonces, por picar.
Picó al primer hombre que le cruzó por su camino.
Y el hombre saltó.
Luego esperó a que pasara una pareja de un hombre y de una mujer. Cuando la pareja pasó, la picó, y el alacrán dejó de aburrirse porque la pareja bailó del dolor toda la noche.
Entonces avisó a todos los alacranes para que cogieran la cuerda y bajaran.
Ellos bajaron y picaron a diestra y siniestra. Y ahí nació el baile. De la picada de Akeké.
Los mitos se desgastan y se derriban
La sincronía entre lo que percibimos del mundo y las representaciones subjetivas que tenemos de él es un equilibrio inestable. Los cambios en el exterior afectan a la construcción de los propios mitos internos y también ocurre al contrario, los cambios internos por desarrollo biológico o por aprendizaje generan cambios perceptivos de la realidad.
Los mitos se desgastan con la propia experiencia de la vida. Sirven como catalizadores de etapas determinadas. Y sobre todo, los mitos se modifican cuando la información de la realidad exterior cambia. De modo similar al que recorre un niño que alcanza un nivel de madurez que le imposibilita creer en los Reyes Magos aunque nadie le revele el secreto.
El actual derribo de grandes mitos ha acelerado la construcción de nuestra identidad individual y colectiva.
Evidencias como que quizá los ciudadanos no podamos construir libremente nuestro futuro en cualquier parte del planeta. O que el Estado quizá no sea una estructura organizada en torno al bien común, sino al bien particular de las élites. O que a lo mejor, son más importantes las cosas y algunos procesos como el monetarismo, que las propias personas. O que el trabajo, más que un derecho tal vez sea una larga condena. O que la salud se haya convertido quizá en uno de los negocios más solventes de estos tiempos. O que la educación obligatoria, a lo peor solo persigue como meta fundamental la docilidad de las mentes y los cuerpos. O que la participación social regulada no ayuda a estabilizar los procesos democráticos sino a consolidar el caciquismo. Nos habían educado con la idea de que la profusión de la delincuencia estaba en la periferia del sistema y ahora la sospecha es que se aloja en su mismo centro. Y tantas y tantas cosas que ahora cambian y que nos mueven el suelo debajo de los pies.
Podemos decir que en estos momentos, los mitos se derriban solos. Paradójicamente será este proceso el que potenciará acciones que devuelvan la gestión de los riesgos vitales a sus propios protagonistas. Lo importante no es tanto lo que ocurre, sino lo que podemos hacer con lo que ocurre.
Artículo publicado en www.jotdown.es