Existe una segunda situación riesgosa de los supuestos y es que son tan absorbentes que no logramos distinguirlos de los sentimientos reales que los motivan y nos llevan a juzgar a otras personas.
Les cuento lo que le pasó a María en su relación con su amiga Elba. “Elba es rara y agresiva”, cuenta María. “Yo le ayudé cuando quedó en banda con su casa, la banqué en los dramas con su exmarido, le cuidé la hija, la acompañé siempre y ni siquiera me agradeció. Le dije que no podía ser tan egoísta y descuidada y fue peor porque cuando me escuchó reaccionó a los gritos”.
La diferencia entre los juicios sobre los demás: “-Elba es egoísta y descuidada”, y los propios sentimientos: frustración, bronca, dolor, a veces es difícil de advertir.
Los juicios se enmascaran como sentimientos cuando los estamos expresando, motivados por rabia, frustración o dolor. Lo terrible es que la persona que recibe nuestros juicios y sentencias no sabe con certeza lo que estamos sintiendo y lo que sí le quedará claro es que la estamos juzgando y culpando. A esta altura probablemente, sólo querrá defenderse del ataque.
No es lo mismo decir: “sos egoísta y descuidada” que decir “me duele y me siento confundida”.
Encontrar los sentimientos que subyacen a los supuestos y juicios, es un paso clave en este camino de autoconocimiento, que nos permitirá ser más eficientes a la hora de lograr lo que necesitamos.
Esta manera asertiva de comunicarnos es difícil. Hay quienes no están dispuestos a mostrar su vulnerabilidad y sienten miedo, y hay quienes quedan insatisfechos simplemente por no poder culpar a alguien más de lo que les sucede.
Dejando de lado la cuestión de la vulnerabilidad, que merece capítulo aparte, cuando lo que se persigue es culpar a los demás estamos actuando cegados por la emoción. Esto no nos permite explorar lo que sentimos, sólo nos impulsa a atacar.
La necesidad de culpar aparece cuando estamos alejados de nuestros sentimientos. Estar desconectados de nosotros mismos nos lleva a la reacción automática de culpar a otro para descargar.
Se requiere valentía para mirar el dolor, la angustia o la frustración, a veces cuesta hacernos cargo de las sombras, sin embargo, es por esa grieta donde puede entrar la luz.
Si exploramos nuestras emociones y podemos expresarlas de manera asertiva, la necesidad de culpar cederá. En esta exploración descubriremos las necesidades insatisfechas que la produjeron, dándonos la pista para poder pedir lo que necesitamos proactivamente.
No es lo mismo decir: “Sos un egoísta que sólo pensás en vos y me interrumpís siempre”, que decir: “necesito ser escuchada, por favor déjame terminar la idea”.
No es lo mismo decir: “Sos descuidado y no te importa nada de mi vida”, que decir: “me duele que no me llames y necesito verte porque te extraño, ¿hablamos hoy?”.
Por el bien de todos y la paz mental no supongamos: exploremos, hacia adentro y hacia afuera.